31 de enero de 2009

CAMARÓN DE LA ISLA, EL CANTAOR DEL FLAMENCO

Son días de gloria para el flamenco. Sus representantes se pasean por los escenarios del mundo, aclamados como emblemas de una música pura que sale del alma. Tomatito, el Cigala, Ketama o Paco de Lucía son algunos de los nombres que cautivan al público internacional. Y entre ellos sobresale el de ese gitano ya fallecido, al cual hemos venido homenajeando desde el margen derecho en las últimas semanas. Camarón de la Isla, que de él se trata, nació en San Fernando (Cádiz) el 5 de diciembre de 1950. Su apodo se debió al color de su cabello. Le decín "Camarón de la Isla" debido a que su lugar de nacimiento está ubicado en la lengua de tierra que precede a la península donde está Cádiz (ciudad donde murió Bernardino Rivadavia), y que está separado de tierra firme por un brazo de mar.

Ya desde los siete años empezó a pasear su talento en medio del malestar económico que aquejaba a su familia, al que se sumó la muerte de su padre (tenía siete hermanos). En sus primeras apariciones fue visto por los grandes cantaores de la época, como el mismísimo Caracol.

No abundaré en detalles de su biografía, que pueden ver en los enlaces que voy dejando. Solo decir que cantó con todos los grandes de su patria, y se nos fue temprano, a los 41 años, de la mano del tabaco y las drogas. Curiosamente, murió en Badalona, en Cataluña. Existe un monumento en su honor en La Línea de la Concepción, frente al Peñón de Gibraltar, y donde se había casado en 1976.

En 1989 grabó el disco más vendido de la historia del flamenco, "Soy Gitano", cuya canción cabecera he querido seleccionar (con algunos efectos visuales bastante peculiares) para los videos que completan mi homenaje, junto a las letras de Machado en "La Saeta", con introducción de nuestro viejo conocido Joan Manuel Serrat y guitarra del también famoso Tomatito. Ese disco que nombramos, más "La Leyenda del Tiempo", que según dice los que saben revolucionó el flamenco, son dos obras maestras del género, un género que al igual que el fado o el tango, se originó en el alma misma de todo un pueblo, el gitano.

Como suelo hacer, relato brevemente cómo se ha dado mi relación con el flamenco. En 1995, en un viaje inolvidable por Cádiz y Andalucía, fui a ver y aplaudir a los bailaores en Granada y Torremolinos. En este último lugar me encontraba con dos rosarinas, una de las cuales estaba aprendiendo a bailar este género en Rosario. De repente, las bailarinas andaluzas bajaron del tablao y me invitaron a subir. Por supuesto era algo que hacían eligiendo a alguno de entre los turistas, aunque una vez que hube subido me puse a zapatear y no quería bajar, hasta que me lo indicaron diplomáticamente. Más allá de la anécdota, recuerdo cómo sentí la sangre correr por mis venas cuando fui a disfrutar del flamenco en aquel lugar de Sevilla. Hoy Paula y yo tenemos varios discos en nuestra frondosa discoteca, y de hecho zapateamos en nuestra entrada a la fiesta del casamiento (o por lo menos, yo lo hice en versión muy casera aunque no por eso menos esforzada).

Con respecto a Camarón en particular, llegué a él gracias a mi amigo Valentín -padrino de Pedrito- que me regaló el disco al que hoy hago honor allá por marzo de 1998, en Madrid.


20 de enero de 2009

EL HEROÍSMO DE AMAR

Hoy se cumplen 47 años del casamiento de mis papás. No repetiré el relato de cómo se conocieron, pero se me ocurre una reflexión sobre un ingrediente esencial en la promesa de vivir todo el resto de la propia vida junto a alguien: heroísmo.

