31 de mayo de 2009

POE, EL CONFIDENTE DEL MAL

"Como poeta, es un poeta mediocre, una suerte de mínimo Tennyson. Y en cuanto a sus cuentos, cada uno de ellos, juzgado separadamente, adolece, me parece, de truculencia, de énfasis. Sin embargo, la importancia de Poe es considerable si la juzgamos históricamente. A esto que yo he dicho podría objetarse que más importante que cada página de un autor es la imagen que este autor deja y, sin duda, esa imagen de desdicha, de soberbia, de imaginación genial que ha dejado Poe es también una de sus obras”. Esto decía fiel a su estilo, sin vueltas, Jorge Luis Borges sobre el escritor de sangre irlandesa nacido en Boston en 1809, que murió con jóvenes 40 años por causas que hasta hoy se discuten. Poe fue un hombre envuelto en conflictos, y así lo dejó plasmado en su obra, donde el terror y el humor se encuentran en condiciones desiguales.

Edgar Allan Poe pertenece a ese siglo en que la mente humana volaba sin límites y creía en el progreso infinito. Sus relatos sobre viajes en globo a la Luna, muertos que permanecen en un estado intermedio entre esta vida y la de más allá gracias a corrientes como el mesmerismo, o inventos como “El jugador de ajedrez de Maelzel” reflejan una época, pero aún más que eso, una mente poderosa que voló sin límites y a la vez se sumergió en las profundidades de la conciencia y la moral humanas. Como en aquellos infelices de Dostoievski que se encuentran poseídos por el mal y lo cometen con placer, los personajes de Poe –siempre en primera persona, como una confesión de su propio laberinto- practican la maldad y además la describen con todo detalle, con un solaz que es en sí mismo perverso y terrorífico.

Ya que hemos mencionado a Borges, cabe mencionar la presencia de los sueños y los dobles en la literatura de Poe. William Wilson es el protagonista que se odia a sí mismo y no soporta su otro yo. “¡Ni un hilo en todo su traje ni una línea en todos los rasgos notables y singulares de su rostro que no fuesen hasta la más absoluta identidad, los míos propios!”. Así se queja Poe de su doble, y el final llega y deja al lector ensimismado en el terror.

Edgar Allan Poe no es un escritor para leer a la ligera. Su constante giro alrededor del mal y las profundidades del alma humana impone condiciones: el lector deberá pertrecharse para encontrarse con lo inesperado, y para creer que en los personajes de Poe también puede identificar algo que le pertenece: esa intimidante capacidad para hacer el mal que cada uno de nosotros tiene en su propio espíritu. El mal existe, y Poe lo conoció bien de cerca.

“Cuentos”, la selección de bolsillo que he elegido para comentar, es una buena y completa edición de los relatos de Edgar Allan Poe. La recomiendo a aquellos apáticos que no encuentren literatura que los conmueva, y también a los superados que no se asombran de nada. No lo aconsejo para noches solitarias y lluviosas.

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