22 de mayo de 2006

VERGÜENZA

Hoy vi a alguien ponerse rojo de vergüenza. La circunstancia, a mi juicio, no merecía esa reacción, pero allí estaba, el semblante enrojecido. El mecanismo por el que una persona "se pone colorada" es curioso, porque parte de una emoción intangible y se refleja en cachetes coloreados repentinamente, es decir, en una reacción física que es subjetiva.

La vergüenza puede ser propia o ajena. A veces la sentimos por algo que está transcurriendo sin que nosotros hagamos nada. Pero esa situación nos produce tal incomodidad que decimos: "Siento vergüenza ajena". Esto surge por lo que otros hacen o dicen.

La primera definición que la Real Academia Española ofrece es la siguiente: "Turbación del ánimo, que suele encender el color del rostro, ocasionada por alguna falta cometida, o por alguna acción deshonrosa y humillante, propia o ajena".

A estas alturas uno ya ha perdido un porcentaje considerable de la vergüenza que tenía en su infancia. Una situación que recuerdo bien fue en Bariloche, a los 11 años de edad. Había ido a comer a lo de un amigo, y estaba sentado a una mesa de unas 15 personas. Tomé el sifón de soda y me dispuse a servirme, con la convicción de que iba a suceder lo que efectivamente sucedió. Salió el chorro de repente, rebotó en el vaso y se disparó al resto de los comensales, que se me quedaron mirando, con vergüenza ajena.

Otra vez me quise hacer el loquito, a mis 15 torpes años, y tirarme de cabeza a un río cordobés desde una piedra que estaba a unos 4 o 5 metros de altura. Lógico, había mujeres presentes. Caí de panza y se oyó como un ladrillo, y mientras aún estaba sumergido en el río y en mi dolor, deseaba no volver nunca más a la superficie donde vería, casi inevitablemente, los rostros de mis acompañantes. No los vi, porque emergí y me puse a nadar un poquito como si nada. Pero oí sus carcajadas.

La vergüenza, como la culpa, es una fuerza poderosa, y a veces es una mochila pesada que impide acciones loables y necesarias para conseguir ciertas metas. En ciertas ocasiones es bueno sentir vergüenza y es ella la que nos salva, pero otras veces no lo es.

Es feo arrepentirse de no haber hecho algo... por vergüenza. Prefiero arrepentirme de haberlo hecho mal.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

QUE TEMA!!! yo creo que siempre se padece más de verguenza ajena por que considero que es la única que no se puede revertir por nuestra voluntad...valga la...porque de todos los acontecimientos vergonzosos siempre hay humor o simpatía para volver de ese "rubor". Pero cuando es ajena....bueno ya saben

Anónimo dijo...

quiero ser tan caradura como bambi cuando hace preguntas, a mi entender, desubicadas con esa cara de campeon mundial de poker.....
pero no tanto como para olvidarme de los demas, y que mi caradurismo se convierta en maldad... y mi piel se convierta en harina y mi sangre en agua infectada en sal y acaben cocinandome los 29 al mediodia.
besos a todos!

Anónimo dijo...

La vergüenza es como un perro rezongón que nos persigue permanentemente. La propia, la ajena, la futura, la pasada, la social. Todas, todas están ahí, latentes o manifiestas (muy a nuestro pesar) para hacer de cualquier momento o situación algo inolvidable.

Si lo que estamos por hacer (o ya hicimos) es de gravedad, ahí está ella con su ladrido marcando nuestros actos; los nuestros y los de otros, como ya dije. Si el tema es muy serio a veces escuchamos su aullido, y otras afortunadas veces sólo oímos un leve pio-pio.

Así, la vergüenza funciona, para mi, como un termómetro que sirve para medir los valores que mueven nuestros actos, y también los juicios que emitimos sobre los ajenos (por favor, no me pidan ejemplos).

Soy vergonzosa, no me gusta serlo, pero reconozco que a veces es un buen mecanismo de prevención contra futuros ‘calores’ y ‘colores’ incómodos. Pero, así y todo, la vergüenza todavía no me privó de hacer cosas que quería, ni me hizo arrepentir de no hacerlas. Debo reconocer que llevamos una relación muy equilibrada: ella aparece de vez en cuando, y yo, si lo considero, le cierro la puerta y la mando a la cucha.

Anónimo dijo...

Aguante Snoopi. Debería aparecer más seguido por ahí....

Anónimo dijo...

La vergüenza es el clavo más importante de la herradura de la dignidad; si se pierde ese clavo, se va camino a perder toda la herradura.