6 de febrero de 2006

EL CIELO EN LA VEREDA

"Al cabo de los años he observado que la belleza, como la felicidad, es frecuente. No pasa un día en que no estemos, un instante, en el paraíso".

Quien tanto optimismo exhibió en este prólogo de "Los conjurados" fue nada menos que Jorge Luis Borges. Esta obra fue de las últimas que nos dejó: las líneas que presento fueron escritas el 9 de enero de 1985, es decir, un año y 5 meses antes de su muerte. No se puede decir que el autor de "El Aleph" fuera un amigo del sentimentalismo. Por el contrario, denostaba los textos que desbordaban de metáforas y adjetivos innecesarios. La literatura más rica, para él, era justamente la más austera, y así se comprueba en su legado universal.

Desde este modestísimo rincón, coincido con el genio, y en otros comentarios he intentado reflejar esta postura a través de otras palabras. Sentir la lluvia como un monólogo de la naturaleza, gozar en la contemplación del fuego que consume un leño, deslizar los pies entre las hojas secas del otoño porteño, es encontrar la belleza pura que irrumpe en la cotidianeidad de cada uno de nosotros.

El hombre también produce belleza incesantemente. Basta con incursionar en algún campo del arte para palparla. Siempre me han impresionado las llamadas Pinturas Negras de Goya, que él pintó en la triste y última etapa de su vida (aunque su autoría ha sido puesta en tela de juicio recientemente). Todas ellas exponen temas oscuros y retorcidos, pero a partir de la miseria y la destrucción el pintor aragonés crea belleza de manera admirable.

De la misma manera, el cuadro "Campo de trigo con cuervos", de Vincent Van Gogh, parece haber sido premonitorio de su inmediato suicidio simbolizado en las negras aves, pero aún con ese dato en mente lo contemplamos placenteramente como a una muestra de genialidad artística.

La belleza, como la bondad y la verdad, está omnipresente en nuestras vidas. Nuestra es la oportunidad de hallarla a cada paso.

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