8 de marzo de 2010

UN ALTO EN LA PULPERÍA, Y EN EL PASADO


En uno de sus prólogos al Martín Fierro, escribió Borges al referirse a José Hernández en la Argentina del siglo XIX: "El creciente y despoblado país exigía (como sucedió en toda América) que cada uno de sus hombres obrara como muchos". Prilidiano Pueyrredón fue uno de esos hombres, y no necesitó ir a un campo de batalla para que su papel fuera importante en la sociedad nuestra.

Curiosamente, el segundo apellido del autor del Martín Fierro era Pueyrredón, pues era hijo de Isabel Pueyrredón, hermana de Juan Martín. Prilidiano y José, pues, eran primos hermanos.

Pese a que su padre había brillado como político supremo y guerrero de la independencia ya en la chacra de Perdriel –donde había luchado contra el invasor inglés- Prilidiano eligió más bien el camino del arte pero no se limitó a él, sino que concretó obras que resisten el desorden argentino. La más conocida, tal vez, sea la reforma de la famosa Pirámide de Mayo, que en realidad no es una pirámide sino un obelisco. Llamativa costumbre nuestra de no llamar a las cosas por su nombre.

La Pirámide de Mayo había sido diseñada por Pedro Vicente Cañete y Juan Gaspar Hernández en 1811, en pleno fervor independentista. En 1856, Pueyrredón la reformó alargando la obra original y agregándole una estatua de la libertad en su tope, hecha por el francés Joseph Dubourdieu. En sus cuatro ángulos, además, Prilidiano agregó figuras simbólicas que después fueron extraídas y hoy decoran el patio de la Iglesia de San Francisco y la Capilla de San Roque, a una cuadra de la Plaza de Mayo.

Como ingeniero recibido en Francia, Pueyrredón creó otras grandes obras: el puente de hierro por sobre el Riachuelo, que hoy lleva su nombre, no llegó a ser visto por él porque el primero, construído en 1867 con materiales traídos de Inglaterra, fue derrumbado por el río y reemplazado por otro, pero fue su proyecto. Curiosamente, frente a ese puente existe la calle Lavadero, que evoca a quienes iban a lavar su ropa al Riachuelo, como en aquel cuadro de Prilidiano que refleja a las lavanderas del Bajo Belgrano.

Además, diseñó el parque Pereyra Iraola, la estancia San Juan y la casa que hoy constituye la Quinta Presidencial de Olivos, en ese entonces casa del vocal Miguel de Azcuénaga. También ideó un proyecto para mejorar el abastecimiento de agua a los porteños sacando agua de pozos realizados en Barracas, aunque nunca se llevó a cabo. Prilidiano pensó asimismo en un muelle de pasajeros para la zona de Retiro y en un cementerio para la zona sur de la ciudad, hoy Parque Patricios.

La obra que he traído a este rincón, que se encuentra en el Museo Nacional de Bellas Artes, evoca la vida de la pampa argentina, de los gauchos fieros y las pulperías que semejaban oasis en el desierto verde de la llanura, refugios para los gauchos descastados y perseguidos por la ley, un ambiente que describe con maestría el Martín Fierro del primo de Prilidiano a quien ya nos hemos referido.

Pueyrredón pintó muchos cuadros que mostraban esa vida, y también imponentes retratos de personajes famosos. Los más conocidos de ellos, seguramente, son el de Manuelita Rosas, y el propio padre de Prilidiano, el gran Juan Martín que tan importante fuera en sostener políticamente la expedición de San Martín allende los Andes.

Honor y gloria, entonces, al primer pintor de la Patria.

Esta columna está dedicada a mi adorada esposa, quien me pidió que seleccionara esta obra para comentarla en La Bonita Prensa.

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