27 de noviembre de 2006

LAS PESADILLAS DE LA RAZÓN

Siempre he pensado en el final que tuvo el Siglo de las Luces con su Revolución Francesa, que se devoró a los que la habían impulsado en nombre de la razón y la libertad.
Descartes sentó las bases del racionalismo filosófico al ubicar en primer lugar a la razón y recién después al ser. "Pienso, luego existo". Rousseau inventó el Contrato Social, anterior a la sociedad natural, como un pacto entre los individuos que por decisión de la voluntad general se ponen de acuerdo (y el que no acuerda, queda fuera del sistema) sobre los derechos de los hombres. Es el triunfo de la voluntad frente a la razón fría de sus predecesores, pero lleva también a una tiranía de la mayoría. Es la búsqueda permanente de un absoluto en un romanticismo que también conducirá a excesos sin retorno. La Revolución Francesa instituyó su Declaración de los Derechos del Hombre, y en su nombre guillotinó a miles de personas mediante el Régimen del Terror (entre ellos, al mismo que había creado la guillotina).
El siglo XIX vio el intento restaurador de las monarquías europeas y la solución de conflictos sin grandes guerras, con la ilusión del progreso ilimitado. Pero la naturaleza humana respondió, y la reacción llevó a las denuncias del marxismo y el anarquismo primero, y al ascenso del irracionalismo después. Hitler y Stalin representaron fielmente ese abandono de la razón en el siglo XX, que dejó millones de muertos. Actualmente asistimos a la era posmoderna del vacío, del pensamiento débil y la modernidad líquida, donde todo puede ser puesto en duda y ninguna certeza es absoluta. Se erige una ética a la carta en la que cada conciencia es puramente individual e inmanente, y no trasciende las fronteras de la propia libertad. Pragmatismo puro.

El secreto, como siempre, parece estar en el equilibrio. Ni racionalismo absoluto y prepotente ni pasiones desbocadas y tiranas. El hombre viaja en un carro tirado por dos caballos: la razón y los instintos. Si uno hace más fuerza que el otro terminaremos mal.
Francisco de Goya y Lucientes, pintor aragonés de la época de la Revolución francesa y las Guerras Napoleónicas, vio los horrores de la violencia humana, y en uno de sus muchos grabados nos dejó estampada la ilustración que acompaña estas reflexiones. "El sueño de la razón produce monstruos".
Más arriba se ha querido exhibir otra obra de Goya más conocida que la ya nombrada: "El 3 de mayo de 1808 en Madrid: los fusilamientos en la montaña del Príncipe Pío". Allí ilustra las ejecuciones que el ejército francés llevó a cabo como resultado de la insurrección de los españoles frente a las fuerzas de Napoleón. Pero lo interesante es observar a los soldados sin rostro, con sus armas geométricamente apuntadas al hombre a punto de morir, quien los mira con su camisa blanca (simbolizando la inocencia frente a la guerra, la vida frente a la muerte) y su postura de crucificado.
Estas imágenes no hacen otra cosa que simbolizar lo que se quiere decir en estas líneas: cuando la razón es encumbrada a un pedestal imposible e ilimitado, el final de la historia es el que se ve.

3 comentarios:

JR dijo...

