26 de septiembre de 2010

EL DÍA QUE VOLVÍ A LA CANCHA GRANDE

En este humilde espacio había escrito sobre mi debut en el fútbol de mi club, cuando contaba jóvenes 17 años, y mi retiro de ese ámbito a los 29. Excepto en mi despedida de soltero en 2002, no había vuelto a jugar el verdadero fútbol, que es el de la cancha grande. Sí juego un torneo todos los jueves, pero en cancha de 5, y hace varios años.

Hace cosa de un mes, cuando fui a ver a Paula, Sofía y Valentina competir en un club de patín de Ramos Mejía, me fui a recorrer el predio con Pedrito y descubrí una cancha de fútbol detrás del gimnasio. Toda de césped, bastante castigada, pero lista para calzarse los botines y echar a correr tras la blanca redonda. Me metí allí con él, le mostré los arcos, el círculo central, y pateé una pelota imaginaria hacia el arco local. Algo se me movió ahí adentro, donde se cuecen las emociones. Nada dije.

Hoy me levanté para irme a las ocho de la mañana al club a jugar al tenis con mi amigo Daniel. Desayuné frente al Río de la Plata, casi solo, leyendo un cuento bastante trágico de Mujica Láinez, de su obra "Aquí vivieron". Después llegó Daniel y jugamos una hora y media, para tomarnos algo en la terracita, otra vez frente al río color de león. Más tarde llegó mi familia, almorzamos, jugamos en el arenero, paseamos un poco. Hasta allí, un domingo redondo. Me fui al gimnasio a hacer un rato de fierros para estirar los músculos. Y al volver, Daniel me tiró la frase mágica: "Nos invitaron a un partido".

Varios veteranos del club (hablamos de mayores de 35) se juntan a jugar en una cancha de CUBA, y Daniel preguntó. No demoraré al amigo lector: entramos en el segundo tiempo, uno para cada lado. Y al igual que en el día de aquel debut -y también con unas Topper de emergencia-, en la primera que tuve le pegué de afuera del área un latigazo de zurda que reventó el travesaño. Esta vez no fue gol: Mala suerte, pero me sentí vivo y corrí, regulé el aire, hice los relevos, hablé, y festejé una victoria por 4 a 1 que cuando entré era un empate 1 a 1.

"Dame tu mail, y te invito", me dijo Álvaro, el organizador.

Y hete aquí que el tobillo me doblé y lo tengo en hielo, pero no me importa nada. Soy feliz.

Esta vez, desde el costado de la cancha me observaban la mejor mujer del mundo y mis tres hijos, que son nuestros. Ahora, frente al teclado, y mientras los pequeños duermen, sigo festejando mis 40.