1 de noviembre de 2006

FELIZ ANIVERSARIO

Hace ya cuatro años que Paula y yo nos casamos. Puedo decir que fue la mejor decisión que tomé en mi vida. Estoy intentando que ella piense lo mismo.
Aquella mañana me fui con mi amigo el Capitán Escarlata a comprar el cotillón. Fue divertido elegir pelucas, sombreros, gorros, collares, trompetas y otros objetos de San Lorenzo y comprar metros de tela azul y roja que funcionarían como banderas en la fiesta.

Después fuimos a llevar todo al salón, que era nada menos que el Club de Pescadores, emblemático lugar de Buenos Aires sobre el Río de la Plata. Allí nos tomamos una cervecita en la barra, y el cajero, que había estado escuchando nuestra conversación, nos preguntó si se casaba un amigo nuestro. "Me caso yo, esta noche, y la fiesta es acá", le contesté. El tipo me miró estupefacto y me dijo: "Si yo me casara hoy sabés cómo estaría...".
Pero yo estaba muy tranquilo, con la serenidad de quien va llegando a su meta en tiempo y forma. Le dije a Escarlata de quedarnos un rato más ahí en el muelle, tomando el solcito primaveral, pero me convenció de volver para el centro a empezar mis preparativos. Lo acompañé a comprarse una camisa para la fiesta y después me fui a domir una siesta, la última de soltero.
Después de una horita de sueño me levanté, me bañé, recibí a un par de amigos que me habían venido a visitar, y me puse el disfraz de novio. En un santiamén, después de tomarme un Nesquik, me fui a visitar a Luis, aquel amigo de quien ya he hablado. Allí en su casa de Parque Avellaneda reinaba la tranquilidad que me hacía falta en esas horas. Me comí dos sanguchitos de lomito, y cuando el sol ya se había despedido de mi soltería me fui en taxi a buscar a la Abuelita Cupy, quien sería la madrina de Paula a sus 93 años.
Llegamos a la Basílica del Pilar mientras se casaba la pareja anterior a nosotros. La Abuela quería entrar por el pasillo central de mi brazo en pleno casamiento ajeno, y me decía que en Chile se hacía así. Por suerte logré convencerla de que lo indicado era aguardar nuestro turno y nos fuimos por un pasillo lateral a la iglesia. Nos quedamos en la sacristía esperando por nuestro momento y recibiendo las visitas de los familiares ansiosos. Finalmente, llegó la hora y encaré el altar para esperar a la novia.
La misa se me pasó como una ráfaga de ritos y ceremonias, acunado por un coro impresionante y muy concentrado en mi rol de animador. El único momento de cierta tensión, si es que se lo puede describir así, fue cuando no podía ponerle el anillo a mi novia. Al tercer intento recordé la técnica que me habían explicado en la joyería amiga, y con no poco esfuerzo lo logré. Después de la comunión leímos una oración que habíamos escrito nosotros, y tras la bendición final salimos por el pasillo repartiendo sonrisas a diestra y siniestra.
El momento de comprometerme ante el Barba a amar y respetar a Paula durante toda mi vida fue casi uno de esos sueños en los que uno se despierta y de repente ya está casado, y empieza la fiesta. De repente me encontré a mí mismo confundido en abrazos y recibiendo comentarios laudatorios y no tanto sobre mi corbata de San Lorenzo, en el Día de Todos los Santos.
Como siempre, hubo sorpresas entre los presentes. Tal vez el caso más emblemático haya sido el tío de mi amigo Arturo, Pirincho (quien de esta manera queda inmortalizado en Internet). Nos había dicho por carta manuscrita que no vendría siquiera a la iglesia debido a que era el cumpleaños de su novia. Unos días después de esa sentencia me mostró un saco que había planchado especialmente por si las moscas. El resultado fue que no solo vino al casamiento, entró a la iglesia y se quedó durante toda la ceremonia, sino que además vino a la fiesta y se divirtió como hacía mucho no lo hacía. Fue su último gran acontecimiento, que disfrutaba contando a sus conocidos.
El primer lugar donde nos sacamos fotos fue el bar "Los Porteños". He puesto la foto: allá al fondo, debajo del vidrio, le había declarado mis sentimientos a una Paula algo escéptica el 20 de enero de 2001. En segundo lugar fuimos al Jardín Japonés, a la vera del cual me robarían la alianza de oro dos meses más tarde y, vaya detalle que tuvieron, dos años exactos después de haber conocido a mi mujercita.
Finalmente rumbeamos para el Club de Pescadores a bordo del Falcon debidamente preparado.
Llegamos bastante tarde, aunque la gente había calmado su hambre en las entradas debidamente ofrecidas. Irrumpimos en el salón al son de "El amor, amor", en la versión de Joan Manuel Serrat, y sorprendimos con un baile improvisado que incluyó varios zapateos sui generis de este servidor, con las palmas de la concurrencia. Después nos sentamos a comer y beber, aunque poco pude hacer a este respecto.
Fue una fiesta muy divertida, y por supuesto muy particular para nosotros. Habían venido muchos amigos de afuera, más exactamente de Estados Unidos, España, Italia, Francia, Inglaterra, Chile y Australia. No paramos de bailar (tango incluido) hasta las seis de la mañana, cuando detuvimos el esqueleto para observar el amanecer sobre el río inmóvil. Cerramos oficialmente la fiesta bailando "Carpet Crawlers", un himno de Genesis que le puso a esa clausura mi nombre y apellido.
En mi caso, el día de mi casamiento tuve una sensación de etapa cumplida, pero no solo en lo referido a mi soltería, sino a mi relación con todas las personas que allí estaban. Fue una noche mágica, aunque suene cursi, porque nunca más volveremos a tenerlos a todos juntos en ese lugar. Porque algunos han partido para siempre y otros habitan geografías lejanas.
Un irrefrenable afán de compartir nuestra alegría fue la salsa de aquella fiesta. Nuestro objetivo era transmitir la más pura y transparente felicidad que llenaba nuestros espíritus, y a juzgar por los comentarios que aún hoy día sigo recibiendo, creo que lo logramos en buena medida.
Solo puedo agradecer, en esta columna tan personal, a Paula y a todos los que llenaron mi casamiento de música y color. Algún día nuestros hijos verán ese video y esas fotos, y sabrán que su papá es un hombre afortunado.

1 comentario:

Anxie dijo...

Lo unico que me queda por aportar ami del posteo de hoy (porque con lo narrado ya es suficiente) es que fue una noche inolvidable, en especial porque cuando tuve que subir a esa especie de altar en la iglesia y leer unas palabras me puse tan nerviosa que no supe que decir... y hubo un minuto de silencio, y me senti tremendamente avergonzada, sentia que le habia arruinado la ceremonia a mi hermana. Pero depsues la supe "remar" y dije lo que me tocaba... ademas luego recibi unas palabras de aliento que me decian: daleee no lo hiciste mal cheee.. y con la fiesta y todo se me paso el enojo y la bronca de no poder decir dos palabras... ahi se dan cuenta de que ese casamiento significo mas que una simple fiesta...
Por lo demos digo: la pase realmente bien, el amanecer le dio ese toque de "romanticismo" y estuvo todo muy muy muy lindo...

SALUDOS