¿Cómo seguir cuando uno ya sabe lo que ha de suceder? ¿Qué habrías hecho, amigo lector, en mi situación? ¿Cómo interpretar el papel de muchacho inofensivo y gentil, que no trae en sus alforjas más que una noche casual en un enero cualquiera?
Frente a mí tenía a quien yo había buscado, consciente o no, desde mi llegada al mundo, aún en mis primeros gateos. Pero ella lo ignoraba, y yo pretendía poner barreras a mi hallazgo. Surgían las dudas de esa, la mía, la humanidad escéptica y nihilista, la que resistía el embate irónico de la realidad más pura y cristalina, tan pura como la luna que colgaba en el techo de Palermo Viejo mientras la historia dictaba su inminencia.
Y así, en mi laberinto interno, seguí el juego. Cerró el bar ("Utopía", el lugar que no existe) y la charla siguió. Ninguno de los dos quería que se terminara la noche así nomás, y caminamos por Serrano hasta Charcas y de allí hacia Uriarte. Media cuadra antes de llegar a su edificio le pregunté si quería que la acompañara a sacar el perro, y ella me dijo que sí. Así pues, esperé en la puerta de calle a que ella bajara con él en el ascensor.
Es necesario decir que yo nunca había tenido perro y mis experiencias al respecto estaban marcadas por el trauma de haber sido atacado por ellos en dos o tres ocasiones. No era que me hubieran mordido, pero en mi temprana infancia un par de ellos me habían saltado y tirado al suelo, lo cual había constituido para mí una agresión y merecido mi condena a través del llanto inconsolable.
Por ende, esperaba el encuentro con el perro de Paula con cierta ansiedad. El ascensor bajó y él salió, grandote y dorado en su momento rutilante de reinado absoluto sobre la noche. Vino hacia mí, me olfateó pies y rodillas y se dirigió a la puerta del edificio para disponer la salida, conforme.
Así pues, dimos una vuelta, con él suelto y feliz. "Qué lindo que es", le dije en el colmo de la obviedad. "¿Viste? Es perfecto", me respondió ella orgullosa. Y fuimos por Uriarte hasta Guatemala, y de allí a Thames y de allí a Charcas para regresar al punto de partida. Creo que no nos cruzamos con una sola persona. La calle y la noche eran nuestras.
¿Y cómo despedirse? Yo tenía ganas de abrazarla y decirle quiénes éramos, pero la cabeza tenía el control y me ordenó guardar silencio. Beso en el cachete, promesa de segunda vez, mimo al perro y a otra cosa. Y me alejé hacia la esquina y ella se metió en su edificio.
Y así llega la hora de que escriba que te llamabas Rosko. ¿Y qué hiciste, Rosko, perro fiel? Mientras me disponía a cruzar la calle y tu dueña te esperaba con la puerta abierta para irse a dormir, corriste. Viniste hacia mí y empezaste a saltar y hacer fiestas. Y creo que se lo anunciabas a ella: "¡Es él!"
"¡Rosko, te vas con cualquiera!", te gritó Paula, y quise decirle quién era yo, pero no lo hice. Vos y yo nos entendimos sin palabras, y regresaste con tu dueña, sabio y sereno.
Volví a mi casa lleno de verdad.
Al día siguiente, bajo un fresno porteño, alguien halló un manojo de miedos marchitos y una sombra abandonada por un dueño anónimo.
28 de febrero de 2007
EN UNA NOCHE MILENARIA XI
TEMAS: PAULA
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3 comentarios:
Es precioso tu último párrafo, afortunada Paula.
Merecias una mension en algun capitulo de esta gran historia...
Como extraño la expresion de tus ojos....
Saludos!
Blog de cine esperando la opinion de un gran critico...
Mas saludos.
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