23 de febrero de 2008

MÁS HISTORIAS DE LADRONES

Mi tercera experiencia con malvivientes (en la jerga de Crónica) fue la más traumática de las cuatro. Ocurrió en enero del 97, bajo el crudo sol del verano porteño.

Había ido a reposar mi humanidad, a las dos del mediodía, en el Parque Thays, donde antes quedaba el añorado ItalPark al que supe ir con Pablo Medici, el mismo cuyo Tren Fantasma había sabido disfrutar. Esta vez, la excursión no fue placentera. Estaba tendido en el pasto, escuchando música, y sentí a alguien que me tocaba la espalda. Me di vuelta y tenía un caño (caño = pistola) en la frente. "Dame todo y quedate quieto o te pego un cohetazo", me dijo un muchachote, mientras el compañero me sacaba minuciosamente y en diez segundos todo lo que tenía. O casi todo: tuvieron la bondad de dejarme el pantalón corto que llevaba puesto.

Lo demás desapareció con ellos rumbo a la Villa 31: remera, mochila, zapatillas, medias, pantalones largos, llaves de casa (cuya cerradura tuve que cambiar), walk-man (¡otro más!), reloj, cadenita de San Lorenzo y alguna otra cosa que no recuerdo. "Dejame los documentos", alcancé a gritarles, mas me quedé solo, en medio del parque, en cueros y descalzo pero con la dignidad a salvo...

Mágicamente aparecieron un heladero y un sujeto que había estado contemplando la escena plácidamente desde unos veinte metros de distancia. "Yo pensé que eran amigos que habían venido a saludarte", me dijo. "¿Qué amigos? ¡Eran chorros, me afanaron todo!", le contesté.

Me dirigí de inmediato, con mi aspecto ridículo, a la terminal del 17 que está ahí nomás, a ver si me llevaban gratis a la parada cerca de casa, y si no para que me dieran una moneda para llamar por teléfono a mi casa. La indiferencia fue atroz, y entonces me encaminé a las oficinas del Sistema de Tránsito Ordenado, que estaban a una cuadra de allí, a pedir ayuda. El asfalto hervía de calor, y tenía que correr como en mis competencias sobre la arena con mi hermano en Sauce Grande.

Entré y las mujeres que allí atendían me miraron con cara de susto, como si estuvieran ante un "flasher" depravado que venía a exhibir su masculinidad. "Me robaron", avisé, y se me acercó un policía.

- Qué tal, soy el principal José ¿qué problema tiene? - me preguntó en el colmo de la cargada.

Lo miré atónito y semidesnudo. "Me robaron todo en el Parque Thays", le sinteticé amablemente.

- Qué raro, porque siempre hay un patrulla ahí.

- Bueno, parece que esta vez no había ninguno.

En resumen, logré que una camioneta de las que ponen los cepos en los autos mal estacionados me llevara a mi domicilio. "Vos ahora llegás a tu casa y ya está, pero yo estoy hecho", me dijo el chofer, "ahora cuando vuelvo me rajan porque perdí la llave de un cepo". Entonces me di cuenta de que mi situación, vivo y con techo, trabajo y familia, no estaba tan mal.

Mi llegada al hogar, además de austera, fue surrealista. El portero del traje marrón me miró con sorpresa, tomé el ascensor y toqué el timbre de casa. Ver a mi madre abrir la puerta y llorar ante mis malas noticias fue peor aún. Atiné a ponerme una remera, comí algo y me fui a trabajar. Y otra vez, como en aquel primer asalto, debí soportar la sorna de mis compañeros de trabajo, esta vez del Citibank. A veces las personas se solazan cruelmente ante la desgracia ajena.

Pude hacer la denuncia en mi segunda visita a la comisaría de Retiro. En la primera, me habían dicho que el principal estaba ocupado con un homicidio en la villa a la que habían ido a parar mis pantalones. En la segunda, me hicieron actuar como testigo de una declaración por hurto en la estación de trenes. Así que después de que hube cumplido mi obligación cívica de ver cómo le vaciaban la cartera a la acusada (que no recuerdo si era culpable), me tomaron la denuncia.

Lo que más lamenté de toda esta historieta tragicómica fue la pérdida irreparable del libro que estaba leyendo en el parque, con encuadernación de las de antes: "Crimen y Castigo", de mi admirado Dostoievski. La acción de esa obra transcurre en San Petersburgo. En Buenos Aires, hubo solo crimen.

Mi cuarto asalto también fue en un parque, de día y a mano armada. Será mi próximo relato.

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