En los tiempos que corren, la volatilidad suele marcar muchas relaciones humanas. No es que no lo hiciera antes, pero cabe la impresión de que antaño los compromisos eran más fuertes y se cumplían más. Romper una promesa costaba más caro, y si las personas lo hacían trataban de ocultarlo. Las cosas han cambiado, y actualmente un matrimonio de 47 años puede hasta recibir críticas de los que no creen en el amor de largo plazo. La sola idea de matrimonio, que es un compromiso libremente asumido, digámoslo, está a contrapelo de la adoración por el momento presente.

El matrimonio es un proyecto irrealizable sin amor.

Por esto y algunas otras razones es que pienso que en el contexto actual, el matrimonio supone una cuota considerable de heroísmo. El héroe es aquél que, pudiendo conformarse, trasciende su estado y quiere ser más desafiando la inercia. Esta idea se me hace muy aplicable a los matrimonios de hoy en día, que creen y no se resignan al lánguido escepticismo. Casarse y tener hijos, hoy, supone levar anclas y partir hacia la aventura cual Colón a la ancha mar.

En sus "Meditaciones del Quijote", Ortega y Gasset escribe: "¿Cómo hay modo de que lo que no es -el proyecto de una aventura- gobierne y componga la dura realidad? Tal vez no lo haya, pero es un hecho que existen hombres decididos a no contentarse con la realidad. Aspiran los tales a que las cosas lleven un curso distinto: se niegan a repetir los gestos que la costumbre, la tradición y, en resumen, los instintos biológicos les fuerzan a hacer. Estos hombres llamamos héroes. Porque ser héroe consiste en ser uno, uno mismo. Si nos resistimos a que la herencia, a que lo circunstante nos impongan unas acciones determinadas, es que buscamos asentar en nosotros, y sólo en nosotros, el origen de nuestros actos. Cuando el héroe quiere, no son los antepasados en él o los usos del presente quienes quieren sino él mismo. Y este querer ser él mismo es la heroicidad.

"No creo que exista especie de originalidad más profunda que esta originalidad práctica, activa del héroe. Su vida es una perpetua resistencia a lo habitual y consueto. Cada movimiento que hace ha necesitado primero vencer a la costumbre e inventar una nueva manera de gesto. Una vida así es un perenne dolor, un constante desgarrarse de aquella parte de sí mismo rendida al hábito, prisionera de la materia".

Para mi madre, que se animó a viajar al sur para vivir en un país exótico junto a un hombre a quien había visto un puñado de veces, y para mi padre, que desafió las expectativas para casarse con una rubia de Norteamérica, va este homenaje. Ambos se desgarraron un poco, al decir de Ortega, y emprendieron la aventura que ahora los premia con cinco hijos y trece nietos. Quisieron ser ellos mismos, y con su humanidad como bandera, hoy son héroes.

15 de enero de 2009

OTRA VERSIÓN SOBRE CRISTÓBAL COLÓN

Alguna vez escribí en este rincón sobre Colón y el descubrimiento de América, e incluso mencioné la posibilidad de que el marino hubiera probado el chocolate, originado en nuestro continente. A través de La Historia en Video, un blog que recomiendo, hallé hace un tiempo un documental que se llamaba "El Secreto de Colón" y sostenía la hipótesis de que el ¿genovés? poseía información exclusiva antes de ofrecer su proyecto a la corona portuguesa primero, y a los Reyes Católicos después. Es más: se sostiene allí que don Cristóbal tuvo que revelar parte de este secreto para obtener apoyo financiero para su viaje.

Esta versión está respaldada por el prestigioso historiador español Juan Manzano y Manzano, quien sostuvo la teoría del predescubridor, es decir, la idea de que alguien había estado en América unos años antes que Colón y le suministró datos desconocidos al almirante.

Como quiera que sea, el documental está muy bien hecho y vale la pena verlo para saber un poco más sobre el tema. Dura 50 minutos, e incluye buenas vistas del paisaje que Colón encontró a su llegada a América.

13 de enero de 2009

LA CULTURA ES DIVERTIDA

En el suplemento ADN de La Nación publicaron una interesante nota sobre el aburrimiento. Curiosamente, aparece allí la melancolía -a la que me referí la semana pasada- como un sentimiento similar al aburrimiento, y aunque la autora los distingue, la diferencia no queda del todo clara.

