7 de noviembre de 2007

SER TACHERO

A lo largo de los últimos veinte años he tenido una relación bastante intensa con los taxis de Buenos Aires. Mis tempranas labores de cadete, en las vacaciones del colegio, me iniciaron en la ciencia de la calle. Recuerdo aún cuando un taxista me preguntó, rodeando la Plaza de Mayo, cuánto ganaba mensualmente de viáticos al informar en mi oficina un monto superior al que realmente me había costado. Dije que nunca hacía eso, y el señor habrá pensado: "Qué gil que es este borrego". Hoy en día, afortunadamente, no he perdido los ideales y no entro en esas especulaciones, aunque por suerte tampoco trabajo de cadete.

En otra ocasión me pareció que el taxista tenía la maquinita "tocada" para que las fichas pasaran más rápido. Yo llevaba como diez cajas de libros, por lo cual fue una decisión costosa decirle que detuviera el vehículo para bajarme con mi carga y tomarme otro taxi, despedido por los malos deseos del taxista ventajero.

Ahora que soy más grande y gano más dinero, me puedo dar el gusto de volver del trabajo en taxi, en esos días en que el cansancio abruma o el reloj apura. Ha cambiado mi bolsillo, pero no han cambiado ciertos taxistas, que pretenden pasear o pisan el acelerador en el semáforo, cosa que me molesta sobremanera.

La otra noche me subí a uno y le pedí que me llevara a Gascón y Lavalleja. "¿Gascón y Lavalleja?", me dijo el taxista, un muchacho con semblante de malhumor. "Mirá", le dije yo, que estaba exhausto de la jornada y no tenía ganas de discutir aunque creía tener razón, "agarrá por Córdoba y doblá en Gascón, de ahí hasta Honduras y la siguiente es Lavalleja. Lo que pasa es que son diagonales y se cruzan". El tachero no estaba convencido y me "concedió" hacer el camino que yo le indicaba. Pero durante el trayecto, desde el centro, dos o tres veces masculló: "¿Gascón y Lavalleja? Hmmmm..."

Finalmente doblamos por Gascón, después por Honduras y apareció Lavalleja. Nos detuvimos enseguida porque había llegado a mi destino, que estaba a mitad de cuadra. Y sorpresivamente, el tipo me mira y me dice: "No soporto que me discutan cuando sé que tengo razón". Yo no lo podía creer. "¿Pero no ves ahí esa esquina? Es Gascón y Lavalleja, se cruzan ahí", le contesté. Y ahí vino lo mejor: "Ah, pero vos me dijiste que se juntaban, no que se cruzaban". Lo miré atónito. "Pero no importa", agregó condescendiente, "está todo bien". El muchacho era ciego a la realidad de que yo tenía razón, y esto me molestaba. Volví a decirle: "No entiendo, yo te dije que iba a la esquina de Gascón y Lavalleja, si se cruzan o se juntan es lo mismo, la esquina está ahí y ahora después de dejarme vas a pasar por ahí". El tachero me miró mal de nuevo, y como estaba cansado no la seguí y me bajé. Increíble.

Ciertos radiotaxis conforman una especie de aristocracia al volante. Sus autos son perfumados, la chapa brilla y la radio está bajita, sin estruendos. A algunos se les da con intercambiar saluditos, chistecitos o piropos con la telefonista que ordena los viajes. Peor es cuando suena el celular y se ponen a hablar con la mujer que les pregunta si estarán para cenar, o con la novia que quiere que la pase a buscar, o con el amigo al que le debe plata. El que sufre es el pasajero.

Otra variante es el taxista pistero, que tiene el volante envuelto en goma roja, la palanca al pie y el caño de escape arreglado para sentirlo. Estos son peligrosos y encuentran huecos por donde solo entra un alfiler. Me generan enojo y admiración al mismo tiempo. Suelo pedirles que bajen la velocidad, y siento cierta culpa porque sé que se sienten desilusionados por pensar que el pasajero no está a la altura de su servicio, que para ellos es de lujo.

