20 de enero de 2010

PRIMERAS REFLEXIONES DE 2010

Como cada 20 de enero, hoy felicité a mis padres que cumplen años de casados. Esta vez, 48. No es poco. Trece nietos son testimonio del éxito de su empresa fundada en 1962, pese a todas las dificultades que puedan haber encontrado en el camino. A esto me referí en un texto que titulé "El heroísmo de amar". Y aclaro: no son los hijos o los nietos la única forma de testimonio de un matrimonio feliz (palabra en desuso, "matrimonio").

A la vez, Paula y yo recordamos los nueve años de aquella noche en que nos pusimos de novios (y creo en el valor de los compromisos). El tiempo pasa rápido, y más aún cuando vienen los hijos, tal como aseveró cierta vez mi amigo Valentín. En rigor de verdad, lo que él dijo fue que al ser padres envejecemos más rápido, algo con lo cual no estoy de acuerdo porque creo que la edad reside en el corazón y la cabeza, más allá de estados físicos.

Aunque es verdad aquello de "mens sana in corpore sano", la forma en que vemos la vida (y la muerte) condiciona nuestro peregrinaje por estos lares. Los ideales son alimento imprescindible para nuestros espíritus hambrientos. La Verdad, el Bien y la Belleza son pilares de una existencia plena, y salvavidas en medio de las inevitables tormentas. Me remito al texto aristotélico de la "Ética a Nicómaco". No hay otra cosa que pueda reemplazar a esos tres términos en la búsqueda de la felicidad. Ni el dinero, ni el poder, ni el placer, ni ninguna otra idea o sueño contienen totalmente las ansias de absoluto que residen en el hombre.

¿Dónde están la Verdad, dónde el Bien? ¿Quién define a la Belleza en estos tiempos de inmanencia, relativismo y exaltación de la duda por sí misma? Pues bien, la respuesta que demos a esos interrogantes define nuestro andar. Libres somos de elegir una u otra filosofía, idea o convicción, pero no podemos eludir la cuestión, porque ella se presentará prepotente una y otra vez, en los recodos más inesperados de la cotidiana existencia.

Mis padres eligieron su respuesta. ¿Qué dices tú, amigo lector?

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