19 de enero de 2008

SAUCE GRANDE

En mi infancia feliz, un lugar la representa, a 700 km de este hogar en el que escribo. Fue hace 30 años la primera vez que llegué de vacaciones a esas tierras con mi familia. Y como sucede con los recuerdos importantes, ese lugar de 177 habitantes es parte de nosotros.

Allí fue la cumbre de mi infancia, en la cima de algún médano donde cacé una lagartija por primera vez, y la contemplé emocionado, porque lo había logrado sin ayuda. Y así la dejé ir, después de firmar un pacto por el cual ella les contaría a sus colegas que un niño andaba suelto y más valía cuidarse de él. Más tarde vinieron las carreras de lagartijas, organizadas por la creativa Teresa, mi hermana. María Fe ya era más grande.

Allí fue también donde por vez primera me topé con una mulita, en medio de los médanos. Corrí a la casa para que alguno de mis hermanos viniera a verlo, pero al volver ya no estaba. Y una mañana, al volver de comprar el pan por el camino de tierra -porque no existía el asfalto allí- me encontré con una víbora, gigantesca para la mirada de un purrete de ocho o nueve años. La recuerdo perfectamente, enhiesta, con esa lengua siniestra moviéndose inquieta.

Eran las épocas del "señorcito", como me decía mi papá por la seriedad con la que parecía tomarme todas las pequeñas cosas. Cuando febrero era el mes del descanso absoluto, del pan con chocolate, de los "walkie-talkies" como avanzada de la modernidad en nuestros juegos, y de las bombitas de agua en Carnaval.

Por las mañanas alguien iba a buscar pan a "Los Primos", no a "Las Toninas", que era más caro (y parecía algo más sofisticado, con su francesa en el mostrador diciéndonos "Tesogos"). En "Los Primos" nos recibía Teresa, y un par de años más tarde Maruja. Un día apareció también una "faturería", según anunciaban las letras pintadas sobre la cal blanca. Y eran ricas esas facturas, que Papá compraba en días especiales y llevaba al chalet alquilado al señor "San Ferreiter".

Aquel balneario era el centro universal de la siesta. Pacientemente, y en silencio absoluto, esperábamos a que Papá se levantara para poder ir a la playa, o a dar algún paseo que siempre era el mismo. Estábamos solos, los cinco hermanos (y a veces mi primo Carlitos), y entonces nos hacíamos amigos entre nosotros.

A mitad del mes, Papá viajaba a Buenos Aires para no dejar la editorial sin timón, y quedábamos solos con Mamá, que nos hacía postres exquisitos, en la medida de lo posible, porque no había mucha materia prima por allí, y menos para su repostería europea.

Eran tiempos en que podíamos estar al sol todo el día, aún sin bronceador a veces, y mirar el atardecer en la playa, después de jugar al "Show de los fouls", en el que siempre ganaba mi hermano debido a mi retiro voluntario. Competíamos para ver quién duraba más caminando sobre la arena ardiente desde los médanos sombreados hasta el mar hospitalario, pero también perdía a los pocos metros. Y si estaba nublado, había deportes más conocidos: fútbol, paleta, tenis (con las Chemold de Nancy Graham) y hasta bádminton. Lo que más disfrutaba era cuando jugábamos a "Combate" con Fernandito, aunque siempre me capturara.

Nuestras peores enemigas eran las aguavivas. Nunca sufrí sus terribles latigazos, pero sí mis hermanos. Creo que Isabel era una abonada a ellos. Los recursos para atender ese ardor impiadoso no eran muchos, así que había que recurrir al estoicismo que los cinco hermanos llevamos en la sangre. Aparecían con el viento norte, porque el mar se hacía un lago y ellas flotaban amenazantes, casi invisibles. El viento sur, en cambio, era el de la furia, el del mar prohibidísimo y caótico.

Hicimos algunos amigotes, grandes o chicos como nosotros que buscaban a alguien que les recordara a la civilización. Algunos nombres me llegan de ese pasado: Meyer Goodbar, de Executives; Eric, el señor que trabajaba en Coca-Cola (no sé por qué un niño de siete años guardó en su memoria dónde trabajaban estas personas); y Ergon, marido de Karen, el danés que insultó a este pequeño disfrazado de canillita en el colmo de la embriaguez. Nuestro único eslabón con la farándula resultó ser el hijo de Mirtha Legrand, que al parecer veraneaba allí y a quien por obvias razones llamábamos Mirtho en secreto.

Con otro grupito armamos una guerra de bombitas de agua frente al inefable "Empire State" (una casa con pretencioso nombre que para nosotros valía más que todo New York), y jugábamos mucho al truco. Una de las chicas me gustaba, pero nunca lo dije; fue mi secreto hasta hoy. Caminaba por arriba de la mesa larga para llamar su atención. Nunca se enteró.

Una vez hice tronar una trompeta de cancha en la oreja de uno de ellos, y él le pegó a la trompeta y ésta a mis dientes, lo cual me dolió mucho. Es un trauma de mi niñez.

Cómo no recordar también a Constanza y Tobías. Él usaba unas sandalias extrañas, que se preocupaba en aclarar que los hombres podían llevar sin que fueran vergonzantes para su portador. Pero lo que más me impresionó de ellos fue cuando confesaron que hacían pis en el mar. Una insolencia.