"Mientras que la melancolía hunde sus raíces en una tradición aristocrática, asociada a la sensibilidad y a la belleza, el aburrimiento es un descastado", dice Diana Cohen Agrest. No entiendo muy bien qué tiene que ver un sentimiento con una analogía de clase.

Más allá de esto, creo que el aburrimiento está relacionado con la pérdida de un sentido cabal en nuestros actos. Vale decir: cuando no sabemos bien a dónde vamos, hay días en que el tedio nos somete a su insoportable pregunta: "¿Y entonces qué podemos hacer?". La cultura es la respuesta. Es ella la que colorea nuestras vidas, ya sea si le llamamos "evasión" o "cultivo".

El hombre culto que conoce su ciudad no se aburre nunca en ella. El que tiene una cultura de las relaciones humanas siempre encuentra un cierto placer en el arte de la conversación y la observación de la naturaleza humana. Quien ha mamado una cultura del deporte, admira a todos ellos. Y así podríamos seguir.

Aburrirse es más difícil que divertirse.

No me extiendo más, dejo al amigo lector con la nota que ha motivado estos amagos de reflexión.

Nota de tapa | El aburrimiento
Muchos lo consideran el mal por excelencia del hombre de hoy. Quien lo padece, siente el vacío abrumador de la vida. Para huir de él, algunos se alienan con el trabajo, y así se ganan, a la vez, aprobación social y desdicha; otros creen que la solución es satisfacer los deseos, pero pronto advierten que el deseo asegura el infierno. Heidegger piensa que aburrirse hace tomar conciencia de que se tocó fondo y permite así alcanzar la autenticidad. ¿Habrá que aceptar ese molesto estado de ánimo?
LANACION.com | ADN Cultura | Sábado 10 de enero de 2009

8 de enero de 2009

DEFENSA DE LA MELANCOLÍA

El otro día alguien que lee este blog me dijo que yo era melancólico, porque siempre recordaba (y añoraba) cosas del pasado. Vamos a ver si ser melancólico, pues, es bueno o malo.

Según el Diccionario de la Real Academia Española, la palabra "melancolía" significa: "Tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que hace que no encuentre quien la padece gusto ni diversión en nada". De acuerdo a esta definición, quien esto escribe sería un ser aburrido, indolente, apático ante los placeres y aconteceres de la vida. Con la autoridad que me da el conocer a quien esto escribe mejor que nadie (o al menos eso creo), debo decir que la melancolía no es una cualidad que se corresponda conmigo.

Vamos más allá a ver si hallamos otra definición que se acerque a lo que aquella persona quería decir. Según el Diccionario Insólito de Luis Melnik, el origen etimológico de la palabra "melancolía" es "bilis negra". Ésta era una de las cuatro sustancias o humores que, de acuerdo a las teorías del medioevo, por su preponderancia determinaban el estado físico y mental de las personas. El exceso de "melas", negra, y "khole", bilis, causaba depresión y tristeza. Nuevamente debo decir que esta definición tampoco coincide con la personalidad de este servidor.

Seguramente estas definiciones, con ideas parecidas, eran las que tenía el impresionista (aunque hay quien niegue que lo fuera) y pintor de bailarinas Edgar Degas cuando creó y tituló la obra "Melancolía", que ilustra estas líneas.

Existe un ensayo atribuido a Aristóteles llamado "El hombre de genio y la melancolía", que también se dice fue escrito por un discípulo suyo, Teofrasto. Dado que entre las muchas lecturas que me falta cumplir está la de este librito, no hablaré de él y tan solo lo menciono como referencia sobre el tema.

