Una de las particularidades del argentino es su amor al mate. Borges, recordando un viaje a El Cairo, decía que los egipcios no habían descubierto el mate, pero que igual habían encontrado el regateo como una manera, casi más simpática, de perder el tiempo.
Tal vez el mate sea parte de ese modus vivendi tan contemplativo de los argentinos. Matear es, en el fondo, ocio con amigos. Pero esto sería un simplismo, porque se puede estudiar, leer, mirar un partido o conversar tomando mate. De hecho, los jesuitas les inculcaron el mate a los indios para que no se emborracharan y trabajaran mejor. Otra versión dice que fueron los indios quienes impusieron el mate a los conquistadores. Tema de debate eterno para argentinos, uruguayos, paraguayos y brasileños del sur.
He leido por ahí que cuando uno toma mate solo por primera vez, quiere decir que se ha hecho hombre (aquél era un texto machista).
Tomar mate es un acto colectivo por esencia y lleva en sí mismo la voluntad de compartir, como no se comparte el café, el whisky o la cerveza.
La cerveza que se comparte del mismo porrón no sabe igual si antes ha tomado otra persona. Parece menos fría. En cuanto al whisky, la posibilidad ni se plantea.
El café es la bebida individualista por excelencia. No quiere decir que quien lo bebe lo sea, sino que el acto de tomar café, y de dejar una borra que nunca será igual a otra, tiene cierto sentido de individualidad. El mate, por el contrario, es esencialmente compartido. Hay otras bebidas que implican una relación, como el champagne o el clericó, pero ninguna de ellas se sirve en un solo recipiente para todos. Tal vez la fondue suiza conlleve, en el rubro sólido, ese sentido comunitario.
El mate establece relaciones, acerca, obliga a la mirada. En el mate somos todos iguales, menos el primero, que es el zonzo. Y ni hablar del que recibe un mate frío.
En nuestro hogar el mate es lo primero que se ofrece. Después vienen las alternativas del café, el té, el Nesquik, la gaseosa efervescente o las bebidas alcohólicas de la barra.
Sebastián, mi cuñado, es como un amanecer en el campo: puro mate. Mi hermana Isabel siempre le decía que se iba a poner amarillo de tanto tomarlo. Ahora matea conmigo, con Paula y con la Chochi, a quien le gusta el mate a sus dos años (y tiene un juego de mate de juguete). Otro que gusta de matear con este servidor es mi primo, el Pibe. En la última Navidad le regalé un mate de San Lorenzo, de madera de ñandubay, que exhibió como un trofeo ante mi azorada familia.
Para mí, que sea amargo, por favor.
20 de septiembre de 2006
ACERCA DEL MATE
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