1 de enero de 2008

FAUNA PLAYERA

Llegan a primera hora algunos, después del mediodía otros y al atardecer los rezagados. Se acomodan, se broncean, se observan, se gritan, se bañan, se divierten, se aburren, se queman, se resfrían, se quejan, se exhiben, se relajan, se adormilan, se abrigan y se retiran. Son la fauna playera, la que enriquece nuestras vacaciones frente al mar y no nos cobra nada por ello.

Hay muchas especies: La familia argentina es un clásico de los balnearios. Padre y madre, dos hijos pequeños o ya no tanto, y una carpa o sombrilla dotada de mate y termo, lona, sillita o reposera, cremas y bronceadores varios, naipes, tal vez alguna revista ligera o un libro de lectura rápida, un policial con suerte. Y cuando el sol llega a la cúpula del cielo, vemos surgir de la nada una heladerita portátil con sandwiches frescos y una Coca, o más aún, dos o tres tuppers con pollo frío, arroz, una milanesa, fideos, tortilla de papas o hasta media pizza de la noche anterior. Y todos mueven sus mandíbulas bajo el sol que ilumina su digestión colectiva. Y el papá se reclina en la sombra, buscando la siesta que en la ciudad se le niega y que sus hijos lamentan, porque cuando pase el heladero voceando sus Torpedos no podrán pedirle el óbolo paterno para el postre. Madre hay una sola, pero la bikini no tiene bolsillos.

Otro espécimen de las playas argentinas es el solitario (o solitaria), ese que llega con apenas una lona, o una sillita, y se dedica a mirar a las chicas (o chicos) que pasan y a no darle bolilla a nadie, menos aún a ese perro abandonado que dejó alguna familia del primer tipo cuando se terminaron las vacaciones del nene y no sabían qué hacer con él. Ese perro es otro actor en el gran escenario de la playa. Nadie sabe de dónde viene ni a dónde va, pero todos lo quieren, igual que al sol.

El solitario, a veces, tiene por única compañía a un libro de bolsillo, o el diario del día, o alguna sección del diario del domingo, cuya lectura se complica sobremanera cuando hay viento. Ni hablar si el diario es formato sábana.

Hay dos grupos que no suelen faltar: los muchachones que juegan al fútbol playero (o a un cabeza, si son dos o cuatro) y los jubilados o en vías de serlo que juegan al tejo. Este segundo grupo despierta todas mis simpatías, pese a que lo mío es la redonda. Pero las caras, los códigos y las bromas de los "tejistas", con su metro para dirimir posibles diferencias le ponen color a la playa, incluso en esos días en que el mar está insufrible y nos parece que toda la arena arrebatada por el viento va a parar a nuestros castigados ojos.

Un tercer deporte playero es la paleta, de a dos o de a cuatro, con límites marcados o sin ellos. Es respetuoso a su pesar de todo aquél que pasa sin mosquearse por el terreno de juego, y corta la inspiración de los que por fin habían llegado a 50 toques.

Un "deporte" propenso a tertulias de todo tipo es el truco, un infaltable en las playas argentinas. Si es en una carpa mejor, porque el viento se lleva las cartas. Y si se está a la intemperie nomás, una solución es clavar o enterrar cada carta jugada en la arena.

Si estamos en una playa con pretensiones de importante, divisaremos al guardavidas, un individuo peculiar entre la multitud, que a la hora del peligro puede ser héroe o desocupado inmediato. Su silbato al cuello le otorga un aire de superioridad y se sabe imprescindible, lo cual hace que su autoestima flamee tan alta como la banderita amarilla y negra de "Dudoso".

Otro solitario es, por lo general, el corredor, que vemos trotando a lo largo de la costa, concentrado en su esfuerzo y ausente de todo lo demás. Le gusta la hora en que el sol cae, cuando la masa se aleja del terreno y puede avanzar en línea recta. Si hay viento del norte, tal vez deba saltar alguna aguaviva olvidada para no frenar su carrera bruscamente. Y si su rostro es azotado por el viento en contra (que en la playa y a la carrera parece un pampero), se sentirá como Rocky entrenando frente al mundo.

Los pequeños constituyen otro subgrupo dentro del rubro playero. Corren y chapotean en la antesala del mar, esa pequeña laguna sospechosamente tibia que alberga almejas sorprendidas en plena bajamar, o algún envoltorio plateado de un caramelo que un padre negligente les dio, en premio a que lo dejaran tranquilo. Construyen castillos de arena y túneles artesanales, matizados con caracoles o plantas sueltas de algún médano. Y todo para, al día siguiente, volver a empezar. Felices ellos con sus muecas y sus risas.

Por supuesto, nunca faltan los patovicas, que exhiben altivos su trabajo de un año (o varios) sin otro interés que el de sacarle lustre a su narcisismo, proporcional a su musculatura. No buscan mujeres, ni fama, ni elogios. Solo pretenden que los miren, que una vista perdida en el horizonte marino se vuelva hacia ellos y agite un tácito laurel a su paso.

Y después sí, están los otros. Los que hacen lo que pueden con el físico que la naturaleza y el gimnasio les dieron, y dirigen sus esfuerzos al sexo opuesto. "Total el 2 ya lo tenés", se dicen mentalmente, y avanzan a paso redoblado rumbo a la conquista de aquella ínsula cercana, del único metro cuadrado de arena en toda la playa que les importa en ese momento. "Lo peor sería arrepentirse de no haberlo intentado", se alientan. El fracaso será para ellos solo un indicio de que están vivos, e insistirán por el botín, con los recursos de que dispongan. Es de la duda de donde nunca se vuelve.

