3 de enero de 2009

EL CLUB DE LOS QUE NO TIENEN PRISA, POR CARLOS DUELO CAVERO

En estos días en que las celebraciones se prestan a encuentros familiares y lánguidas tertulias con amigos, el reloj, tirano él, se rebela contra nuestra pachorra e intenta apurar las sobremesas y escupir el placentero asado de la plática. En este ambiente, cobra actualidad un artículo que publicó mi tío Carlos en La Prensa el 3 de marzo de 1988. Este club al que él se refería en su nota, con el cual me identifico y al que mi amigo Arturo se habría afiliado seguro aunque sin prisa, me trae a la memoria mi etapa de cajero en el Citibank, cuando nuestro grupo de tareas se hacía llamar "Los Sin Apuro".

El mote autoimpuesto, del cual fui autor intelectual, se debía a que no entrábamos en el vértigo sin sentido del recuento monetario y repasábamos los fajos de billetes tranquilamente, mientras charlábamos del último clásico del fútbol argentino, de las mejores bandas de rock o de alguna anécdota de la noche porteña, y cada 45 minutos cambiaba de lado el cassette de turno. Eso sí, éramos los mejores cajeros, y trabajábamos igual o más que los demás.

A Arturo va dedicado este artículo de mi tío, entonces, que dice así:

En medicina hay una enfermedad cuyo cuadro está caracterizado por la imperiosa necesidad de mover las extremidades inferiores que experimenta quien la padece. Es el "síndrome de las piernas inquietas", que también podría ser el título de una novela de misterio. Se manifiesta sobre todo esta enfermedad por los síntomas sensitivos de naturaleza sumamente desagradable, localizados casi siempre en el interior de las pantorrillas, no en la piel, que provocan en el paciente una apremiante necesidad de movilizarse, caminar, incluso de correr o andar de un lado a otro continuamente.

¿A dónde vamos?

El síndrome de las piernas inquietas o el anxietas tibiarum, como también se la denomina, parece atacar a la mayoría de los habitantes de Buenos Aires. Basta dar una vuelta por el centro para poder apreciarlo. La gente camina como víctima de este extraño síndrome, a veces atropelladamente, pisándose los talones, sin que las luces de los semáforos ni el paso de los vehículos logren detener su marcha.

La obsesión de la prisa en todo, el agresivo dinamismo de las relaciones sociales, de los negocios, de las comidas rápidas -los lamentables fast food- se han adueñado de los menores actos de la vida cotidiana haciendo de la existencia un vértigo permanente. Y quien dice "piernas inquietas" dice autos superveloces, motos como exhalaciones, aviones supersónicos.

- Este fin de semana volví de Pinamar en tres horas y media -se ufanaba un compañero de trabajo- Salí a las nueve de la noche y a la una estaba durmiendo en casa.

Lo cual no impidió que a la mañana siguiente llegara tarde a la oficina. ¿Para qué la proeza? ¿Para que en un segundo fatal el próximo weekend se la destruya un caballo suelto en la ruta o una bicicleta sin luces traseras?

Dos grandes escritores franceses, Gide y Proust, al condenar la manía de la prisa, del perpetuo movimiento, de la propensión a "estar en el ruido" diríamos hoy, coincidieron en una cita de otro francés, egregio pensador: Blas Pascal. "Todas las desgracias de los hombres -dijo el padre de las Pensées- provienen de una sola fuente: no saber quedarse tranquilos en una habitación".

Los hombres quietos

En Londres existe desde hace varios años un club compuesto por caballeros de buen juicio y fino espíritu: "el club de los que no tienen prisa". En los estatutos sus fundadores puntualizan que la velocidad y el dinamismo están realizando una labor destructiva contra la humanidad. Los flemáticos socios de la simpática institución no quieren saber nada de urgencias. Se atrincheran en los mullidos butacones con su whisky o su sherry y resisten estoicamente los embates de la locura que reina afuera. Para ellos toda prisa tiene un fondo de esnobismo (de S.Nob., abreviatura de Sine Nobilitate, sin nobleza), de inutilidad.

Clubs para todo

Los ingleses siempre se distinguieron por sus clubs a menudo excéntricos, y el de "los que no tienen prisa" no es por cierto el más singular. Uno de los más antiguos fue el Club de las Cabezas de Ternera (Calves Head Club), republicano, que se formó en la época de Oliverio Cromwell. Sus socios, tan sacrílegos cuanto irreverentes, se reunían en un banquete cada 30 de enero, aniversario de la decapitación del rey Carlos I y, en conmemoración del regicidio se despachaban una cabeza de ternera como plato principal después de haber consumido otras exquisiteces tales como ostras en escabeche y lengua a la escarlata cocida en malvasía.

También hay memoria de otras asociaciones peregrinas como el club de los gordos, de los duelistas, etcétera. Pero sin duda ninguna tan sensata, atinada y razonable como el club de "los que no tienen prisa", a quienes el síndrome de las piernas inquietas no parece afectar mayormente. La vida con prisa -filosofan sus conspicuos members- es casi siempre una vida muy corta ¡Ay!


Nota del blog: Los hipervínculos que he agregado no son, por supuesto, obra de mi tío, sino que vienen a reconfirmar mucho de lo que él escribía, para lo cual se nutría exclusivamente de libros, conversaciones y saberes propios.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

yo me anoto en el club de los que no tiene prisa a ver si me calmo un poco!!!!
TFQTA

Anónimo dijo...

A veces viene bien suspender todo y dedicarse a quince minutos de lectura junto a una cervecita alemana y un poco de bossa nova. Lo urgente no es siempre lo importante.