11 de marzo de 2009

LA SIESTA, ESE RATO SUPREMO

La revista Selecciones del Reader's Digest solía incluir una sección llamada "La Risa, Remedio Infalible". Pues bien, a la risa yo le agregaría la siesta, ese recreo que el alma se toma en medio de sus trajines cotidianos, y del cual resurge con nuevos bríos.

Mi padre ha sido toda mi vida un referente de la siesta, que Camilo José Cela denominó "el yoga ibérico". Cuando yo era chico siempre se hacía su pausa y se venía de la editorial a casa, a almorzar primero y a "echarse" un rato, para regresar a su escritorio sobrepasado de papeles viejos o nuevos. En nuestras vacaciones en Sauce Grande, la siesta de Papá era el intervalo poco propicio para ocurrencias ruidosas; siempre esperábamos con ansias el fin de su descanso porque significaba para nosotros la vuelta a la playa y la posibilidad de comprar facturas. Mi mamá también practica la siesta ahora que ya no tiene que cuidarnos a nosotros, sus hijos adultos.

Mi cuñado Sebastián es otro aficionado a la siesta. Sus horarios laborales le han permitido darse a la práctica del reposo vespertino junto a sus hijos, envuelto en un ponchito ideal para la ocasión. Ignoro si ahora ha podido mantener esa costumbre.

En lo que a mí respecta, recuerdo algunas siestas memorables, nunca tan famosas como los cuadros alusivos de Millet y Van Gogh, pero sí muy disfrutadas. La primera que me viene a la memoria es la que gocé en Cachi, ese pueblecito salteño de plaza y capilla blanca, donde todos se conocen y el ruido es un extraño. Allí llegué un día de mochilero, y después de comerme unas humitas me tiré con mis bártulos como almohada en un banco de la plaza, para dormirme al sol, panza arriba, arrullado por los pájaros. Fue inolvidable.

Otras siestas que recuerdo tuvieron lugar con mis hijos. En Santiago de Chile, en lo de la Abuelita Cupy, estaba descansando un día en mi cama y me trajeron a Sofía, que en ese entonces tenía un mes y medio de vida. La puse junto a mí, toda acurrucada, y nos dormimos una de las mejores siestas de mi vida. Valentina, a quien pueden ver en sus tiempos de recién nacida en la foto que cierra la columna, sabe echarse unas siestas olímpicas cuando estamos todos en casa, segura de que la cuidaremos. Y reciencito nomás, dejé dormido a Pedrito en su cuna, con su año recién cumplido, que se adormiló escuchando jazz del viejo conmigo, mientras llovía sobre Buenos Aires. Como dice mi mamá y decía mi abuela Bob, Glen Miller "is smooth". Su imagen es la que encabeza y ha inspirado estas líneas.

Con Rosko también he dormido siestas memorables, donde solo se oía algún suspiro suyo, que estaría soñando con interminables corridas en el parque, seguidas de una zambullida en alguno de los lagos de Palermo.

El mismísimo día que me casé me dormí una buena siesta antes de emprender la partida a la iglesia. Fue muy provechosa, ya que la fiesta terminó a las seis de la mañana y yo seguía bailando.

Muchas personas se lo toman bien en serio, y antes de dormir la siesta bajan las persianas, se ponen el pijama y abren la cama. Yo nunca he llegado a tanto, lo mío es una siesta que podríamos llamar "casual", más espontánea y exenta de semejantes preparativos. Ahora, el ejercicio de la siesta se me ha complicado, porque los hijos no perdonan. Este descanso ha pasado a ser un hábito de lujo, que nos repartimos Paula y yo cuando queda algún hueco de calma en el hogar donde los pequeños son mayoría... y tiranía.

En ciertos países como Francia y Tailandia la siesta ha sido regulada por los organismos de control laboral, y los investigadores concluyeron que una pausa en la jornada podía incrementar la productividad de los empleados. Sin embargo, otros (aguafiestas) dicen que la siesta puede indicar problemas ocultos tras la aparente necesidad de descanso. En las provincias argentinas no les preocupa: muchas reparticiones estatales, o pequeñas empresas, hacen un corte a la tarde porque la gente se va a dormir la siesta. Para mayores pruebas, basta con llamar a alguna secretaría estatal: nadie atenderá. En Buenos Aires ese hábito ha perdido vigencia.

En España, una empresa hizo una encuesta que arrojó las siguientes conclusiones sobre la práctica de la siesta:

- 8 de cada 10 españoles prefiere el sofá, y en 8 de cada 10 casos se puede descartar un sofá si no es cómodo para sestear.
- No importa que la duración recomendada para una siesta sea de entre 15 y 20 minutos: 9 de cada 10 lo supera y 3 de cada 10 duerme más de 40 minutos, aunque los expertos lo desaconsejan.
- El 70% de los encuestados destacan la importancia de la luz y establecen que la ideal es la tenue e indirecta, una luz cálida que invite al relax o incluso la ausencia de luz.
- Gran disparidad de opiniones sobre el ruido: el 50% necesita silencio absoluto pero al 30% no le molesta y el 20% prefiere sonido ambiente sin el que no puede dormir.
- Entre los que necesitan sonido, el 40% ve los documentales vespertinos, pero también los hay que duermen con la radio, con música clásica, con películas o con eventos deportivos como el ciclismo.
- La postura es fundamental: el 78,9% prefiere dormir tumbados (el 37,5% a pierna suelta) y el resto lo hace sentado con los pies apoyados en una mesita.
- Adiós al pijama: sólo 1 de cada 10 lo usa; más de la mitad prefieren ropa cómoda como el chándal (el "jogging" de los españoles) mientras que 3 de cada 10 necesitan de una manta que los tape.
- Los perjudicados: 7 de cada 10 encuestados que no pueden permitirse la siesta por el trabajo estarían dispuestos a hacer algún sacrificio para conseguirla.
- Entre los sacrificios están comenzar antes la jornada laboral (40%), salir más tarde (30%) y comer en menos tiempo (30%).
- El 54% de los entrevistados vería con buenos ojos que en su lugar de trabajo se habilitasen zonas para sestear.

A mí, qué quieren que les diga, me parece que la siesta es un rato de gloria antes de proseguir la batalla que nos hace héroes cotidianos. Que descansen.

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