Existen taxistas locuaces y taxistas que tantean al pasajero para callar o dar charla. Es conveniente darle señales claras de lo que uno espera de él, porque todo comienzo (mudo o verborrágico) sienta precedente, y si el tachero interpreta que uno quiere beber de su sabiduría, nos lanzará un monólogo que durará exactamente lo que tardemos en llegar a destino.

También hay distintas clases de pasajero: el que da la dirección y se encierra en el mutismo absoluto, el que se desahoga y pide consejo al chofer de si renunciar o no a su trabajo, el que ordena un camino exacto para llegar a donde quiere, y así podríamos seguir.

Los taxistas saben de todo: política y deporte (cualquier deporte), música, religión, historia, filosofía, economía y todo aquello que venga bien para entretener al pasajero. El tachero es un multiplicador de rumores y opiniones nada despreciable, y sabido es que muchos son profesionales frustrados que ocultan una mente avispada.

Es molesto cuando el taxista se pelea a viva voz con un colectivero (su enemigo número uno), un peatón o un colega. Uno debe asistir mudamente a la pelea dialéctica desde su platea de lujo, mientras el tiempo se pierde irremediablemente cuando el taxi frena junto al objeto de su odio. Por supuesto, es mejor adherir a las razones del taxista propio, o por lo menos, guardar un prudente silencio si tendemos a estar de acuerdo con el rival de éste.

El taxista y el colectivero son enemigos mortales. El primero detesta al segundo porque le obstruye la calle y le demora la velocidad. Este odia a aquél porque es más chiquito y se mete insolentemente por huecos que a él se le hacen imposibles, además de circular parsimoniosamente por el carril derecho, tan caro a las paradas de colectivo. En esa guerra callejera, no sé por qué, tiendo a respaldar al colectivero, quizás porque lo veo más sacrificado en su caluroso caballo de hierro. Pero también depende de cada caso.

Ahora que tomo taxis con mis hijas pequeñitas, los taxistas se enternecen y redondean el cambio a mi favor. Esta mañana uno empezó a hacerle muecas a Valentina, a tal punto que miré insistentemente hacia delante porque el señor iba por Lacroze y no era cuestión de manejar mirando a mi hija. Está bien que sea irresistible, pero pretendo que lo siga siendo.

El taxi es un mundo, como reflejara Robert De Niro en la famosa "Taxi Driver". Y el taxi porteño es un planeta.

12 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha llamado mucho la atención el referente que haces sobre como usan el tfno movil los taxistas argentinos cuando van al volante, pues aquí está penado y con una multa considerable si te pillan conduciendo y usando el movil, puede haber hasta retirada de carnet si se demuestra por acúmulo de puntos negativos, la verdad que me resulta sorprende en un colectivo de personas (Los taxistas)destinada al transporte público, que son los que suelen llevar más precaución y sosesiego en la conducción que realicen estas prácticas.

Saludos desde la región manchega.

eliana dijo...

hola, he llegado a tu blog y me gusto mucho, andaba por google buscando informacion sobre el bambino veira y te encontre, espero que tengas muchos éxitos con tu blog y si quieres puedes devolverme la visita a ver si puedes ayudarme con mi sueño y dejarme un comentario de aliento, si deseas podemos intercambiar links...hasta pronto
http://uncafeconelbambi.blogspot.com/

El Bambi dijo...

Eliana, ya se te va a dar ese café con el Bambino, seguro. Y que sea en Boedo.

Silvia, acá también está prohibido hablar por el celular al volante, pero sucede que en la Argentina las leyes suelen ser, más que una norma, una sugerencia... Estuve en La Mancha en el 95, buscando al Quijote. No lo encontré, pero en una venta me dijeron que lo habían visto.

Anónimo dijo...

Un taxista se sorpendió porque le pongo el cinturón de seguridad a Sofía!!! Como si estuviera mal!!! Bueno también se sorprendió por lo bien que se portaron las dos, es que estaban en un buen día!!!
Me contó de una familia que sepuso a comer semillas de girasol en el auto y que le habían dejado todas las cascaritas tiradas. ¡Qué vergüenza!
El taxi es un mundo! Y refleja la sociedad en que vivimos!
TFQT

Anónimo dijo...

