Dado que estamos en plena Feria del Libro 2006, siento casi una obligación referirme al tema.
Ya he contado el papel de mi padre en la gestación de la Feria, y la forma en que ello influyó sobre mi gusto por los mejores amigos del hombre. Siempre pienso en esta última expresión, que leí en algún lado, cuando retomo la lectura de una obra abandonada sobre una mesa o en un rincón.
El libro nos espera en silencio, sin exigir. No se queja si lo dejamos, no pide gestos ni reclama respuestas porque no hace preguntas.
Hay un cuento en la "Misteriosa Buenos Aires" de Mujica Lainez, donde si no me equivoco el que habla es un libro (prometo verificarlo).
Es conocida aquella sentencia de Borges, quien dijo que él no se enorgullecía por lo que había escrito sino por lo que había leído. Al mismo tiempo, él opinó que si uno empezaba a leer un libro y se aburría lo mejor era dejarlo en lugar de leerlo por obligación. Siguiendo este consejo, eso hice con "Cien años de soledad", aunque creo que más adelante lo volveré a tener en mis manos.
Esto último me lleva a otro aspecto de la lectura, cual es el momento de nuestra vida en que nos topamos con cierto libro. En mi caso, las tres obras que ilustran esta columna han sido claves en mi formación autodidacta más allá de las aulas.
El Principito me enseñó, entre otras cosas, la importancia de no olvidar ese racimo de infancia que nos queda asomado en algún rincón del alma. Cada vez que juego con mis hijas y sobrinos, y veo cómo valoran el que un "adulto" juegue con ellos, recuerdo al Principito con su cordero dormido dentro de la caja, y su zorro domesticado. La imaginación y la alegría son armas que parecen inofensivas y abren todas las puertas. Cuando me ven con los pequeños y me dicen que parezco uno más de ellos mi alma sonríe. Paula es igual que yo.
En mi adolescencia el libro que me marcó fue "Crimen y castigo", del genial Fedor Dostoievski. La miseria y la culpa humanas se metieron de repente en el horizonte de un pequeño porteño ignorante del mundo que lo rodeaba. Mundo éste donde Raskolnikov, el protagonista, se arrodilla frente a Sonia, su amada, y le dice: "No me arrodillo ante ti sino ante todo el sufrimiento humano". Sufrimiento que redime la culpa.
(Nota al margen: Paradójicamente, este libro me fue robado con un caño en mi frente).
Las "Cartas de Nicodemo", evangelio apócrifo originado en las cartas del fariseo rico que visitó a Jesús de noche para no ser visto, me terminó de convencer de que todo lo que importa en la vida es amar a cada prójimo. Amar es buscar la verdad y descubrirla en el otro. Es un amor que llama. "Dame tus preocupaciones, las estoy esperando", le dice Jesús a Nicodemo. El autor de esta magna obra es Ian Dobraczynski, sobreviviente de un campo de concentración nazi.
Recomiendo fuertemente la lectura de estas tres obras.
En fin, ya hablaré un poco más sobre la Feria. Ahora he querido mencionar tres libros que forman parte de mi Constitución personal y he releído varias veces. Eso es todo por ahora, aunque no es poco.
Gracias por su atención, y que tengan buena lectura.
28 de abril de 2006
LIBROS
TEMAS: LETRAS
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