28 de septiembre de 2007

MOZOS ERAN LOS DE ANTES

Buenos Aires tiene muchas virtudes, pero hay una que a veces echo en falta: sus mozos, sus camareros, esos que venían discretos con servilleta sobre el brazo, memoria de fierro y sonrisa cortés.

Anoche recordé esto con mis amigos Facundo (que se nos casa), Garza y Pablov, mientras esperábamos nuestra comida en la barra de "Congo" , un lugar de moda en Palermo Viejo (terminemos con las denominaciones absurdas para distintas parte de Palermo y Villa Crespo).

Nuestras hamburguesas tardaban más de lo aceptable y se las reclamé a la moza. "Es lo que más tarda en hacerse", me contestó con cara de "Mirá lo que me estás preguntando". Difícil entender cómo un par de hamburguesas puede demorar más que el pollo que había pedido Pablov, pero en fin... En esta hambrienta espera, les decía a los muchachos que un lugar que cobra de acuerdo a cierta categoría debe dar una atención que también esté de acuerdo a esa pretendida categoría.

En muchos bares de Buenos Aires contratan mozos improvisados, con sueldos bajos y capacitación aún menor. Al dueño de un bar, un restaurante o cualquier negocio de atención al público debería interesarle que sus empleados fueran amables y serviciales con el cliente, ya que si éste se siente mal tratado castigará al mozo o barman con una propina baja o nula, pero castigará más al lugar al no volver a él.

Lamentablemente una buena proporción de clientes prefiere callar, debido al legendario temor porteño al ridículo, aunque últimamente muchas personas parecen descargar sus frustraciones financieras, afectivas o deportivas en estas situaciones. Hay que quejarse, porque ellos tienen que saber que un mozo hecho y derecho conoce las necesidades de su cliente.

En los bares de antaño, los mozos conocían a sus parroquianos, sabían sus gustos y estaban atentos a lo que molestaba. Si había que dar conversación la daban, y si había que ser como las mesas "que nunca preguntan" (como en "Cafetín de Buenos Aires") mantenían un compañero silencio.

Ahora los mozos suelen ser, en los bares de moda (me niego a usar la palabra "fashion" tan cara a las revistas frivolonas), veinteañeros apurados, olvidadizos y abrumados por las exigencias de los clientes. No entienden un instante de reflexión y nos abandonan diciendo: "Bueno, cuando se decidan les hago el pedido". Muchas mozas nos atienden con una cara de aburrimiento que inspira, no compasión, sino bronca de pensar cómo creían que era trabajar. Y su actitud es la de "Te estoy haciendo un favor, si fuera por mí pasaría de largo y te dejaría esperando una hora más".

No son pocas las veces que me he levantado y me he ido del lugar. Una vez, por ejemplo, fue en el Hard Rock Café, a donde había ido acompañado de un amigo y dos señoritas. No era para nosotros un privilegio estar allí, era para ellos una buena noticia que nosotros los hubiéramos elegido, y creo que este es el concepto que hay que tener "in mente" al concurrir a uno de estos boliches.

Y para colmo, al final no nos traen una factura hecha y derecha sino un pseudocomprobante que por las dudas indica: "No es válido como factura". Entonces uno se pregunta: "Y si no sirve ¿por qué no me traés directamente el que vale?". Por supuesto, porque de esa manera evaden impuestos. El IVA famoso, que en estas tierras alcanza la encumbrada cifra del 21 por ciento del total. Es decir, de cada 100 pesos que gastamos hay 21 que deben ir a los jubilados, pero irán al dueño del local si no les pedimos la factura como corresponde. Y entonces hay que molestarse en pedir el papelito consabido para que a veces el mozo lo mire a uno como si le estuviera pidiendo el pronóstico del tiempo en Tbilisi. He hecho clausurar un par de negocios por esta renuencia a dar la factura legal.

Pese a todo, antes de abandonar el lugar suelo saludar, porque nobleza obliga y hay que enseñar con el ejemplo. Aunque quizás sea peor, porque el mozo pensará que uno se fue contento. Pero al revisar la mesa desesperadamente en busca del preciado legado sobrante, comprobará que el cliente se ha marchado a mesas más cálidas y rápidas.

