4 de agosto de 2007

ACERCA DE LA SOLEDAD

Hay ciertos sentimientos que acarician el alma en muchas ocasiones, y la rasguñan en otras. La melancolía es uno, con esa tristeza dulce que invade el corazón al toparse con aquellas pequeñas cosas "que nos dejó un tiempo de rosas en un rincón, en un papel o en un cajón".

La soledad es otro sentimiento de esos, y vaya paradoja, es una compañía más de las muchas que uno puede tener. En todo caso, la compañía no es ella sino uno mismo. Y esto puede generar tristeza o alegría.

Suelo pensar que la soledad en sus dosis justas es conveniente de vez en cuando (y ni hablar como alternativa a una mala compañía). De hecho, todos tenemos un espacio interior en el que estamos solos, y es necesario que así sea.

Cuando una persona descubre que a pesar de todo no la pasa tan mal consigo mismo, entonces ha descubierto un amigo que lo acompañará toda su vida, cotidianamente o de tanto en tanto.

No obstante, la soledad genera depresión en muchos espíritus, decaimiento en los fervores de la mundanal batalla, rendiciones incondicionales, silencios de hielo donde solo habita un nativo refugiado en su iglú sin ventanas, a la espera de un sol.

El solitario obligado sospecha que alguien le ha jugado sucio y lo ha dejado sin cartas. Otros tienen lo que él debería tener también. Otros son oídos, mirados y queridos, pero él (o ella) no. Oye hablar del amor, de la amistad, del compartir, de la primavera y de una fiesta de cumpleaños. Pero solo lo oye, y solo sigue, porque a él se le niegan esos recreos de la vida.

La soledad no tiene buena prensa, y no es reconocida como debería serlo.

Existe otro tipo de soledad, que es la del incomprendido. Esta es una soledad más sutil que la sentimental, porque es menos visible (aunque en las cosas del corazón, las apariencias pueden ser muy engañosas antes de las tormentas).

Alguien dijo que lo que pasa es que los locos son ellos y no se dan cuenta. Jesús el Nazareno sufrió la incomprensión de todos, o casi. Hasta de Pedro, que era su mejor amigo y lo negó tres veces. A Leonardo Da Vinci lo tildaban de mago demente o peligroso cuando hablaba de máquinas capaces de volar por el aire. Colón llegó a un continente nuevo que hoy ni siquiera lleva su nombre. Mozart fue enterrado en una fosa común. San Martín padeció traiciones, acusaciones absurdas y hasta enfermedades ocasionadas por la soledad de su misión y su gloria.

Creo que el solitario debe quererse a sí mismo como querría a quien quebrara esa soledad impuesta por la vida. Un buen libro, una caminata por la playa, plantas, un manojo de apuntes en la libreta compañera, unos versos al sueño, una cena para uno. Todo puede ser ese mimo que no llega de afuera y entonces debe venir de adentro. Y entonces, quien está solo tiene la oportunidad única de enamorarse de sí mismo, en el sentido más altruísta que el lector imagine.

De todas maneras, esté alerta el solitario, porque cualquier tarde de éstas una soledad ajena puede desbaratar sus mejores planes.

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