17 de abril de 2008

HUMO

De repente, la ciudad que habito se ha visto envuelta en una tiniebla sutil, surgida de un incendio lejano, misterioso, casi irreal por lo ridículo. Mientras el fuego arde en las Lechiguanas del Delta, el humo invade nuestra existencia como un invitado sin tarjeta, insolente y extraño.

Uno de los cuentos magistrales que Manuel Mujica Láinez nos dejó en "Misteriosa Buenos Aires" fue "El Pastor del Río", que relataba el día en que el Río de la Plata se había retirado de la ciudad y había dejado tras de sí una alfombra de barro desolada. El agua se rebelaba contra el hombre, pero no como ahora, con un tsunami o un granizo feroz, sino con su simple ausencia, con una especie de huelga estética que dejaba huérfana a la ciudad del río color de león.

Esta irrupción del humo en Buenos Aires me ha traído a la memoria aquella historia de 1792. Es una interrupción graciosa pero trágica para algunos al fin, y casi ingenua, de la rutina que tiraniza la vida de tantos. Las rutas han sido cerradas, los ómnibus han descansado en las terminales y un aroma extraño a quemado ha llegado a nuestras narices y ha rozado molesto nuestros ojos.

Suele hablarse de una cortina de humo como un invento hecho para desviar la atención de lo importante. También criticamos a los vendehumo, esos que la van de grandes próceres y resultan vulgares impostores, creadores de fábulas sin moraleja. "Se hizo humo", decimos cuando alguien desaparece repentinamente. Así pues, el humo no tiene muy buena imagen, valga la paradoja, entre nosotros.

Pero esta vez, y al margen de las desgracias que ha ocasionado, el humo parece ser un visitante etéreo y curioso; un protagonista difuso del que se habla en oficinas, clubes y bares. Un ser sin rostro, pero tan vital como para robarle el lugar a otras noticias en las tapas de los diarios, y a otros temas más duros en la conversación con el vecino. La naturaleza siempre es noticia.

Tal vez este humo marrullero es un mensaje secreto, un retazo de un poema sin terminar que alguien descolgó de una nube y no pudo retener. Yo me huelo que esconde algo bajo el poncho invisible, y cuando al fin se retire no lograremos dar con su verdadero dueño, ese que todo maneja y se pierde, al decir de Mujica Lainez, en los pajonales de la llanura, risueño.

Poco le queda. En unos días, seguramente, lo habremos olvidado en medio de las preocupaciones terrenales y crematísticas que nos marca el almanaque. El viento, como el agua del río, volverá, y el humo se hará humo.

2 comentarios:

JR dijo...

Es delicioso el azar, a veces. Gracias por la charla, por la gratisima compañia, por el aire, pero por sobre, por los tres abrazos, siendo que cualquier burócrata del sentimiento se hubiera conformado con los dos reglamentarios.

Otro abrazo

El Bambi dijo...

Gracias, Botón. El tercer abrazo es el abrazo.