Si por melancólico se entiende el tener un fresco recuerdo de épocas pasadas, felices o no tanto, entonces me declaro melancólico. En todo caso, quien tiene la fortuna de poseer buena memoria está a un paso de ser melancólico, si aprovecha esa condición para solazarse ante el recorrido imaginario por situaciones, rostros y etapas que le proveyeron alegría y, por qué no, felicidad en el ayer. Eso no significa que el memorioso descuide el presente o el futuro, o que viva deprimido y cantando tangos por la vida que se fue como el agua entre los dedos. Por el contrario, al traer esos recuerdos al hoy, la melancolía alimenta el día de la fecha con pan de otras temporadas y predispone favorablemente al ser humano para lo que se viene.

El hombre es, se me ocurre, el único animal que tiene el privilegio de manejar de manera autoconsciente sus recuerdos, sus sentimientos y sus proyectos. Vale decir: así como podemos tener un buen momento al recordar un momento feliz, también podemos gozar por anticipado con la ilusión de un instante que llegará en el futuro más o menos próximo. Un día, poco antes de casarme, pasé con mi hermana por el salón donde iba a ser la fiesta de mi casamiento y me sonreí; entonces ella me dijo: "Te emocionas antes de que haya pasado". Y es que el hombre puede gozar de un momento también antes de que éste ocurra. Siempre, siempre, tenemos por delante algo que nos hará sonreír más de la cuenta: una visita, un viaje, un nacimiento, un regalo o lo que fuere. Es una especie de melancolía hacia delante, que para los creyentes trasciende incluso las fronteras de esta vida.

Si la melancolía se tiñe de depresión, ahuyentémosla, pues. Pero si nos fabrica una sonrisa en medio de una jornada cualquera, sea ésta alegre, triste o rutinaria, entonces que sea bienvenida y, más aún, estimulada. Tal vez en esta época en la que parece que lo único que importa es el momento presente, la sensación y la experimentación de todo, mi postura suene un poco descolocada. Pero finalmente, suenan los "revivals" de música ochentosa en las discotecas, y la melancolía se adueña de esos presentes absolutizados.

Sobre esta deificación del presente, pueden venir bien las palabras de Séneca en sus Diálogos: "Es propio de una mente segura y tranquila discurrir por todos los momentos de su vida; en cambio, el alma de los ocupados está como sometida al yugo y no puede volverse y mirar hacia atrás. Su vida se sumió en lo más profundo y, así como por más que ingieras nada aprovecha si debajo no hay recipiente que lo reciba y lo conserve, así de nada sirve el tiempo que se te dé, si no hay dónde se deposite: se escapa a través de las almas rotas y agujereadas".

Como posdata de estas reflexiones echadas sin demasiado método, dejo aquí una canción de Serrat que me despierta melancolía a mí y, espero, al amigo lector.

3 de enero de 2009

EL CLUB DE LOS QUE NO TIENEN PRISA, POR CARLOS DUELO CAVERO

En estos días en que las celebraciones se prestan a encuentros familiares y lánguidas tertulias con amigos, el reloj, tirano él, se rebela contra nuestra pachorra e intenta apurar las sobremesas y escupir el placentero asado de la plática. En este ambiente, cobra actualidad un artículo que publicó mi tío Carlos en La Prensa el 3 de marzo de 1988. Este club al que él se refería en su nota, con el cual me identifico y al que mi amigo Arturo se habría afiliado seguro aunque sin prisa, me trae a la memoria mi etapa de cajero en el Citibank, cuando nuestro grupo de tareas se hacía llamar "Los Sin Apuro".

El mote autoimpuesto, del cual fui autor intelectual, se debía a que no entrábamos en el vértigo sin sentido del recuento monetario y repasábamos los fajos de billetes tranquilamente, mientras charlábamos del último clásico del fútbol argentino, de las mejores bandas de rock o de alguna anécdota de la noche porteña, y cada 45 minutos cambiaba de lado el cassette de turno. Eso sí, éramos los mejores cajeros, y trabajábamos igual o más que los demás.