En verano circulaban también, en "Garza" o "Gaviota", las revistas que nosotros mismos hacíamos a mano y cuyo único ejemplar nos vendíamos entre hermanos a precio módico. "La Montaña", de Ediciones La Sierra, era de mi autoría. "La Familia", "El Sol" y "Las Grandes Aventuras" eran las de Fernandito, Isabel y Carlos María. Teresa, creo ¿o era Isabel?, también me hacía una revistita de juegos para resolver en el Renault 12, mientras viajábamos por la ruta 3 rumbo a ese paraíso esperado todo el año.

Santiago Garrós es el nombre y apellido asociado a aquel paraje. Asados de pejerrey, interminables bromas, una sombrilla que se volaba en la playa inmensa, y la sentencia: "Vamos a tomar Mocoretá", que daba por iniciada otra velada de carcajadas y amistad.

Sauce Grande es el lugar al que siempre quiero volver, aunque no lo haya pisado en 25 años. Recorro nuevos días, llego a parajes nuevos y sonrío con nuevos rostros, pero siempre con la alegría que mamé en aquel reino lejano, el de la infancia. Es el lugar donde me rodearon siempre todos esos personajes nobles y sonrientes, casi inocentes, llenos de ese futuro que hoy vivo.

Quizás, el día que vuelva, sea mentira que Santiago y Perla se han ido. Tal vez sea solo otra broma y me esperan allá. Nos esperan a todos, sentados en la galería del Empire State, con una torta sin cocinar y una jarra de Mocoretá.

7 comentarios:

Marta Salazar dijo...

precioso! gracias!

PS: yo crecí en medio de lagartijas, pero no se me ocurre cómo se puede organizar una carrera entre ellas...

El Bambi dijo...

Yo era chico, y la verdad es que no recuerdo cómo terminaban. Creo que daban tres o cuatro pasitos y se detenían, desorientadas. Les hacíamos un pasillo por donde tenían que correr. Tendría que consultarle a mi hermana, si tengo respuesta te lo haré saber para futuras competencias.

Monte Hermoso, "donde el sol sale y se pone en el mar" dijo...

Que hermoso amigo, Meyer Goodbar aquel ideologo del denominado "Grupo Esmeralda" rejunte alfonsinista de pseudo-intelectuales cuasi marxistas, autores entre otras frases celebres de "la casa esta en orden" y "economia de guerra", Portantiero los queria, Pancho Aricó los odiaba. Como cagaron y seguiran cagando nuestro país.

El Bambi dijo...

Habría preferido que de una radio de Monte Hermoso me dejaran algo más relacionado con Sauce Grande, pero en fin, cada uno comenta lo que quiere.

sofi lozano dijo...

acabo de leer el texto de sauce grande...
no se como llegue a esta pagina pero en fin...
se me puso la piel de gallina =)
porque yo se lo que es sauce voy todos los años desde que tengo 1 año y pase por cosas que dice el texto...
no te digooo que jugue a la carrera de lagartijas pero mas de una vez me encontre con una vivora llendo a comprar el pan al almecen..
una de las unicas almacenes que hay en sauce...
poca civilizacion muy pocaaa pero somo un grupo de amigos de muchas edades que lo formamos a medida que paso el tiempo...
debo admitir que espero todo el año ir a sauce... no solo por el descansoo si no que porque es hermosooo y ademas estan mis amigossss...
por lo que lei hace muchooo que no vas...
y cambio,pero tampoco tanto...
las aguasvivas siguen apareciendo con el viento nortee, es raro que la persona que va a sauce no haya sidoo picaaaa...
las sudestadasss tambien son terribles...
y las calles siguen siendo de tierra eso no va a cambiar nunca jaja...
hay mas casas seguramente y un parador en la playa, que a la noche pone musica... pero sabes lo paradores que pasaron por sauce desde que voy y se fueronnn con una simple sudestadaaa...
igual este parece que dura ;)
quiero que sea verano para irme a sauce otra vez ya estoy contandoo los meses...
tengoo tantas anecdotas de todos los añossss que no terminaria nuncaa de contarlas...
ahora tengo 18 pero cuando eramos mas chicos ibamos a la heladeria todos juntossss una mini heladeriaaa pocos gustos pero la pasabamos re biennnn todas las noches ibamoss... ahora cambio un poco sigue estandoo pero nosotros nos vamos a monte por lo general a la noche...
los dias que no vamos a monte...
nos juntamos en una casa y siempre terminamos en la playa tirados en los medanosss mirando las estrellas... porque como siempree dijeee no se puede ver mas lindo el cielo en sauce...
y buenooo no me voy a colgar escribiendo porque no se si lo vas a leer perooo buenooo...
me dio por escribir...
tenemos un fotolog con mis amigas del verano...
http://fotolod.com/enel_verano
y hay fotos...
espero que puedas volver a ir a sauce alguna vez...
un beso...

sofi ( en sauce cache )

Anónimo dijo...

Sofi, me alegro de compartir esto con otros fanáticos de Sauce como yo. Seguro que voy a volver, no sé cuándo pero lo haré, con mi propia familia. Y les mostraré todos los rincones que recorrí en esas infancia feliz.

Gracias por dejarme tus recuerdos.

Jorge dijo...

Con mi esposa estamos haciendo una pequeña casita en la entrada a Sauce Grande, a la altura de la Curva del Gaby, al pie del médano alto. Nos encanta el lugar, que sigue tal como lo recordás. Un abrazo.