Querido Bambi, ante sus dichos nuevamente me he encontrado con la necesidad de pensar, acción que juzgará a veces pretenciosa dada la endeble soberanía de la razón en mi escueta inteligencia, y aunque celebro sin dudas semejante necesidad, más aun celebro que haya aun nobles espíritus, como el suyo, que exigen con sus decires tan noble y útil ejercicio a veces olvidado entre la hojarasca de la realidad audiovisual que nos entrega el alimento a medio digerir, cuando no, completamente digerido.
He pensado en rebatir sus dichos, pero encuentro que su expuesto equilibro es algo así como un espejo de mis pretensiones, aunque sin caer en teorías existencialistas, o asirme de una voluntad positivista que mal me cabe, debo confesarle, que encuentro un tanto discutible algunos de sus comentarios, más no así el artículo precedente, y menos aun, sus valiosísimos ejercicios intelectuales.
A partir de René Descartes, Spinoza y Gottfried Leibniz, como cultores más destacados, el siglo XVII se embarcó de un modo un tanto enfermizo en la empresa del racionalismo, terminando, como bien dice usted, en la maquinaría fría del método lógico-matemático para sostener cualquier razonamiento. Este exceso permitiría luego la llegada de otros grandes pensadores como Hegel, Schoppenhauer o Kierkegaard que retomando algunos conceptos románticos se acercarían al idealismo alemán, el panteísmo o el existencialismo, según corresponda, para contraponerse a las teorías racionalista que por exageradas se habían marchito permitiendo innumerables excesos al ignorar en su matemática concepto tan nobles como la voluntad o el espíritu. Luego los maestros de la sospecha, como bautizo el antropólogo y filosofo francés Paul Ricœur a Marx, Freud y Nietzsche, terminarían de derribar el gélido panteón racionalista. Y aquí es donde quiero quedarme, no por estar más de acuerdo con una u otra concepción, sino más bien porque algunas de las teorías de los fundadores del discurso, como también denominaba Ricœur a estos tres, sentaron las bases del pensamiento crítico del siglo XX, la porción más edulcorada de la posmodernidad. Pero cuidado, no nos confundamos contraponiendo esta diluida era posmoderna a las anteriores en su calidad de pensamiento, pues bien podríamos caer en la exageración lacrimógena de exaltar un pasado tan maravilloso como oscuro. Desde un punto de vista sociológico y antropológico, si es que continuamos con la idea de escindir estas ciencias, y retomando la tiranía democrática, permítaseme el oxímoron, de las estadísticas, es hoy día cuando, proporcionalmente claro está, el pensamiento se ha esparcido de un modo más parejo por la humanidad, los siglos anteriores al siglo XX se regodearon, casi con orgullo debo decir ruborizándome por vergüenzas ajenas, de enormes cantidades de analfabetos y desplazados culturales, y aquellos que poseían las herramientas indispensables para pensar, entre estas el alimento, pertenecían a una minoría bien dispuesta a mantener a resguardo sus pasados pergaminos. En este caldo creció el racionalismo, como también las teorías posteriores que he nombrado, pero es hoy, en medio de esta sociedad de pensamiento débil, que las mayorías bien dispuestas pueden acceder a tales fundamentos teóricos para enaltecer su espíritu o agrandar su visión. De más está decir, que ambos podemos nombrar grandes pensadores en cualquier época de la historia, incluida la que nos toca transitar, pero afortunadamente, podemos incluir en la lista de contemporáneos a mentes nacidas en países periféricos, situación impensada en los gloriosos siglos anteriores. No pretende esto ser una exaltación del presente, ni nace en detrimento del pasado, pero si pretende situar en un contexto histórico algunos preconceptos malintencionados y de moda bien difundidos por los canales de cable del ‘pensamiento’, o los diarios centenarios de la Argentina, que entienden el revisionismo desde la anécdota y no contemplan las realidades socioculturales circundantes a los hechos sucedidos, contexto histórico que sin lugar a dudas funciona como pulsión creadora de los hechos a discutir.
Solo por dar un ejemplo, el Régimen del Terror instituido por la Republica, es hijo de esta citada desigualdad cultural, la revolución fue impulsada por la plebe, aunque orquestada por mentes brillantes y bien acomodadas, y de esas carencias culturales mal podría nacer un espíritu altruista, pero no son quienes bajaron la guillotina quienes decapitaron el pensamiento, en todo caso los hombres probos que sostuvieron las anteriores monarquías jamás se interesaron por derramar sus conocimientos, y menos aun sus comodidades, sobre la ignorancia que luego sufrirían como verdugo armado de una irracional venganza. De algún modo los dichos de Johann G. Fichte nos permiten sospechar alguna conclusión: “Aquel que no tiene con que vivir no debe ni reconocer ni respetar la propiedad de los otros, ya que los principios del contrato social han sido violados en su contra.”
Sin más, confío, y espero con ansias, encontrarme próximamente con otro de sus atildados artículos, y lo despido con un afectuoso abrazo, que no solo se carga de cariño, sino también de la más profunda admiración.

Jorge Rincón

Anónimo dijo...

En primer lugar debo agradecer tu incursión en este espacio, que no es la primera pero sí la más elaborada de cuantas llevo vistas.

En segundo término, vamos al tema que nos ocupa. La aparición de pensadores lejanos al mundo europeo de siglos pasados se debe al propio desarrollo de la historia y el progreso humanos. En el Siglo de las Luces el mundo era mucho más chico en términos de civilización occidental, y mucho más grande en cuanto a la posibilidad de viajar, explorar y dialogar. De hecho, la Inquisición de la Contrarreforma mantenía un férreo control sobre lo que se decía, hacía o imprimía, y las posibilidades que tenía una pérsona de cuestionar ciertas creencias era mucho más reducida que en el presente. A modo de ejemplo, Amsterdam cobijó a Spinoza en sus primeros garabatos filosóficos, y fue allí donde se dice que Leibniz se apropió de algunas lecciones del primero. No cabía otro lugar para pensar.

Mi comentario sobre la Inquisición no obsta a que la Edad Media, malintencionadamente llamada oscurantista, haya sido promotora de universidades, escuelas y descubrimientos valiosos que, sin embargo, se enmarcaban en una cosmovisión teológica radicalmente distinta de la moderna. A este respecto, recomiendo fervientemente la nota a Jacques Le Goff en http://buscador.lanacion.com.ar/Nota.asp?nota_id=746748&high=goff (requiere estar registrado).

En fin, si seguimos a Marx, para que hubiera revolución era necesaria una burguesía industrial que desafiara la plusvalía. Este fue el problema de Rusia: no había tal burguesía, y con el pueblo no alcanzaba, entonces un paso fue salteado y Lenin propuso la lucha contra el imperialismo que Gramsci completó ideológicamente a través de su guerra cultural.

Lo que quiero decir es, lejos de descalificar los aportes del racionalismo, que la realidad es prepotente y liquida los mejores sueños de progreso eterno. La Enciclopedia que pretendió reunir todo el saber humano fue una iniciativa loable, pero olvidó que el que se hace el ángel termina siendo una bestia, tal la frase de Chesterton que repetía una y otra vez mi maestra de Secundaria.

Este recorrido se enfocó en los intelectuales que buscaron dilucidar cómo conocía el ser humano. Las acciones de la plebe son otra cosa, aunque la naturaleza humana sea la misma en unos y otros.

Para terminar, no coincido con la plataforma filosófica de la Revolución Francesa porque no encuentro en su declaración de derechos un sustento sólido que no sea, como ya he dicho, la maleable voluntad general.

En último término, la historia de la Humanidad es la búsqueda de un Absoluto, y según sea la respuesta serán también sus consecuencias en la práctica y en la vida cotidiana de los hombres.

Anónimo dijo...

Raúl: En nuestro hogar los discos de música celta (y gallega en particular, de Milladoiro y Luar Na Llubre) giran muy frecuentemente. Supongo que conocerás al grupo argentino Xeito Novo, muy bueno.