La conclusión, desde el presente, es una añoranza del pasado: Mozos eran los de antes. Y clientes... ¿también?

8 comentarios:

hugo dijo...

usted lo dijo bambi

la culpa no es de los mozos-mozas, sino de los que los contratan por chauchas, no los capacitan, y pretenden que vivan de las propinas

alguien me comentó que en un restaurant carísimo en una mesa de cuatro comieron dos y el mozo jamás retiró los dos cubiertos, copas y platos restantes!!!!

esto no sucede solo en argentina

es comun en hoteles de cadenas internacionales estar en manos de un staff que recien salió del kinder, supongo que tambien por el tema salarios.

lo mismo sucede en muchas aerolíneas, especialmente la nuestra, donde a la azafata solo le interesa que no se le corra el rimmel.... ¿atender?, pero que se habrán creído estos tipos, yo no soy la mucama.....

hasta que como consumidores no nos rebelemos,la cosa seguirá, EMPEORANDO

yo por ejemplo si considero que no estuve atendido normalmente, no dejo propina

El Bambi dijo...

Yo tampoco dejo propina, Hugo.

Uno de mis amigos me comentó esto de que la mala atención se da en otras partes del mundo. De todas maneras, yo creo que si bien eso es unn consuelo a medias, justamente se puede hacer diferencia y es una oportunidad para marcar cuán amigables podemos ser entre nosotros y con el turista.

Hugo, le agradezco sus comentarios, siempre arroja algo de luz sobre mis reflexiones.

Anónimo dijo...

Qué buen relato, Bambi, coincido con usted! Pero afortunadamente quedan mozos de los de antes. Por ejemplo:

Angel de Victoria Plaza (Jonte 2902. Villa del Parque). Debe ser uno de los mejores mozos de Buenos Aires. El hombre sabe cualquier cantidad, es amabilísimo sin ser cargoso y se esmera mucho en el servicio. Angel es un top five seguro en calidad de atención al cliente.

Manuel de Antigua L'Aiglon (Callao 98. Congreso). Si alguien quiere ver oficio, pero también apasionamiento y entrega, debe ver trabajar a Manuel. Si por él fuera, el cliente recibiría su plato a los diez segundos de pedirlo. Es descomunal la energía que invierte en el salón. Basta sentarnos en su plaza para recibir su cálida atención, y de inmediato advertimos cómo le corre el sudor por las mejillas y el cuello. No se entretiene, no descansa, su atención jamás se dispersa de las mesas, y deja a los clientes 100% satisfechos y agradecidos. El hombre es de primera. Sabe, pero también trabaja muy duro.

Otros tres "monstruos" de primer nivel, que también conocen bien su oficio, saben aconsejar al cliente y transpiran la camiseta para atenderlo como se debe:

Julio de "San Cayetano": Juramento 2465. Belgrano.

Antonio de "San José". Rivadavia 6890. Flores.

Walter de "Forest Hill". Forest 606. Chacarita.

Al igual que Angel y Manuel, los tres son íconos de escuela antigua, vocación de servicio y excelencia gastronómica.

Debe haber decenas más de mozos así. En el caso de estos cinco, pueden hacerse atender con confianza por cualquiera porque van a recibir un servicio digno del Rey Fahd.

Ah, y huyan de los seudo-mozos de Palermo Hollywood!

Laura Katz dijo...

Permitame decirle; se equivoca usted al elegir los lugares que frecuenta. ¿Qué pretende de un barrio que ni nombre tiene? No les haga el favor, no les honre con su presencia. Vaya en busca de una pizza a Guerrín, meriende chocolate con churros en la Giralda o tomese un cafecito en el Tortoni, y le aseguro que dejará gustoso una abundante propina.

Saludos!

Anónimo dijo...

Evidentemente, ustedes pertenecen a la misma tribu porteña que yo. La que sueña con una calidad de vida asentada en esos pequeños detalles, que también se ven en los mozos.

Gracias por su tiempo.

Laura Katz dijo...

Esta ciudad es hermosa. Mas vale verla con los ojos que tenemos y no con las gafas oscuras de terceros.

un gusto.

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