22 de noviembre de 2009

"INSTRUCCIÓN DEL ESTANCIERO", LA HERMANA MENOR DEL MARTÍN FIERRO

José Hernández es bien conocido por ser el autor de la obra magna de la literatura argentina: el "Martín Fierro", ese conjunto de versos que narran la historia de un gaucho desterrado y perseguido por las leyes criollas. Puedo recomendar, para quien quiera leerlo por vez primera o saber aun más de ese libro, el "Martín Fierro Explicado" de Francisco I. Castro, que reproduce el texto original y lo enriquece con los comentarios del editor, los cuales aclaran numerosas palabras y expresiones del lenguaje campero y agregan historias desconocidas de la época.

Hoy, sin embargo, quiero referirme a la "Instrucción del Estanciero", que Hernández publicó después de haber dado a la luz su obra más conocida -a la cual se agregó después "La Vuelta de Martín Fierro"-.

Para alguien inexperto en las cuestiones del campo argentino, como es mi caso, todo lo que Hernández explica en su obra es novedoso aunque date de 130 años atrás y quizá haya perdido vigencia. Él se propuso escribir un manual de índole netamente práctica para que quienes se dedicaran al manejo de campos tuvieran una instrucción rápida y precisa sobre la mejor forma de hacer las cosas.

La obra es interesante, no solo por ser una pintura de una época en que la Argentina vivía en andas del progreso de la mano de la actividad rural, sino por las observaciones que el autor del "Martín Fierro" hace sobre cuestiones tan diversas como los distintos tipos de pastos, las enfermedades de los caballos, el modo de marcar el ganado o las obligaciones de un puestero. Repito: aunque muchas de las cosas que allí se dicen ya sean obsoletas para el agrónomo actual, son pintorescas e instructivas para el lego en la materia.

Así, por ejemplo, me enteré a través de esta obra de que el eucalipto -que si no me equivoco trajo Sarmiento de Australia- da buena sombra y permite que el sol llegue hasta el suelo, pues sus hojas van girando durante el día y no quedan de frente a él. O también supe que el uso de las herraduras en los caballos data de más de tres mil años, y que a muchos burritos los daban envueltos en una piel de potrillo para que una yegua lo amamantara engañada. Sus párrafos saben a sabiduría, y también a una sana candidez de la que hoy escasea. Este hombre tenía vasta experiencia en los defectos argentinos, como lo exhibió en el "Martín Fierro", pero confiaba en la educación y el ejemplo como armas para cambiar la historia.

Hernández tuvo una genuina preocupación por el futuro de su patria, y escribió un manual para guiar a las generaciones de su tiempo en la administración de campos: "El propietario puede entregar este libro a su mayordomo; el mayordomo a su capataz; el capataz a sus peones; seguros de que únicamente encontrarán indicaciones y direcciones que los ayuden respectivamente para el mejor cumplimiento de sus deberes".

A lo largo del texto se observa una constante inquietud del autor, quien a la sazón era senador por la Provincia de Buenos Aires, por el aspecto moral de la empresa, y no solo por los detalles técnicos. No me refiero a la moral como una profunda disquisición sobre lo correcto en un sentido filosófico, sino como el ejercicio de ciertos valores en el día a día: laboriosidad, honestidad, previsión, justicia y amor a la naturaleza. Cada decisión también es moral, y por eso Hernández lo recalca: "Nos propusimos escribir un libro útil y moral a la vez. Los lectores juzgarán si hemos llenado puntualmente este doble propósito". Llamativa manera de encarar la cuestión agraria, es decir, la cosa pública.

"Instrucción del Estanciero", cuyo subtítulo es "Tratado completo para la plantación y manejo de un establecimiento de campo destinado a la cría de hacienda vacuna, lanar y caballar", fue publicado en 1881. En el prólogo de la obra, José Hernández nos deja una sugestiva reflexión: "Tengamos fe en el progreso; pero no olvidemos que, en el estado actual de la civilización, la fe entra por los ojos".

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