6 de septiembre de 2006

VERDE IRLANDA

Por esa puerta entré y salí varias veces, entre enero y febrero de 1998. Es la entrada al Temple Bar, famosísimo pub de Dublin, en el barrio del mismo nombre.

No era este mi preferido, sino el Lannigan´s, frente al río Liffey, del cual he hablado en otra oportunidad. Pero visité muchos de ellos, y han quedado en mi memoria irlandesa.

Afortunadamente el Barba quiso que yo naciera en la Argentina. Mi segunda patria es España, que pisé por vez primera en abril de 1995 y de la que hablaré en algún otro momento. Pero tengo una relación muy especial con Irlanda desde aquel viaje del 98.

Tengo sangre irlandesa por el lado materno. Los abuelos de mi madre eran Dolan y Doyle. Desde mi infancia en mi hogar se festejó el St. Patrick's Day todos los 17 de marzo, cuando casi nadie en Buenos Aires fuera de la comunidad celta sabía de la existencia de esta fiesta.

Irlanda es un país muy particular, habitado por personas que no tienen ni el carácter latino ni el sajón, sino algo intermedio entre ambos. Saben divertirse y ponerse melancólicos, pero también son fríos y cerebrales cuando la ocasión lo reclama. Su sentido del humor es muy particular. Son algo cínicos e irónicos, pero traslucen un fondo de bondad absoluta hacia la naturaleza y los hombres. Aman las leyendas brumosas y el misterio a medias que sugiere historias escondidas por debajo de la realidad cotidiana.

James Joyce, Samuel Beckett, Oscar Wilde, George Bernard Shaw, William Yeats, Jonathan Swift, Arthur Conan Doyle y Bram Stoker, entre otros, son testimonio de la rica literatura irlandesa.

Un prócer de la independencia argentina era irlandés. Fue el Almirante Guillermo Brown, nacido en Foxford. Emigró de pequeño a los Estados Unidos y de allí al Río de la Plata, donde fundó la Armada Argentina. Su biografía, plagada de aventuras, puede leerse en "El combate perpetuo", obra de Marcos Aguinis que me leí en un fin de semana en Córdoba, a donde había ido a ver una victoria de San Lorenzo ante Talleres por 2 a 1.

Mateo Banks, el primer asesino serial argentino, era hijo de un inmigrante irlandés. Fue condenado a prisión en el famoso presidio de Ushuaia, donde hay quienes dicen que también estuvo Carlos Gardel (y hay quienes lo desmienten, por supuesto).

El general Juan O'Brien, granadero que sirvió como ayudante de campo de San Martín en toda la campaña libertadora, fue el irlandés que trajo a Buenos Aires el parte de la victoria desde Lima. Fue también quien quemó, por generosa orden del Libertador, las cartas que comprometían a altos oficiales argentinos arreglados con los españoles después de la derrota de Cancha Rayada.

Paula, que también tiene sangre verde y bien visible en su apellido, tiene un primo en Dublin. En aquella noche en que la conocí en el 60, en ningún momento me había dicho su apellido. Cuando salimos por primera vez, 15 días después, me quedé de una pieza al preguntárselo de pasada y escuchar: Brennan. Su segundo apellido era Galaz. Catalán, como mi padre.

El Jameson, la Guinness y el Baileys representan a Irlanda en cualquier barra que se precie. En Buenos Aires es difícil encontrar un café irlandés hecho como Dios manda.

Los dichos irlandeses son muchos. Acá solo he reproducido uno: "Los padres toman las manos de sus hijos solo por un ratito... Y sus corazones, para siempre".

Este es mi pequeño homenaje a ese país que llevo en la sangre de manera preferente.

1 comentario:

Anxie dijo...

Me enorgullezco de ser portadora de un semejante apellido. Según me dijeron suena muy fuerte, denota cierta autoridad (no significa que la persona sea autoritaria), y es muy original. Sale de lo común. Siempre me resultó algo molesto, pero gracioso a la vez, que mis profesores del colegio nunca pronunciaran bien mi apellido, ni siquiera escribirlo podian, con esa cuestión de que tenía doble N. Lo que rescato es que semejante apellido merece que sea dificil de decir, y más, que sea difícil de llevar al papel...
Sobre Irlanda opino que no hay que morir son pisar ese país.
Sin más me despido

Saludos

Anxie...