Frente a ellos, ellas. Las histéricas, que juegan con el "Mirame pero no me toques, mirame pero no me hables. Pero mirame, por favor, mirame". Ellas también exhiben su trabajo físico de un año entero (o de dos meses, si son tiempistas del verano), y hacen que prescinden de ellos pero están atentas a sus miradas. Los lentes de sol son una herramienta de trabajo, o mejor dicho, de ocultamiento, para ellos y ellas. Una especie de vidrio espejado, desde el cual te miran pero no te enterás de que te están mirando.

El voley playero es un deporte ideal para escenificar esos escarceos, esas poses obvias del que juega sin remera porque se la banca, de la linda que juega más o menos pero al lado del candidato que la alienta y le enseña a sacar, o del que saca bien de arriba ("saque de potencia", le decían en la época de Castellani) y se hace notar en la diferencia de puntos. Y sentados alrededor de la cancha, esperando partido a ganador, están los que chamuyan tanto que cuando llega su turno y notan que la fémina no va a jugar, ceden su lugar generosamente al flaco fibroso aquél que la debe tener clara y mejor se dedique al voley puro para dejarlos a ellos con su chamuyo. Son los mismos que cuando el sol se empiece a volver a su querencia, le prestarán su buzo premeditado a su chica-objetivo, sacarán una guitarra frente al fueguito y tocarán las tres canciones que saben, mirando al mar y poniendo cara de poetas inspirados. Con suerte, ella querrá creerles.

En caso de practicar el surf, el muchacho en cuestión verá su labor de conquista facilitada sin más. Para lograr un efecto aún mayor, comentará como quien ya está harto de contarlo que ha paseado su tabla por las olas de alguna playa lejana, si es en el Pacífico o el Índico mejor.

Flirteos de playa, amagues que a veces terminan en un casamiento y cinco hijos, o en un efímero amor de verano, o en la nada tan intrascendente coomo el vendedor de churros que pasa en bicicleta en un día de nubarrones, anunciando su producto casi suplicante.

Si de mercaderes hablamos, cómo no mencionar a los proveedores de pareos y collarcitos de origen incierto (algún taller del Once quizá), o a los vendedores de choclos, o a las promotoras que pasan en grupito con el sombrero playero y la sonrisa de Barbie. En este género de la fauna playera, mis simpatías están con los mártires disfrazados de Barney, o de Mickey, o de Pluto, que reparten indignos volantes para ir a un parque de diversiones, o a un acuario o a un negocio de dos por tres en la zona céntrica del balneario. Son mártires bajo el sol subsahariano y el material sintético del disfraz; submarinos humanos que, sin posibilidad de saber qué ocurre a sus espaldas, miran hacia delante por uno o dos agujeros de la máscara ignominiosa, y en lugar de navegar por aguas frías y profundas se sienten como enterrados en las entrañas de un volcán a punto de explotar en lava ardiente.

La fauna playera genera amores de verano, amistades de temporada, estoicas soledades, competencias ligeras y frivolidades auténticas. Y alguno de sus ejemplares, al completar un test de la revista veraniega, responde que si le dieran a elegir viviría en una casa frente a una playa desierta. Y acto seguido, se levanta y se zambulle en un mar infestado de seres humanos que también optarían por una playa desierta: la misma que él.

4 comentarios:

Stella dijo...

...y asi todos terminariamos otra vez en una playa atoborrada de gente!!

Muy buena tu descripcion de la fauna playera!! Quise ver si podía aportar algún especimen mas, pero me parece que no olvidaste ni uno!!

A mi los que me molestan son los que ponen la musica muy fuerte, y los padres que dejan que sus retoños acosen a cuanto ser humano se les cruce!
Igualmente evito playas muy concurridas y horarios pico!!

Saludos!!

Anónimo dijo...

Es todo un tema el manejo de los retoños, a veces los padres no tienen control y retarlos o pedirles que nos dejen tranquilos es políticamente incorrecto.

Soy padre de dos obras de arte (3 años y 1 año), y siempre trato de evitar estas situaciones con personas a las que quizás no les gustan los niños y no tienen por qué seguir el juego de las mías.

Igual, Stella, debo haberme olvidado de algún espécimen. La fauna playera es muy rica.

Anónimo dijo...

Bambi querido, permítame el 'exabrupto' pero aquí estoy otra vez con una consulta. Navegando por sus barrios amigos me encontré con la llamativa propuesta de '... Arte y Política' y hacia allí raudo fuí (involuntaria y estúpida rima que me permito), y luego de leer algunos post, algo así como unos 5 (cinco) me surgió esta duda que en mi escaza razonabilidad no puedo elucubrar... ¿Será el título por el acceso surrealista a la 'opinión' política o es apenas un eufemismo eso de 'política'?
Bueno, vamos a lo importante, y para lo que he venido hasta su siempre cálido refugio, Espero que el 2008 lo encuentre más feliz que el 2007 pero algo menos aun que el 2009.
Buen año, y es siempre un placer saber que camina las misma calles, que luego de su paso, yo camino.

Jorge (El Botón para usted)
Suyo

Anónimo dijo...

Botón, qué gusto tenerte por acá. En días recientes justo había estado interesándome por tu actualidad, así que estoy al tanto de tus proyectos y te deseo vientos favorables que de paso nos traigan alivio a todos.

Espero visitar esa barra de San Telmo en una noche de sol.