24 de noviembre de 2007

¿QUÉ HACER CON UNA DERROTA?

¿Qué hacer cuando uno pierde una final que tuvo que jugar por cuestiones del reglamento, después de ganar dos torneos y sacarle trece puntos al que nos acaba de ganar? ¿Qué hacer cuando la gente nos abraza y nos dice que nuestro equipo era el mejor, que ganamos el condenado campeonato moral y que somos unos caballeros que se bancaron el naufragio sin pegar una patada? Y entonces por dentro uno siente una carcajada rabiosa de ironía que atenaza el alma y ahoga el corazón en un suspiro insoportable. Porque está todo bárbaro, pero hemos perdido y queríamos ganar.

Las finales no se pierden, y si el propio equipo es el mejor, menos aún se pierde el único partido que no se podía perder. ¿Cómo le explicamos a nuestra alma de hincha que no hay que estar tristes, que competimos, que jugamos con personas fabulosas y nos divertimos aunque perdiéramos la maldita final?

Él nos dirá: "A mí no me engañen, no estoy para bromitas". Y tendremos que hacer silencio ante la insobornable realidad de que tenemos el ánimo como un trapo de piso porque nos habíamos puesto la camiseta para ganar la final, y no para buscar consuelos tan fáciles como vacíos.

El afuera se llena de amigos que intentan matizar nuestra bronca, y se esfuerzan en comprender cómo este tipo está tan loco que se pone así por un campeonato en el que igual la pasó bien. Y nos dicen que dejamos todo en la cancha, y pensamos que sí, que dejamos todo, y que por eso ahora estamos vacíos. Y el afuera no nos comprenderá, porque los locos son ellos.

Lo vemos al que salió tercero, con su medallita bronceada que es más linda y brilla más que la nuestra, que es la del segundo. Y es que el tercero termina el torneo con una victoria, y nosotros nos vamos envueltos en la derrota, la única en seis meses. Aplaudida, pero derrota. La medalla del subcampeón es la única que duele y pesa como la promesa que no fue.

Y entonces la cabeza insiste y nos dice: "No te podés poner así, hay cosas más importantes en la vida". Pero el corazón toma de nuevo la palabra y le responde al borde del grito: "Sí, pero estoy triste igual, no me vengas con el verso".

¿Qué se hace cuando el otro equipo levanta una copa que nos pertenecía, que jugueteó con nuestros sueños durante todo un año y ahora se ríe cruelmente de nosotros, de nuestros rostros mustios que no quieren mirar? ¿Qué hay que hacer si llegamos al hogar tras la derrota y tratamos de refugiarnos en una siesta plomiza que nos ausente de nuestros pensamientos, pero no podemos sino mirar el sol que se va poniendo y se lleva una ilusión rota con él?

El futbolero de alma comprende mis líneas. De la derrota se aprende, es verdad.

Pero es más lindo ganar.

2 comentarios:

Kluivert dijo...

¡Pero por supuesto, Bambi! Y si no preguntale al Diego, en Italia 90.

El Bambi dijo...

De hecho estuve a punto de ilustrar esta columna con esa foto famosa del Diego llorando, pero no quise ser insolente...