En esta fecha de hoy Rosko habría cumplido diez años. El dato es demasiado relevante como para obviarlo en este blog.
Ya he relatado la noche en que este formidable perro me reconoció (antes que Paula). De inmediato surgió la amistad, no la de amo y mascota sino la de dos seres que se identificaban en la misma misión de hacer feliz a una mujer, y se hermanaban en la travesía rumbo a esa meta.
Las imágenes se repiten en la memoria: Rosko arrojándose feliz a uno de los lagos de Palermo, y yo corriéndolo y tropezando con la raíz de un árbol centenario para irme de cabeza al pasto: papelón de bufón a los ojos de nuestra dueña.
Otra escena: Rosko disfrazado de payaso en mi último cumpleaños de soltero, con un chaleco que Paula le había puesto y lo hacía parecer uno de esos hippies sesentosos de Woodstock, pero en versión canina.
Rosko supo cuidar a mi ahijada Janona, en momentos bravos, durmiendo al pie de su cama. También se hacía querer por aquellos que no soportaban su baba insistente. Alegró los días de Paula cuando ella más lo necesitaba, y fue uno de los responsables indirectos de que nos encontráramos en el dichoso colectivo milenario: mi mujercita volvió desde el Tigre a su departamento en Palermo Viejo solo con el fin de pasearlo a él y cerrarle el balcón para que no sufriera tanto con los petardos de Año Nuevo. Después se fue a esperar el 60 en Plaza Italia... Tanto amor por su perro le dio una familia entera.
Rosko escribía cartas. Epístolas cargadas de sentimiento pero también de reflexión perruna sobre los temas más variados. Paula es la dueña de esas cartas. Valga solo la cita de uno de sus párrafos, cuando escribió sobre el amor entre Paula y este servidor: "Él efectivamente cree hasta el día de hoy que tiene a la mejor mujer del mundo, y lo seguirá creyendo por el resto de sus días. Yo en cambio lo sé".
Rosko supo cuándo había llegado el momento de retirarse, y por supuesto antes que todos nosotros. En su última noche vino a dormir junto a mi cama, en una despedida tácita que yo no quise interpretar. Dentro de poco volveremos a tener en casa el futón donde le gustaba dormir a la noche, cuando supuestamente no lo veíamos. Cuando me despertaba e iba a la cocina a tomar un vaso de agua en medio de la noche, susurraba: "¡Rosko!", y él pegaba un respingo y se bajaba del futón, como dando a entender que no se había dado cuenta de que estaba durmiendo en zona prohibida.
Las anécdotas se suceden una tras otra, y en todas reina la alegría, como cuando lo veo con su cabeza posada junto a la mano de mi amigo Luis. Rosko fue un perro único, que cumplió un papel especialísimo en nuestra vida, y es ahora el modelo de perro de nuestros hijos. Quien guste de los animales sabe de qué hablo.
Por todo esto es que este 10 de noviembre es especial, y esta noche habrá brindis en casa. Rosko vive.
10 de noviembre de 2009
ROSKO VIVE
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