18 de abril de 2007

EN UNA NOCHE MILENARIA XV

La salsa de la vida está en la improvisación.

Cuando llegué a la casa de Paula y le pedí que bajara, yo ya había planeado a dónde íbamos a ir a comer. Sería por Palermo Viejo, el mismo barrio del domingo anterior, el barrio que ella habitaba en cuerpo y yo en alma. Sería en uno de esos lugarcetes cuyas blancas servilletas habían sido oscuros pergaminos, y cuyas flojas baldosas habían sido siempre metáforas de mi esperanza.

Pero Paula bajó y me pidió que la acompañara a sacar boletos para su hermana adorada, que quería ir a ver a los Red Hot Chili Peppers. El timón viró entonces para la avenida Corrientes, a escasas cuadras de mi trabajo. Nos tomamos el 59 en Plaza Italia y nos sentamos en la fila de cinco, atrás de todo. Pero esta vez, ella iba del lado de la ventana. Vestía unos pescadores beige y una remera rosa sin mangas.

Bajamos en Suipacha y Lavalle, y caminamos hacia Corrientes. Entramos al teatro Grand Rex, y como no vimos a nadie en boleterías, seguimos hasta el teatro, que estaba vacío y en semipenumbras. Era una situación original, y era evidente que no era allí donde sacaríamos los tickets. Finalmente, nos fijamos en el teatro Ópera, cruzando la avenida. Y efectivamente, era allí donde tocaría la banda californiana... pero por alguna razón que no recuerdo no sacamos las dichosas entradas.

Paula llamó por el celular a Xime, su hermana, pero creo que no la encontró y habló con su papá. Finiquitado el trámite, por fin pude pensar en la comida. Le pregunté si tenía ganas de caminar y resolví que iríamos a Molière, a unas diez cuadras de allí.

Cruzamos la 9 de Julio por la Plaza de la República, y le guiñé un ojo al lungo que nos observaba, todo vestido de blanco. El Obelisco, para más datos. Después enfilamos por Carlos Pellegrini hacia el Teatro Colón, y pasamos a su lado. Paula me contaba de su hermana, que se había lesionado en Hamburgo y no bailaba más en el Ballet de allá, y de su mamá, que después de haber bailado en el Ballet Nacional de Chile había dejado todo para casarse con su papá y venirse a Buenos Aires. Después hablamos de música, y me dijo que en su casa ponía la radio porque le gustaba sentirse acompañada. Hoy, en cada desayuno, me pide que la encienda, pero yo quiero poner alguno de los 447 discos que tenemos.

Le hablé de Arturo, del Nono, de Gonzalo, de Chipi, de la Oveja, del Fósil y de unos cuántos más. Y por supuesto, de Luis, que me había ayudado a llegar a ella (aunque a esto último no se lo dije).

Después ella me dijo que estaba en trámites para que le pusieran teléfono porque solo tenía el celular. Agregó que quería poner banda ancha en su computadora. A mí me llamaba la atención que se las arreglaba sola para todo. Había conocido a muchas que no sabían ni tomarse un colectivo a Primera Junta.

En esto estábamos cuando pasamos por la Plaza Libertad, y le dije que yo vivía a una cuadra de ahí, y que esa era la plaza donde yo había jugado en mis primeros años. Nuestra caminata llegó después hasta Juncal y allí torció a la izquierda. Cruzamos Libertad y llegamos a Molière. Estaba cerrado.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Esta. Esta es la parte exacta en la que, me parece a mi, aparece la certeza. Y el encantamiento, por supuesto.

Es la parte en que, una vez sucedido el 'causal' encuentro, uno descubre que el otro es exactamente lo que esperaba.

Porque puede pasar que el encuentro sea muy mágico, lindo y pintoresco, pero que Cenicienta no dure más allá de las 24:00.

En cambio, si en su conversación notamos que las campanas suenan, las hadas vuelan y la carroza sigue siendo carroza es que si: es ella.

(O él, en mi caso).