5 de agosto de 2007

SIETE MIL SOLDADOS Y UN SECRETO

En marzo de 1974, unos campesinos chinos estaban trabajando en Lintong, a unos 35 kilómetros al oeste de Xi'an (Shaanxi). De repente uno de ellos desenterró de casualidad una extraña cabeza de soldado, hecha de un material artesanal. Siguieron trabajando, y dos más salieron a la luz. Estos campesinos acababan de hacer uno de los descubrimientos arqueológicos más impactantes del siglo XX: el ejército de terracota del Primer Emperador de China, Qin Shi Huangdi.

La dinastía Qin (o Ch'in) reinó en China entre los años 221 a.C. y 206 a.C., y fue la primera en establecer una unificación administrativa en un territorio extenso, a través del sometimiento de sus adversarios. Fue tan poderosa que griegos y romanos asociaron su nombre al territorio que dominaba, y así es el probable origen del vocablo "China" en los idiomas occidentales.

La única parte del nombre de Qin Shi Huangdi que le correspondía por derecho propio era Qin, que era el principado de donde era Ying Zheng, el personaje en cuestión. "Shi" significa "primero" y "Huangdi" se divide en "Huang" (Augusto) y "Di" (Emperador). Zheng se hizo llamar con la suma de estas palabras y se proclamó fundador de una nueva dinastía que duraría "diez mil generaciones".

Al parecer, el nuevo emperador no tenía problemas de autoestima.

En el año 213 a.C., Qin Shi Huangdi decidió sacarse de encima cualquier molestia y promulgó un decreto que obligaba a quemar las obras literarias, históricas y filosóficas en el territorio imperial, aunque tuvo la delicadeza de incluir una generosa excepción para los tratados científicos, y también ordenó guardar un ejemplar de cada obra quemada, que solo podría ser consultado por el gobierno. La tradición quedaba prohibida so pena de muerte. Hay quienes dicen que al año siguiente, 460 súbditos fueron sepultados vivos por desobedecer el mandato imperial, aunque el amigo lector es libre de creerlo o no.

Qin Shi Huangdi, a quien pese a todo vemos algo empequeñecido en la imagen, dejó obras importantes. Mencionemos dos: terminó la Gran Muralla, de más de 5.000 kilómetros de extensión, y construyó una red de carreteras de 6.800 kilómetros, más larga que la famosa red de rutas del Imperio Romano.

La dinastía que duraría 10.000 generaciones duró una sola. Después de la muerte de Qin Shi Huangdi, en 210 a.C., se desató una lucha de poder. El primer ministro, Li Si, y Zhao Gao, que era un intrigante eunuco muy hábil, engañaron a Fu Su, el príncipe heredero, con una falsa carta de su padre acusándolo de deslealtad y ordenándole que se suicidara (mandato que el pobre Fu cumplió presuroso, algo impensable en terruños más cercanos a nosotros) y ubicaron en el trono a Ershi Huangdi, que poco duró: Zhao Gao lo eliminó también, y de paso se sacó de encima además a su socio conspirador. El tercer emperador, Zi Ying, sospechó que el eunuco era un personaje complicado y lo mandó ejecutar. Para ese entonces, la población estaba harta de pasar hambre y se rebeló contra todo y todos. Fue el final de los Qin.

Habíamos empezado estas líneas con el descubrimiento del ejército de terracota de nuestro protagonista, Qin Shi Huangdi. Estos soldados eran parte del gigantesco mausoleo que Qin se había hecho hacer para honrar su tumba. Son nada menos que 7.000 soldados de rostros bien diferenciados, con sus armas y escudos, 600 caballos y 100 carros de combate, todos artesanalmente fabricados y pintados, y ubicados sobre la tumba del Primer Emperador, que se halla en un pozo de 50 metros de altura.

Todo el mausoleo tiene un perímetro de 6.300 metros, y fue construido por más de 700.000 súbditos forzados. El original palacio fúnebre tiene también una parte destinada a sacrificios de animales que acompañarían a Qin en su viaje al otro mundo. Hay un dato aún más escalofriante: una fosa de las halladas estaba destinada a albergar soldados de carne y hueso que también se irían con el monarca al otro mundo. Sima Qian, un historiador del siglo I a.C., sostiene que el emperador fue convencido de enviar a estos hombres a luchar a las fronteras, donde serían más útiles que en el siniestro recinto.

Los soldados de terracota se quedaron junto a Qin Shi Huangdi para acompañarlo en su descanso eterno y defenderlo de intrusos del mundo de los vivos. Cumplieron su misión durante 2.200 años, hasta que un par de inofensivos agricultores quebraron el secreto de un imperio dormido.

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