20 de diciembre de 2008

TOTÓ Y EL REINO DE LA ALEGRÍA


Totó se ha ido ayer y nos ha dejado, paradójicamente, con una sonrisa en nuestros rostros. Cuando alguien deja los ropajes terrenales para partir a la eternidad, deja aquí sus valores, que heredan quienes lo despiden.

Mi tía siempre fue una dama de la alegría. El mismísimo día en que su larga despedida comenzó, la mencioné en este rincón a propósito del bosquecillo donde vivía un grupo oculto de enanitos.

Mi primer recuerdo franco de ella surge de uno de mis cumpleaños infantiles, tal vez cuando llegué a mi primera década. Escudado en mi inútil timidez, fui a soplar las velitas y Totó me estampó el rostro en la torta bañada en merengue. Mi mueca impotente de aquella ocasión se ha transformado en una ancha sonrisa al recordar la escena.

Quizás el mejor homenaje que pueda rendirle a mi tía sea un paseo imaginario por la quinta. Porque Totó y la quinta son lo mismo. Ese lugar matizó mis primeros quince años a tal punto que allí estuve a punto de perderme yo en la eternidad. Como me dijo mi padrino salvavidas, en la agridulce jornada de ayer: "La última vez que nos vimos fue en el fondo de una pileta".

La canchita de fútbol de la quinta fue el primer templo de mis liturgias futboleras. Allí llevábamos nuestra pelota naranja de plástico y ensayábamos pases mágicos con mi hermano y mi primo Carlitos, mientras Totó disponía las mesas del almuerzo y Tío Fernando hacía el asado. Recuerdo particularmente un centro de mi hermano, que impulsado por mi cabezazo en palomita terminó en el ángulo superior derecho. No jugábamos ningún partido, ni siquiera un "mete gol entra", pero lo recuerdo como un gran cabezazo, y debía tener diez años. Cuánta alegría me daba cambiarme en el cuarto de las raquetas de madera y salir corriendo hacia la cancha como si estuviera emergiendo del vestuario del Maracaná...

Ya he contado que en la quinta aprendí a andar en bicicleta, gracias a mi prima Dolores. Para subirme al viejo vehículo, ponía un pie sobre el estacionamiento de bicicletas e impulsaba un pedal con el otro, con el fin de tomar un poco de velocidad y hacer equilibrio. Entonces, cuando me lanzaba por el camino empedrado de la quinta y lograba dar una vuelta completa, la alegría era mi bandera.

Athos fue otro personaje de ese escenario, que representó para mí el primer perro amigable de mi biografía. Un cocker sociable y movedizo, muy diferente de otros anteriores que me habían tirado al suelo, no sé si por impulsivos o por agresivos ante el terror que me inspiraban. Recuerdo a un ovejero alemán que se abalanzó sobre mí y se me hizo una especie de monstruo cavernario. Los perros eran para mí, hasta que conocí a Athos, una subespecie de los basiliscos que a su sola visión, no me mataban pero me hacían llorar y temblar. Athos, en cambio, andaba siempre de acá para allá con sus patitas cortas, y podía acariciarlo un poco. Un día se fue buscando nuevas aventuras, por la zanja del costado de la cancha, y no lo vimos más. Athos era alegría pura en versión perruna.

Totó se ha ido, pero tras de sí dejó su alegría, la que veo en Tío Fernando y sus hijos, y sus nietos, que adoraba. Es la alegría que ella mamó en su propia familia, con mi papá, con Tío Paco y con Tío Carlos. La alegría que resistió a una guerra cruel y una desesperada fuga entre sombras, al exilio de su Barcelona querida a esta Buenos Aires nueva, y a la pérdida demasiado temprana de un padre cansado. La alegría que nosotros también hemos heredado y queremos regalarles a nuestros propios hijos.

Esta Navidad tendrá un aire de melancolía, pero todos sonreiremos y brindaremos y cantaremos, y Totó estará entre nosotros, en cada regalo, en cada oración y en cada broma.

Y en mi próximo cumpleaños, el merengue de mi torta brillará intacto, pero cuando nadie me vea me pasaré apenas un poquitín de él por la punta de la nariz, y un guiño de arriba caerá sobre mí, tiernamente.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sin duda la imagen que tengo de Totó, sin conocerla demasiado, es de pura alegría con una gran sonrisa y llena de energía.
Mis momentos especiales con ella fueron cuando estuve en el hospital luego de tener a Sofía, a Valentina y a Pedro. No faltó a ningún nacimiento!! Y vino a alegrarme un rato cada vez.
Siempre un poco apurada porque me decía que tenía cosas que hacer, o quizás era la escusa porque pensaba que iba a molestar. La verdad es que me encantó cada visita y no quería que se fuera. Como dije siempre iba bien alegre y le encanataban los bebés. Y a mí me encantó poder compartir con ella esos momentos y que pudiera tener en brazos a sus sobrinos nietos.
Creo que sus hijos, en particular Dolores a quien más conozco, han heredado esa hermosa sonrisa que lo inunda todo cuando llega.
Mis cariños a toda su hermosa familia!!!!