9 de febrero de 2007

EN UNA NOCHE MILENARIA VIII

Le dije a Ana de vernos por ahí para tomar algo y charlar un poco. Ella me pidió, por primera vez en mucho tiempo, que no la llamara en los siguientes tres meses, que le gustaba saber de mí pero que cuando iba a algún boliche o hablaba con otros muchachos se acordaba de mí, y que no podía seguir así. Yo le dije que no me parecía que fuera incompatible vernos y seguir con nuestras vidas, que de hecho yo salía con otras chicas y eso no quería decir que no pudiera tenerle aprecio a ella. Pero no hubo caso, y no tuve más remedio que aceptar su pedido. Por tres meses dejaría de llamarla. Fue la última vez que hablamos por teléfono, y apenas 36 horas después ni siquiera me preguntaba qué pasaría cumplido ese plazo, porque mi biografía había virado su rumbo por completo, y por decisión propia.

De todas maneras, no puedo negar que esa tarde de sábado estuve triste, y me fui a caminar por ahí. Me metí en el bar "Beckett", mi refugio en Palermo Viejo, y garabateé algunas líneas dedicadas a ella, donde expresaba mi desazón. Nunca las leyó.

De regreso del bar llamé a una muchacha que me había dado su teléfono la semana anterior, pero no estaba en su casa. Se suponía que íbamos a salir, pero al parecer le había salido otro programa mejor. Entonces me fui a comer pizza a "Los Inmortales" con otra que a su vez me hablaba de sus propios problemas. Volví a casa tarde, bien tarde, como un retazo olvidado de la noche sombría.

Al día siguiente, día de hallazgo, día de milagro inesperado y rayo fulminante, me fui de nuevo a "Beckett" a tomar algo con mi amigo Dido. Él se fue y yo me quedé un rato más, oyendo el disco que siempre le pedía a mi moza amiga. Después tomé por la calle Uriarte e investigué la fachada del edificio donde vivía la chica del colectivo, nomás para ir haciéndome una idea. Tal vez un perro labrador me adivinó desde aquel balcón.

Llegó, pues, la noche del domingo 14 de enero de 2001. Remera negra, jeans y zapatillas. Me tomé el 152, bajé en Güemes y Serrano y caminé hasta Uriarte 2284. A las once en punto, tal como habíamos quedado, toqué el portero eléctrico. Pero nadie contestó, porque ella no estaba.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Ella no estaba? cachis!!