A Arturo va dedicado este artículo de mi tío, entonces, que dice así:

En medicina hay una enfermedad cuyo cuadro está caracterizado por la imperiosa necesidad de mover las extremidades inferiores que experimenta quien la padece. Es el "síndrome de las piernas inquietas", que también podría ser el título de una novela de misterio. Se manifiesta sobre todo esta enfermedad por los síntomas sensitivos de naturaleza sumamente desagradable, localizados casi siempre en el interior de las pantorrillas, no en la piel, que provocan en el paciente una apremiante necesidad de movilizarse, caminar, incluso de correr o andar de un lado a otro continuamente.

¿A dónde vamos?

El síndrome de las piernas inquietas o el anxietas tibiarum, como también se la denomina, parece atacar a la mayoría de los habitantes de Buenos Aires. Basta dar una vuelta por el centro para poder apreciarlo. La gente camina como víctima de este extraño síndrome, a veces atropelladamente, pisándose los talones, sin que las luces de los semáforos ni el paso de los vehículos logren detener su marcha.

La obsesión de la prisa en todo, el agresivo dinamismo de las relaciones sociales, de los negocios, de las comidas rápidas -los lamentables fast food- se han adueñado de los menores actos de la vida cotidiana haciendo de la existencia un vértigo permanente. Y quien dice "piernas inquietas" dice autos superveloces, motos como exhalaciones, aviones supersónicos.

- Este fin de semana volví de Pinamar en tres horas y media -se ufanaba un compañero de trabajo- Salí a las nueve de la noche y a la una estaba durmiendo en casa.

Lo cual no impidió que a la mañana siguiente llegara tarde a la oficina. ¿Para qué la proeza? ¿Para que en un segundo fatal el próximo weekend se la destruya un caballo suelto en la ruta o una bicicleta sin luces traseras?

Dos grandes escritores franceses, Gide y Proust, al condenar la manía de la prisa, del perpetuo movimiento, de la propensión a "estar en el ruido" diríamos hoy, coincidieron en una cita de otro francés, egregio pensador: Blas Pascal. "Todas las desgracias de los hombres -dijo el padre de las Pensées- provienen de una sola fuente: no saber quedarse tranquilos en una habitación".

Los hombres quietos

En Londres existe desde hace varios años un club compuesto por caballeros de buen juicio y fino espíritu: "el club de los que no tienen prisa". En los estatutos sus fundadores puntualizan que la velocidad y el dinamismo están realizando una labor destructiva contra la humanidad. Los flemáticos socios de la simpática institución no quieren saber nada de urgencias. Se atrincheran en los mullidos butacones con su whisky o su sherry y resisten estoicamente los embates de la locura que reina afuera. Para ellos toda prisa tiene un fondo de esnobismo (de S.Nob., abreviatura de Sine Nobilitate, sin nobleza), de inutilidad.

Clubs para todo

Los ingleses siempre se distinguieron por sus clubs a menudo excéntricos, y el de "los que no tienen prisa" no es por cierto el más singular. Uno de los más antiguos fue el Club de las Cabezas de Ternera (Calves Head Club), republicano, que se formó en la época de Oliverio Cromwell. Sus socios, tan sacrílegos cuanto irreverentes, se reunían en un banquete cada 30 de enero, aniversario de la decapitación del rey Carlos I y, en conmemoración del regicidio se despachaban una cabeza de ternera como plato principal después de haber consumido otras exquisiteces tales como ostras en escabeche y lengua a la escarlata cocida en malvasía.

También hay memoria de otras asociaciones peregrinas como el club de los gordos, de los duelistas, etcétera. Pero sin duda ninguna tan sensata, atinada y razonable como el club de "los que no tienen prisa", a quienes el síndrome de las piernas inquietas no parece afectar mayormente. La vida con prisa -filosofan sus conspicuos members- es casi siempre una vida muy corta ¡Ay!


Nota del blog: Los hipervínculos que he agregado no son, por supuesto, obra de mi tío, sino que vienen a reconfirmar mucho de lo que él escribía, para lo cual se nutría exclusivamente de libros, conversaciones y saberes propios.