13 de septiembre de 2006

¿HACE MUCHO QUE NO PASA?

Son caballos de hierro que circulan por casi todas las calles de Buenos Aires. En su interior se tejen historias, nacen bebés, se conversan problemas, se arregla el mundo, se conoce la ciudad, se miran planos y recorridos, se reflexionan problemas, se adivinan intenciones, se insinúan miradas, se sufren frenazos, se ocasionan esguinces, se hurtan carteras, se cuentan monedas, se observa a los prójimos, se toman decisiones, se hacen llamadas, se atienden llamadas, se piden boletos, se eligen canciones, se escuchan partidos.

Son los colectivos. La historia empezó en Lacarra y Rivadavia, en el barrio de Floresta, cuando el primer colectivo de la historia partió y llegó hasta Primera Junta. En la esquina mencionada hay una placa que recuerda el hecho.

Mi experiencia en los colectivos es vasta, dado que trabajé como cadete desde las vacaciones de mis 15 años. Así conocí las calles de Buenos Aires. Beazley, Darwin, Escalada, Franklin, Isabel La Católica.

Para mí, en los colectivos hay un antes y un después del 31 de diciembre del 2000 a las nueve menos diez de la última noche del segundo milenio. Fue en el 60 Panamericana Ford. Yo detestaba la línea 60, y ahora es mi favorita. He relatado esta historia decenas de veces. Anoche fue la última, en el subte.

Los primeros colectivos que me tomé fueron el 39 y el 152. Ahora son otros: el 168 y el 184, porque son los que me devuelven a mi casa después del trabajo. En el 152 sufrí mi primer y único hurto de billetera, cuando era bastante chico. La línea 168 es la del cuento de Cortázar.

Los colectivos identifican distintas etapas de nuestra biografía. El 102 y el 38 son la secundaria, el 132 una novia en Caballito, el 108 las tardes de estudio en lo del Fósil. El 59 las jornadas de ping pong en lo del Nono, el 15 es el fútbol en Atalaya, el 10 y el 130 mis primeros dos años de casado. Una vez, a los 12 años, me colé en un colectivo, casi de casualidad y por la presión de la masa que había subido detrás de mí. Estaba dispuesto a esconderme detrás de algún pasajero ni bien subiera algún inspector.

Los colectivos también identifican canchas. El 150 y el 101, la del Ciclón. El 102 boca, el 130 Ríver, el 10 los de Avellaneda, el 106 Vélez. El 59 Huracán, el 152 Platense, el 5 Ferro, el 50 Deportivo Español... Y el Río de la Plata, las canchas de La Plata, valga la redundancia. En mi época de cuervo descerebrado (que tal vez no haya terminado del todo), escribía "Ciclón" en los asientos de atrás de los colectivos. ¿Qué hincha que se precie no ha vuelto de la cancha colgado del parante de afuera, con la uña del dedo gordo en el estribo y acompañando con el cuerpo los movimientos de freno y avance? Era como estar cantando en el alambrado.

Hay toda una ciencia del colectivo. Uno va desarrollando, por ejemplo, un instinto que permite saber quién se bajará primero para que uno ocupe su asiento. También es importante saber ciertos detalles: dónde está el hueco de la rueda que eleva el nivel del suelo en determinado asiento; qué asientos se ponen calientes por efecto del motor; qué lugares permiten disponer de la apertura o el cierre de la ventanilla; cuándo dejar que pase el colectivo para tomar el siguiente, que vendrá más vacío.

Una sabiduría aparte, en la inmensa ciudad, es saber qué colectivo nos deja bien en un punto determinado. En mis épocas doradas de cadete podía responder siempre a esta pregunta. En la actualidad, a veces tengo que consultar.

Esta columna fue inspirada por un coche de la línea 184, que me tomé en la noche del viernes. El chofer, que ya me conoce y marca 0,75 cuando subo, pasaba un CD eterno de música bolichera, acorde con su ubicación temporal en la semana. Estaba rodeado de peluches, estampitas y espejos, y había iluminado todo el colectivo con luz negra. No daban ganas de bajarse.

De tanto en tanto, cuando salgo muy cansado del trabajo, me tomo un taxi de saco y corbata. Y entonces siento dentro de mí ese tintineo infalible de la conciencia de pibe, que me relojea ofendida. "¿Qué hacés ahí arriba, que ni siquiera podés elegir asiento?". Y desde un rincón del ayer, el cadete me contempla, con su mueca de atorrante y la Lumi deshojada bajo el brazo.

2 comentarios:

El Bambi dijo...

Gracias Kluivert, muy bueno el homenaje a la Cobra, es un grande.

El Bambi dijo...

Nunca la publiqué completa, he hecho varias menciones parciales acerca de esa historia. Paula y yo la tenemos escrita, cada uno con su versión.

Ya aparecerá en este espacio, muy pronto.