13 de octubre de 2008

ESPAÑA Y AMÉRICA

En este espacio ya nos hemos ocupado de Colón. También nos hemos preguntado si el ¿genovés? pudo haberse deleitado con el chocolate.

Lo más interesante de la llegada de España a América es, a mi juicio, el encuentro (no siempre violento) entre dos mundos tan diferentes, pero tan unidos por la naturaleza humana, que es la misma en todas partes. El cuadro que encabeza estas líneas refleja de alguna manera esa idea. Es de Ricardo Balaca, del siglo XIX, y muestra el reencuentro de Cristóbal Colón con los Reyes Católicos en Barcelona. Puede observarse allí a cuatro de los seis aborígenes que había llevado con él a España.

Cuando leemos y estudiamos cómo era la sociedad en Europa y cómo lo era en la América precolombina podemos encontrar puntos en común: tenían una o varias religiones, decidían ciertas cuestiones con un criterio simple de poder y se conquistaban los unos a los otros sobre la base de la ley del más fuerte. En ambas existía una tendencia natural a reproducirse y a buscar medios para la subsistencia.

Como poseedor de sangre española, yo estoy muy contento con el hecho de que estas tierras hayan sido colonizadas por España. Una vez que el proceso histórico maduró, tuvimos la independencia a través de San Martín y tantos héroes ocultos, y tras un rechazo inicial a todo lo ibérico, el equilibrio natural llegó en el siglo XX.

Uno de los frutos de ese equilibrio es este poema de Borges, precisamente titulado "España":

Más allá de los símbolos,
más allá de la pompa y la ceniza de los aniversarios,
más allá de la aberración del gramático
que ve en la historia del hidalgo
que soñaba ser don Quijote y al fin lo fue,
no una amistad y una alegría
sino un herbario de arcaísmos y un refranero,
estás, España silenciosa, en nosotros.
España del bisonte, que moriría
por el hierro o el rifle,
en las praderas del ocaso, en Montana,
España donde Ulises descendió a la Casa de Hades,
España del íbero, del celta, del cartaginés, y de Roma,
España de los duros visigodos,
de estirpe escandinava,
que deletrearon y olvidaron la escritura de Ulfilas,
pastor de pueblos,
España del Islam, de la cábala
y de la Noche Oscura del Alma,
España de los inquisidores,
que padecieron el destino de ser verdugos
y hubieran podido ser mártires,
España de la larga aventura
que descifró los mares y redujo crueles imperios
y que prosigue aquí, en Buenos Aires,
en este atardecer del mes de julio de 1964,
España de la otra guitarra, la desgarrada,
no la humilde, la nuestra,
España de los patios,
España de la piedra piadosa de catedrales y santuarios,
España de la hombría de bien y de la caudalosa amistad,
España del inútil coraje,
podemos profesar otros amores,
podemos olvidarte
como olvidamos nuestro propio pasado,
porque inseparablemente estás en nosotros,
en los íntimos hábitos de la sangre,
en los Acevedo y los Suárez de mi linaje,
España,
madre de ríos y de espadas y de multiplicadas generaciones,
incesante y fatal.

Terminemos este texto hispanófilo con la mención de que hoy se cumple un aniversario de la unificación de la bandera española en una única roja y gualda, por obra de un decreto de Isabel II en 1843.

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