Una de las cosas que más disfruto en el escaso tiempo libre del que dispongo es ir a mi bar amigo a desayunar leyendo el diario. Es una liturgia que aprendí de cadete, cuando me mandaban siempre a hacer un mismo recorrido por el barrio de la Boca o Barracas, y me compraba unas facturas en una panadería de la avenida Martín García. No me sentaba en ningún bar, pero gozaba ese rincón gastronómico que me había creado en un barrio extraño a mis andanzas de purrete.
Más adelante, cuando tuve algunos sobrantes de moneda, empecé a frecuentar los cafés. Y así un día me metí en el Tortoni y observé a los señores importantes que pasaban junto a mi mesa, y a las señoras que se juntaban a hablar de sus nietos con las amigas.
El café puede ser solitario, cómo no. Quien gusta de escribir tiene a las mesas de café entre sus escritorios favoritos, porque allí observa parte de la comedia humana que servirá de materia prima para sus propias invenciones. El poeta disfruta de la lluvia en una mesa de café. Y quien goza con la buena lectura también suele ser un animal de bar.
Los cafés de Buenos Aires, los de antes, tienen ese no sé qué al que creo haberme referido alguna vez en este rincón. Sus mozos de saco blanco y moño negro son los mozos que siempre quiero que me atiendan, y prefiero las mesas de mármol o madera a las de fría fórmica. El café, sin azúcar, gracias. Y un diario, el que sea. Más de una vez me he ido de un bar porque no tenían un diario disponible para mi lectura.
El café es punto de encuentro. El otro día me topé con el Botón, un viejo compañero de trabajo y ferviente lector de este blog a quien bauticé con ese apodo -pese a sus quejas- porque en cierta ocasión me había mandado al frente con nuestro tesorero en cierta cuestión menor (nada relativo a dinero, aclaremos). Conversamos casi una hora y media de la vida, del pasado, el presente y el mañana, pero no arreglamos ningún asado ni reunión ni nada con vistas al futuro. Con muchos amigos, conocidos, ex compañeros y demás tipologías, es mejor así. Es la vida la que se encarga de concretar el encuentro en el momento y lugar ideales. Y si no lo hace, tal vez sea por alguna razón valedera. Mientras tanto, saben dónde encontrarme.
Esta columna es un homenaje a la Oveja, un animal de bar.
26 de abril de 2008
EL DIARIO Y EL CAFÉ
TEMAS: OCIO
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