31 de enero de 2010

FELIZ CUMPLEAÑOS, FELIPE

El 30 de enero uno de mis músicos de cabecera cumplió 59 años y lo celebro con la versión en vivo de su primer tema solista: "In the air tonight". Feliz cumpleaños, Phil Collins.

28 de enero de 2010

BONANZA, OTRA SERIE DE LAS DE ANTES

He dejado lo que estaba haciendo al toparme con una noticia que ignoraba en Los Angeles Times: el deceso de Pernell Roberts, el hermano mayor de los Cartwright en la serie "Bonanza".

Adam -tal su nombre en la ficción- era el último restante de ese elenco inolvidable, que se completaba con Lorne Green en el rol del patriarcal Ben Cartwright, Dan Blocker en el papel de Hoss y un juvenil Michael Landon como Joe. Tres hermanos con personalidades diferentes alrededor de un padre en el rancho "La Ponderosa", en Nevada. Adam era el duro, el que se vestía de negro y tenía la experiencia justa para resolver el pleito.

En la nota aludida leo que Adam renunció a su papel en la serie debido en parte a sus diferencias con los guionistas, y se quejaba de que no hubiera lugar para los negros en el elenco. Solo el criado chino, Hop Sing, era sapo de otro pozo. Cómo olvidar al fiel cocinero cuando decía: "Señol Calait" al hablarle a su patrón, y solía ser uno de los que cerraba el capítulo con algún chistecito final.

El otro día le dije a Paula acerca de mis hermanos: "Como los Cartwright, somos muy unidos". Estas líneas son un homenaje a otra de las series que me vieron crecer, como "Combate", "Superagente 86" y "El Gran Chaparral", entre otras.

Para cerrar, qué mejor que la cortina del programa:



Salud, "Bonanza", hasta siempre.

26 de enero de 2010

DESASTROSO OCASO DE UNA SOLTERÍA (PARTE I)

Este blog se sumergió en el silencio por más de un mes y medio debido a razones varias, que incluyen una mudanza, las fiestas y las vacaciones en mi trabajo que me alejaron de la computadora hogareña. Retomo entonces la escritura (después de unas reflexiones sueltas en el primer artículo del año) con el relato de algo que ocurrió hace exactamente diez años, más precisamente en enero de 2000, en Puerto Madryn.

Eran días en que se discutía si el siglo nuevo, y por ende el milenio, empezaba con el advenimiento del 2000 o si habría que esperar un año más para ello: mi postura personal era que sería el 2001 el primer año del tercer milenio, y los hechos posteriores reforzaron mi opinión.

Yo estaba en medio de un cambio de trabajo. Brindé en mi antigua oficina y me tomé la licencia por vacaciones, a sabiendas de que no volvería a esa esquina microcéntrica a trabajar, sino a saludar después de un tiempo. En mi nuevo trabajo había pedido empezar a mediados de enero, para poder descansar de un año -el 99- que había sido particularmente intenso, aunque mi mamá diga que todos mis años son intensos.

Así pues, armé la mochila y el 30 de diciembre me tomé un micro a Puerto Madryn. Había estado allí en el 97 y me había gustado tanto que me había planteado con cierta seriedad irme a vivir allá, aunque la idea había sido desechada por razones de neto corte pragmático, como suele ocurrir. No tenía ningún conocido en mi destino patagónico, así que me iba en el micro sin una idea definida de lo que haría en esas jornadas, ni de con quién recibiría el año nuevo.

El viaje a Chubut es largo, pero siempre me ha gustado leer y meditar en esas pequeñas travesías ruteras, así que muy tranquilo tomé ubicación y disfruté del transitar por la ruta 3, solo.

Llegué a Puerto Madryn el 31 de diciembre a las tres de la tarde. No recuerdo cómo, quizá en la vieja terminal donde ahora hay un museo, me enteré de que había un albergue para estudiantes en una esquina de la calle España. El destino me encontró después de un rato, pues, en ese hotelito, paladeando una siesta luego del largo viaje en el que, fiel a mi costumbre, había dormido muy poco.

A eso de las ocho me despertó alguien y me dijo que iban a hacer un asado por Año Nuevo "con los pibes" y que si quería participar. Por supuesto le dije que sí y me lancé a la calle para aportar alguna bebida o alimento conveniente.

En la mesa éramos unos siete comensales. La memoria ha conservado algunos: el asador, que me hacía acordar a un compañero de mi equipo de fútbol y me hablaba de sus dos hijas ausentes; un muchacho de semblante evasivo al que me referiré más tarde; un viajante que surcaba las rutas en busca de deudores ajenos; y un biólogo inglés que vivía en Brunei, a quien mencioné cuatro años atrás en este rincón. Agreguemos alguno más de rostro anónimo, y tenemos una heterogénea reunión para recibir el 2000. Un ramillete de perfectos desconocidos, casi como en esas novelas de Agatha Christie donde coinciden varios personajes, de los cuales uno es el asesino.

Este relato continuará.

20 de enero de 2010

PRIMERAS REFLEXIONES DE 2010

Como cada 20 de enero, hoy felicité a mis padres que cumplen años de casados. Esta vez, 48. No es poco. Trece nietos son testimonio del éxito de su empresa fundada en 1962, pese a todas las dificultades que puedan haber encontrado en el camino. A esto me referí en un texto que titulé "El heroísmo de amar". Y aclaro: no son los hijos o los nietos la única forma de testimonio de un matrimonio feliz (palabra en desuso, "matrimonio").

A la vez, Paula y yo recordamos los nueve años de aquella noche en que nos pusimos de novios (y creo en el valor de los compromisos). El tiempo pasa rápido, y más aún cuando vienen los hijos, tal como aseveró cierta vez mi amigo Valentín. En rigor de verdad, lo que él dijo fue que al ser padres envejecemos más rápido, algo con lo cual no estoy de acuerdo porque creo que la edad reside en el corazón y la cabeza, más allá de estados físicos.

Aunque es verdad aquello de "mens sana in corpore sano", la forma en que vemos la vida (y la muerte) condiciona nuestro peregrinaje por estos lares. Los ideales son alimento imprescindible para nuestros espíritus hambrientos. La Verdad, el Bien y la Belleza son pilares de una existencia plena, y salvavidas en medio de las inevitables tormentas. Me remito al texto aristotélico de la "Ética a Nicómaco". No hay otra cosa que pueda reemplazar a esos tres términos en la búsqueda de la felicidad. Ni el dinero, ni el poder, ni el placer, ni ninguna otra idea o sueño contienen totalmente las ansias de absoluto que residen en el hombre.

¿Dónde están la Verdad, dónde el Bien? ¿Quién define a la Belleza en estos tiempos de inmanencia, relativismo y exaltación de la duda por sí misma? Pues bien, la respuesta que demos a esos interrogantes define nuestro andar. Libres somos de elegir una u otra filosofía, idea o convicción, pero no podemos eludir la cuestión, porque ella se presentará prepotente una y otra vez, en los recodos más inesperados de la cotidiana existencia.

Mis padres eligieron su respuesta. ¿Qué dices tú, amigo lector?