10 de mayo de 2006

APODOS

Hay algo que nadie deja de tener, sea quien sea. Es el nombre.

Ya antes de nacer, casi siempre, se nos impone un apelativo que no elegimos. Y tal como tenemos un nombre, una gran porción de personas también ostentamos un sobrenombre.

En la Argentina el apodo es casi un segundo nombre. Uno conoce personas tan solo por el apodo, sin saber su verdadero santo y seña. Tal vez sea parte de la costumbre nuestra de dotar a todo de una versión extraoficial o deformada.

En mi caso, registro una robusta cantidad de motes a lo largo de mi trayectoria. Ya desde mis primeros años, en que mi padre me llamaba "el señorcito" y el resto me decía simplemente "Nacho", se han ido agregando otros sobrenombres. Dentro de la familia también teníamos algunos apodos que después no trascendieron y quedaron escondidos entre las migajas de la infancia, aunque a menudo me encargo de recordarlos a mis hermanos.

En el colegio fui alguna vez Laucha, en mi primer equipo de fútbol fui Gaitita y en el segundo fui Biafro. En mis lugares de estudio fui Freddy, Cuervo o Eddie (por Van Deusen = Van Halen). En un trabajo me decían Pichi (por ser el más novato, lógicamente), en otro Speedy (por mi celeridad en los trámites de cadete) y en un tercero me llamaban Colo o Colores. Un amigo psicólogo, Chicho, me dice Chacal. Ignoro si lo hace como amigo o como psicólogo.

Paula me dice de diferentes maneras, que me reservo. Una de ellas es la oficial y fuente de todas las derivaciones.

Si existe un apodo "oficial", es por supuesto "El Bambi". Las razones de este alias han originado algunos equívocos, que me he preocupado por aclarar. El mote surgió en un viaje en el colectivo 50 con mi amigo el Coco rumbo a la cancha de Deportivo Español, para ver ganar al Ciclón. Los años lo instalaron definitivamente, aunque no todos mis amigos me llaman así.

Curiosamente, los amigos que me conocen desde los seis años de edad me dicen sencillamente por mi nombre de pila, es decir, Ignacio. Pero todos los sobrenombres que he enumerado tienen o tuvieron una vigencia importante.

Simpática esta costumbre de poner apodos. ¿Cuáles son los tuyos, amigo lector?

3 comentarios:

Anónimo dijo...

No hay mucho que pueda comentar al respecto porque, simplemente, no me gustan los apodos.

Nada. No me gustan nada. Me parece que nuestro nombre nos identifica, y me gusta así.

No le digo (o pocas veces lo hago) Nacho al editor, ni Chify a Josefina, ni 'el pasante' a Nicolás (que, precisamente, es pasante).

Me llamo María Gabriela, y no soporto (con mayúsculas y subrayado) que me digan Gabi. Me dicen Mery, o María. Y hasta ahí llego.

Perdón por mi aporte poco simpático, pero es así. Creo que los nombres son hermosos y son una de las cartas de presentación más importantes que tenemos.

(Todo lo anterior no tiene ninguna validez para la Chochi, que lleva con tanta gracia su apodo que disfruto mucho llamándola así).

Anónimo dijo...

Es verdad, el tema de los apodos

es una Costumbre Argentina.

Desde chiquito que en mi casa

me dicen " NEGRO" . En el club

de fútbol que era el CENTENARIO

mi apodo era POROTO.

En la secundaria lamentablemente

( por mi primer nombre) para

todos era PEPE.

En la actualidad me conocen como

Marianitens, Marianito y PIQUETE


Saludos para todos y recuerden que

" Hay muchos garcas dando vueltas"

Anónimo dijo...

Creo que no sirve de mucho estar a favor o en contra de los apodos, porque es imposible no usarlos. Es más, hacen más eficiente la comunicación. En un partido de fútbol, ¿cómo pedir un pase, sino por medio de las palabras "toca river, rojo, pelado, gordo, etc." El fútbol es una fuente de apodos, aunque no la única.
Yo por algún tiempo fui el aleman, el chueco, el pelado, salva, asho, galetto, nikito, nico, niku, nikito...ah, y el pasante"