10 de abril de 2009

PILATOS Y EL BUEN LADRÓN

El año pasado, en Semana Santa, me referí a la figura de San Pedro. No repetiré lo dicho, tan solo que los personajes de la Pasión se me hacen complementarios alrededor de la encarnación de la Humanidad. Pedro, Judas, el Buen Ladrón y Poncio Pilatos son representantes de cualidades humanas al borde de lo humano: así como los dos apóstoles que nombro parecen ser las dos opciones del hombre frente al amor de Dios, el ladrón crucificado a la derecha de Jesús no encuentra su opuesto en el colega de la izquierda que lo insulta, sino, peor aún quizá, y más posmoderno, en Poncio Pilatos, que ni siquiera toma posición frente al hombre condenado y enigmático, sino que se lava las manos en un acto de absoluta y lamentable indiferencia.

"No soy responsable de la sangre de este hombre", sentencia Pilatos, y cree con ello sacarse de encima el problema. Pero o se está con Jesús o se está contra él. No hay opción. Quien niega a Cristo, por lo menos toma una posición frente a Él. Pero el cinismo de Pilatos, que sabe que al pedir agua estará convalidando la condena tácitamente, es de una hipocresía cruel. Y en el mundo actual, creo que éste es el peor mal que habita el mundo: la negación del mal, la pretensión de que no hay posibilidad de identificar el bien y el mal en términos absolutos y la postergación de cualquier definición sobre el tema, lo cual conduce a una ética sin límites externos y trascendentes. Es una ética a la carta, a gusto de cada quién. Pilatos, que se pregunta qué es la Verdad cuando la tiene frente a sus propios ojos, no escapa a la trampa de la inmanencia: sus actos tienen consecuencias externas inevitables, y su presunta indiferencia o neutralidad derivan en la muerte de Jesús. Él también lo ha condenado. No quiso definirse, y se definió contra Él.

Frente a Pilatos, encontramos al Buen Ladrón, ese hombre agónico y responsable de crímenes terribles que con admirable humildad, y con una fe que no entendemos con la razón, le pide a Jesús que se acuerde de él en su reino. ¡Ah, como nos gustaría haber tenido a Jesús frente a frente para cruzar unas palabras con Él! Quizás le habríamos pedido que nos explicara racionalmente ciertas cuestiones incomprensibles sobre sus parábolas, o que nos diera argumentos lógicos para responder a las dudas nuestras o de otros. El Buen Ladrón no hace nada de esto, solo le pide que se acuerde de él, seguramente sin saber bien a qué reino se referirá Jesús, pero con simpleza inmensa. Esto basta: "Hoy estarás conmigo en el Paraíso".

Con tan poco le alcanza a Dios para amarnos e invitarnos al banquete. Como Pedro, el Buen Ladrón confió y entró. Pilatos se quedó pensando.

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