17 de julio de 2010

LA MELANCOLÍA Y LA REALIDAD

El amigo lector de este modesto espacio reconocerá en su autor a un melancólico irreparable. De hecho, ya he escrito unas líneas sobre el tema, en defensa de ese sentimiento tan particular que mezcla tristeza y alegría en dosis iguales, o debería hacerlo. Ahora voy a reforzar aquello.

Los días y sus noches nos presentan ocasiones de melancolía permanentemente. Por ejemplo, hace poco me topé con un artículo de mi Tío Carlos -celestial columnista de La Bonita Prensa-, una nota que no había leído en la cual se refería con habitual gracia a la raza de los fumadores. Invito al visitante a leerla.

A raíz de ese hecho, y de una reunión de trabajo con una persona que había trabajado con mi tío 25 años atrás, vi pasar ante mí varias imágenes de esos años en que este adolescente hacía los deberes del colegio escuchando La Oral Deportiva, se tomaba exámenes de ciencia futbolera con el Nono y jugaba al fútbol en el Monumental de Guido, el patio de Arturo en el que corríamos hasta que no había luz.

El otro día, mientras engullíamos una pizza en La Guitarrita, mi amigo Chipi me dijo que uno tiene más conciencia del paso del tiempo en la medida en que va haciéndose mayor. Yo le respondí que mi inminente cumpleaños de 40 no cambiaría nada de mi forma de ver la vida, dado que a fin de cuentas es una convención ideal para celebrar pero no más que eso. En lo demás, el tiempo, estoy convencido, es relativo a lo que contemplamos al mirar el pasado y sentirnos satisfechos -o no- con lo hecho.

"Tú no has perdido el tiempo", me dijo Fernando Gálligo desde Madrid al llamarme luego de la gran consagración de España en el Mundial. En diez años me casé, tuve tres hijos, tengo mi hogar propio, he podido estudiar lo que soñaba y tener el trabajo que buscaba. Esto me hace feliz, debo decirlo, y el hecho de gozar de un presente amigable no me impide añorar un pasado lleno de sonrisas... y también de tristezas que fueron cimiento de aquellas. Mientras tanto, pergeño nuevas metas, esquinas de sueños en las que me quiero tomar otra birra con la vida, y con los que quiero. Hay que buscar siempre más, disfrutar lo que hay -que es mucho- y dialogar con lo que fue.

¿A qué quiero llegar con todo esto? A que se puede disfrutar el presente y aguardar el futuro con esperanza mientras contemplamos el ayer que nos nutrió, nos hizo lo que somos y nos hizo madurar -si es que efectivamente lo hemos hecho-. No creo en ese pragmatismo frío que se ríe ante la supuesta debilidad del melancólico. La figura vangoghiana del doctor Gachet me despierta la mayor de mis simpatías, porque pese a su aparente tristeza insinúa una gota de alegre resignación por lo que no pudo hacer o hizo mal.

Se puede estar atento al diario de hoy, sin tenerle miedo a esos recuerdos que nos acarician, ya desprovistos de la lluvia y la sangre que los hicieron salvajes en algún instante superado, cuando perseguíamos la gloria.

Los recuerdos son instantes que han perdido la cáscara amarga, y nos regalan lo que quedó, esa pulpa jugosa y llena de sabor, lo mejor de la fruta. Todos evocamos aquella noche en que las cosas salieron decididamente mal y el cielo se nos llenó de agua, cuando el reloj se detuvo en la memoria pero por suerte marcaba solo el tiempo de un espejismo. Los espejismos, afirmo, no están solo en los desiertos, también en medio del paraíso.

Cuando asumimos eso es que podemos escuchar a Serrat cantando "Aquellas pequeñas cosas", y dejar que alguna lágrima asome y una mueca irrumpa, contrabandeando una emoción que, como la albahaca o el romero, aderezó nuestra biografía en alguno de sus banquetes.

Hagámonos amigos de nuestros recuerdos, porque ellos mismos nos ayudarán a esculpir el presente, gota a gota, risa a risa, del corazón a la cabeza.

2 comentarios:

Kluivert dijo...

Muy lindo, Bambi. Y que buena la canción; la conocía pero nunca le había prestado la atención que merece. Es todo tal cual como dice, y aunque sea un tanto triste, o melancólico como mejor decís, es afortunado que nos pase.

El Bambi dijo...

Gracias, Kluivert. Siempre me gustó el tango porque hace que la tristeza tenga belleza.