La alegría reina hoy en nuestro hogar, como cada día pero con más intensidad. Pedrito cumple dos años y su semblante caucásico acumula 24 meses de pura contemplación.
Nuestro tercer hijo es capaz de sonreir con la ternura a flor de sus malares, y de pasar repentinamente a una mueca amenazante en un segundo, casi como en una advertencia: "Soy bueno, pero también soy capaz de la peor diablura".
Pedrito es el heredero del apellido, el hombrecito que llevará el linaje más allá del siglo y plantará bandera azulgrana en cuanto ambiente adverso encuentre. Ya posee unas tres remeras de San Lorenzo, además de un frondoso cotillón que hoy seguirá completándose con regalos que son secretos hasta que sus ojazos azules los develen.
"¡Cómo te esperé!", le dije a Pedrito mientras lo sostenía en la neonatología, en el día bendito en que conoció la luz. Creo que sus hermanas también lo aguardaban, para dar rienda suelta a sus instintos maternales y retarlo cada vez que se mandara alguna macana. Su madre, siempre magnánima, lo espera en el final de la paciencia, donde este servidor ya no está, cuando la travesura está hecha y no hay regreso posible a la paz con su padre.
Pedro encarna la alegría, la promesa y el carácter de un papá que sueña con llevarlo a la cancha, enseñarle a hacer asados y explicarle cómo cree que se juega este juego de la vida, el que él jugará algún día con el nuevo sucesor. Mientras tanto, loada sea la infancia que le permite quebrar barreras con solo una mirada y sin palabras.
9 de marzo de 2010
PEDRITO, EL ENANITO MALÉVOLO
TEMAS: FAMILIA
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