En el siglo XVII, en España, ya se habían desarrollado técnicas y equipos para la búsqueda y recuperación de galeones, como lo revela un interesante manuscrito conservado en el Museo Naval de Madrid
El tema de la búsqueda de galeones hundidos en el fondo del mar con sus correspondientes cargas preciosas, estaba circunscripto hasta no hace mucho al ámbito de la literatura de ficción, del género de la aventura. Ya no es así. De un tiempo a esta parte ha pasado a ser noticia de gran actualidad que suele aparecer en las primeras planas de los diarios y, a menudo, en los informativos de la televisión.
Ante esos buceadores rebosantes de alegría que sin ningún pudor muestran los frutos de sus pesquisas submarinas -lingotes de oro y plata, joyas y monedas, que ascienden a menudo al total de varias deudas externas- uno, la verdad, tiene la sensación de haber perdido lamentablemente el tiempo, y se culpa por no haber nacido con "l'esprit de l'aventure", e incluso, si nos apuran, por no ser un hombre rana, dicho sea sin segundas intenciones.
Los galeones
Una mañana de julio de 1985 los diarios nos sirvieron con el desayuno los alucinantes relatos que el norteamericano Mel Fisher había hecho sobre el rescate del tesoro del galeón español "Nuestra Señora de Atocha", naufragado en los cayos de la Florida cuando transportaba a España lingotes de plata y otras menudencias por el valor de 400 millones de dólares. Una historia digna de James Bond, pero verídica.
Este ha sido sin duda el rescate submarino más espectacular hasta el presente. Se explica que el tal Fisher -que en rigor debiera llamarse Fisherman, o sea pescador- apareciera junto a sus buceadores ante las cámaras haciendo un alarde de espuma de champán francés sobre la cubierta de su navío.
En estos días nos enteramos por los mismos medios de que un enjambre de buzos y hombres rana especializados en esta lucrativa actividad, localizó finalmente los restos de otro muy buscado galeón, igualmente español, pero mucho más importante que el "Atocha", que probablemente sea "Nuestra Señora de la Maravilla" -¡y vaya si le queda bien el nombre!- naufragado en las Bahamas en 1656 con un argamento cuyo valor no baja de los 1.600 millones de dólares. Del botín reflotado uno ya se conformaría solamente con poseer la esmeralda de 49,5 kilates que -aseguran- contenía uno de los cofres recobrados. La piedra preciosa está justipreciada en un millón de dólares.
La búsqueda de galeones hundidos en las profundidades abismales de océanos y mares del planeta no es cosa de hoy, ni siquiera de ayer. Ya en el siglo XVII se aplicaban técnicas por entonces muy afinadas para intentar el rescate de los tesoros sepultados bajo las aguas. En el Museo Naval de Madrid se conserva un valioso manuscrito debido a don Pedro de Ledesma en el cual éste explica detalladamente cómo a la sazón se ubicaban los galeones españoles perdidos en accidentes propios de la navegación o a causa de los ataques de los piratas, ingleses y holandeses principalmente, que merodeaban por los mares del Nuevo Continente.
Un curioso personaje
El mencionado manuscrito, no hace mucho salido a la luz pública gracias a la inquietud y generosidad de la profesora Lola Higueras, jefa de investigación del Museo Naval de Madrid, encierra un valor documental inestimable ya que aporta datos significativos para el enriquecimiento de la historia de las exploraciones marítimas y la labor de los estudiosos del tema.
La profesora Lola Higueras piensa que el tal don Pedro de Ledesma probablemente sea el mismo personaje que por aquella época -inicios del siglo XVII- era secretario del Consejo de Indias, primero con Felipe III más tarde, hasta noviembre de 1622, con Felipe IV.
Los frecuentes siniestros de las naves de la Corona Española que hacían viajes regulares entre el Nuevo Mundo y la Península Ibérica, ya fuera por acción de las flotas de naciones enemigas o por los cañonazos de los filibusteros, tuvieron la virtud de aguzar el ingenio de la gente de mar para ubicar las embarcaciones y recuperar los tesoros con ellas hundidos.
Un documento "delicioso"
A través de las descripciones de Ledesma, en las que campea un tono deliciosamente ingenuo, el lector puede apreciar hasta qué punto es falsa la tan difundida imagen que pinta al español negado para todo cuanto pertenezca al reino de la inventiva y la técnica. Las cinco preciosas láminas -de un naif encantador- que ilustran y dan realce al documento, fueron realizadas en tinta sepia con una liviana aguada en azules, y tienen la calidad de un cuadro. Una gran parte de la obra de una sorprendente nitidez se debe, pues, a la impecable profesionalidad del fotógrafo Orónez.
Por cierto que alunos pasajes del manuscrito, dividido en dos partes, son de una prosa refrescante, de sabrosa y amena lectura. Así, por ejemplo, el autor dice en nota al pie de una de las láminas: "Esta invención hice yo el año 1623 en los cayos de Matacumbé para buscar los planos de los dos galeones con la plata, "La Margarita" y el galeón de don Pedro Pasquer. Hallé el uno a tres brazas". Alude -dice la profesora Higueras- al galeón "Santa Margarita" que varó y se destrozó en uno de los temibles cayos de los Mártires.
A propósito de las arriesgadas expediciones de búsqueda y rescate en aquellos lejanos tiempos, Lola Higueras comenta en el trabajo que le publicó el excelente semanario de Barcelona "Jano - Medicina y Humanidades": "Es evidente que estos pioneros de la inmersión debieron sufrir gravísimos percances durante su trabajo, aunque la propia naturaleza del mismo provocaría una rápida y dramática selección de hombres especializados, dotados y adaptados para sobrevivir a las inmersiones en estas condiciones". Y más adelante agrega: "Si pensamos que el hombre puede trabajar y habitar hoy hasta los 500 metros en las profundidades marinas de forma habitual, y que es capaz con ingenios teledirigidos, de explorar y explotar los recursos de los océanos hasta los 5.000 metros de profundidad, estaremos en situación de valorar el avance humano en este reto apasionante por dominar las profundidades marinas".
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A los navegantes de hoy, provistos de una afinadísima "parafernalia" de mapas, radares, sonares, rutilantes equipos de buceo, etcétera, los ha de animar sin duda la lección de coraje y empeño que les legaron sus antecesores, aquellos bravos buzanos del siglo XVIII, a pesar de los escasos y precarios medios con que contaban.
Virtualmente saqueados y degradados los recursos terrestres, la raza humana dirige hoy su mirada esperanzada al mar que no solo alberga en sus profundidades tesoros de galeones hundidos sino algo mucho más codiciable y duradero: riquezas energéticas y posibilidades alimenticias fabulosas. Del hombre depende en definitiva que esta excitante aventura submarina no se convierta en una desordenada e irresponsable explotación como la que ya aflige a nuestro castigado reino terrestre.
Publicado en "La Nueva Provincia", domingo 15 de febrero de 1987. Nota: La ilustración y los enlaces son agregados míos. Dedicado a mi adorada prima Carolina, que hoy cumple felices años.
23 de septiembre de 2009
DE TESOROS FABULOSOS HUNDIDOS EN EL MAR, POR CARLOS DUELO CAVERO
TEMAS: HISTORIA, TÍO CARLOS
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