25 de abril de 2007

EN UNA NOCHE MILENARIA XVI

Dado que, como he dicho, "Molière" estaba cerrado, decidí ir a un bistró que acababan de abrir en la calle Talcahuano. Lo había visto en mis paseos y anotado mentalmente para futuras necesidades. Era a dos cuadras de allí, así que llegamos a él en un santiamén. Por supuesto, también estaba cerrado. Afortunadamente, sabía moverme en ese barrio como pez en el agua y estaba lejos de agotar mis recursos geográficos. Así es que tomamos por Arenales y fuimos a "Teodoro", que me esperaba dispuesto.

Entramos y elegí una mesa en el fondo, lejos de la puerta y del mundo. Pasamos en el medio por un revistero inmenso. "Estas revistas son para que elijas", bromeé ligero. El salón al que me dirigí estaba vacío. "Lo reservé para nosotros", dije.

El lugar era y sigue siendo (hasta donde sé) muy agradable. Mesas de madera, adornos de estilo campestre, manteles cuadriculados, paredes de colores crudos, copas de vino y musiquita de fondo.

Cuando me iba a sentar, me di cuenta de que aún no sabía su apellido y se lo pregunté. "Brennan", me contestó, y otra vez me quedé mirándola. "Sangre irlandesa, como yo", le dije, y por dentro pensé que cada detalle la hacía más y más perfecta a mi naturaleza.

Elegí ravioles a la bolognesa, y ella pidió lo mismo, pero al fileto. No pedimos vino, porque ella no quiso, y tomarme una botella entera me parecía un tanto grosero. Agua mineral, entonces, con gas para ella y sin gas para mí.

La charla recomenzó. Ella despejó mis dudas sobre su genealogía. Apellido irlandés de un lado y catalán (Galaz) del otro. Me habló de sus abuelos, de su hermana bailarina, de su mamá en Europa, de su papá psiquiatra que atendía en el departamento de la calle Uriarte, de su trabajo nuevo, y de cosas que lamentablemente no están grabadas, porque pagaría por escucharlas.

Sus ravioles desaparecieron del plato en 10 minutos. Los míos, en cambio, iban dejándolo con parsimonia. A mí siempre me ha gustado comer despacio y disfrutar de la mesa al máximo. Ésta no iba a ser la excepción. Y Paula pensó que yo la juzgaría "una muerta de hambre", según recuerda.

Después vino un almendrado con charlotte para cada uno y el café. Finalmente, la dolorosa, la antipática: la cuenta.

Eran las once y media de la noche cuando salimos de nuevo a la ciudad nocturna. El futuro, sin embargo, amanecía.

18 de abril de 2007

EN UNA NOCHE MILENARIA XV

La salsa de la vida está en la improvisación.

Cuando llegué a la casa de Paula y le pedí que bajara, yo ya había planeado a dónde íbamos a ir a comer. Sería por Palermo Viejo, el mismo barrio del domingo anterior, el barrio que ella habitaba en cuerpo y yo en alma. Sería en uno de esos lugarcetes cuyas blancas servilletas habían sido oscuros pergaminos, y cuyas flojas baldosas habían sido siempre metáforas de mi esperanza.

Pero Paula bajó y me pidió que la acompañara a sacar boletos para su hermana adorada, que quería ir a ver a los Red Hot Chili Peppers. El timón viró entonces para la avenida Corrientes, a escasas cuadras de mi trabajo. Nos tomamos el 59 en Plaza Italia y nos sentamos en la fila de cinco, atrás de todo. Pero esta vez, ella iba del lado de la ventana. Vestía unos pescadores beige y una remera rosa sin mangas.

Bajamos en Suipacha y Lavalle, y caminamos hacia Corrientes. Entramos al teatro Grand Rex, y como no vimos a nadie en boleterías, seguimos hasta el teatro, que estaba vacío y en semipenumbras. Era una situación original, y era evidente que no era allí donde sacaríamos los tickets. Finalmente, nos fijamos en el teatro Ópera, cruzando la avenida. Y efectivamente, era allí donde tocaría la banda californiana... pero por alguna razón que no recuerdo no sacamos las dichosas entradas.

Paula llamó por el celular a Xime, su hermana, pero creo que no la encontró y habló con su papá. Finiquitado el trámite, por fin pude pensar en la comida. Le pregunté si tenía ganas de caminar y resolví que iríamos a Molière, a unas diez cuadras de allí.

Cruzamos la 9 de Julio por la Plaza de la República, y le guiñé un ojo al lungo que nos observaba, todo vestido de blanco. El Obelisco, para más datos. Después enfilamos por Carlos Pellegrini hacia el Teatro Colón, y pasamos a su lado. Paula me contaba de su hermana, que se había lesionado en Hamburgo y no bailaba más en el Ballet de allá, y de su mamá, que después de haber bailado en el Ballet Nacional de Chile había dejado todo para casarse con su papá y venirse a Buenos Aires. Después hablamos de música, y me dijo que en su casa ponía la radio porque le gustaba sentirse acompañada. Hoy, en cada desayuno, me pide que la encienda, pero yo quiero poner alguno de los 447 discos que tenemos.

Le hablé de Arturo, del Nono, de Gonzalo, de Chipi, de la Oveja, del Fósil y de unos cuántos más. Y por supuesto, de Luis, que me había ayudado a llegar a ella (aunque a esto último no se lo dije).

Después ella me dijo que estaba en trámites para que le pusieran teléfono porque solo tenía el celular. Agregó que quería poner banda ancha en su computadora. A mí me llamaba la atención que se las arreglaba sola para todo. Había conocido a muchas que no sabían ni tomarse un colectivo a Primera Junta.

En esto estábamos cuando pasamos por la Plaza Libertad, y le dije que yo vivía a una cuadra de ahí, y que esa era la plaza donde yo había jugado en mis primeros años. Nuestra caminata llegó después hasta Juncal y allí torció a la izquierda. Cruzamos Libertad y llegamos a Molière. Estaba cerrado.

11 de abril de 2007

EN UNA NOCHE MILENARIA XIV

El sábado 20 de enero, después de felicitar a mis papás por sus 39 años de casados (que hoy son 45), convoqué a mis amigos-hermanos Arturo y Chipi a mi refugio de Palermo Viejo a tomar unas birras. Así pues, nos sentamos a una mesita del bar "Beckett" en la calle El Salvador y les informé que en horas estaría dejando la camiseta de solitario. Esa noche sería la noche, yo ya lo había decidido y me había rendido ante la inminencia del atardecer.

Me pidieron detalles. Describí a Paula físicamente, dibujé su personalidad y hablé de lo que había sucedido la noche del domingo anterior. Les transmití mi certeza de que todo estaba cumplido y la hora había llegado. "Si esperé este momento en cada rincón de mi pasado, no tiene sentido demorar las cosas cuando ha llegado", sentencié.

Cuando uno tiene un proyecto, uno es ese proyecto y debe tomar decisiones en función de él. Lo que nos aleja de él es malo, y lo que nos acerca a él es bueno. He visto muchos partidos en los que quien había hecho todo para llegar a la victoria dudaba una vez llegado al último escalón. Yo no iba a ser de esos.

Y mientras desparramaba estas reflexiones, una paloma dejó su señal en mi hombro izquierdo, lo cual vino a confirmar -para mentes de poca fe- que aquél era mi día.

Chipi me dejó en mi casa y me di la duchita de costumbre. Me puse la remera que había adquirido en Puerto Madryn en enero del 2000, los jeans y las zapatillas eternas. Agarré las llaves y salí a tomarme el 152. Era de noche.