Ah...es que el taxista es una raza aparte. Como los colectiveros, pero ya escribirás en otro post sobre ellos, lo se.

El estilo de tachero que más me gusta es el tachero de toda la vida. Ese que sabe exactamente las calles a donde vas; los horarios convenientes para agarrar tal o cual atajo; incluso esos que, si uno les dice alguna referencia como un nombre propio, “voy hasta la pizzería La Guitarrita” por ejemplo, encaran derechito sin preguntar. Y ni hablar de cuando respetan tu humor y saben callar a tiempo.

También hay una sub-categoría en éstos: los tacheros que frecuentan determinados lugares y son, después, sociologos especializados en las historias que transportan. Ejemplifico: los tacheros que trabajan en la zona roja, sea Godoy Cruz, Rosedal o piringundines del bajo. Ellos saben de tristezas femeninas, del gusto del consumidor, de peleas entre bandos, etc.
Otro circuito fértil para el relato es la puerta de algún casino o bingo. No faltarán anécdotas de jugadores compulsivos, corridas hasta algún cajero o casa de empeños, y demás.

Me limité a describir lo que me gusta de este oficio, pero también hay cosas que no festejo tanto. Quedará para otra ocasión.

Es que a mi me gustan los tacheros.

hugo dijo...

a propósito del cada vez mayor desconocimiento de los taxistas de la ciudad (el "me indica como llegar por favor" es cada vez más frecuente oírselos decir)en londres, la prueba final para conseguir la licencia es un exámen donde se les propone un destino, al que deben llegar por el recorrido óptimo, es decir una combinación de menor distancia y tiempo, por lo que el mismo suele variar segun las horas del día.

algunos candidatos a taxistas se han tenido que presentar hasta dos y tres veces al exámen, que solo se toma una vez por año.

sobre el "tachero de toda la vida", generalmente un señor maduro/mayor como el suscripto, uno no solo lo advierte cuando viaja en el taxi, sino que lo percibe como peatón, esa clase de taxistas jamás lo va a cerrar a uno cuando cruza por las líneas blancas.-

Kluivert dijo...

Muy groso, Bambi. Exploté con la última anécdota: "Está bien que sea irresistible, pero pretendo que lo siga siendo".

El Bambi dijo...

Mery, el otro día le dije a un tachero, al pasar por el Rosedal, que no entendía cómo un tipo podía llegar a gastarse la plata en ese circuito nocturno. El chofer se llamó a un sugestivo silencio.

Hugo, el examen de recorrido óptimo según las horas del día es una buena idea. Habría que adaptarlo a Buenos Aires, acá el expertise del buen taxista incluye también estar al tanto de los cortes de calles, los piquetes, las repavimentaciones, las inundaciones y las maratones, entre otros. El camino óptimo en una Filcar no siempre lo es en la jungla cotidiana.

Gracias, Kluivert, por el elogio. Buenos Aires inspira al más rústico.

Anónimo dijo...

Hugo, si de adaptar costumbres se trata, Londres es un buen ejemplo para muchas cosas, no solo la obtención de licencias de conducir. Pero no quisiera 'filosofar' al respecto porque se perdería el hilo conductor de estos comentarios que es:ser tachero.

Otro detalle que me entretiene ni bien me siento en el taxi es 'la decoración' del auto, y cómo uno, más o menos, conoce al conductor a través de su hábitat.

Nada de radio por donde el operador repite (con prisa y sin pausa) la dirección del futuro cliente a razón de 1.200 veces por minuto, hasta que alguien se digna a contestar. IN-SO-POR-TA-BLE! Y por favor, bajen el volumen!!!

Demás está que aclare que viajaría hasta Marte, ida y vuelta, en esos autos que están limpios, tienen música suave, y huelen bien. Y hay algunos que hasta tienen caramelos. Ni hablar de esos que, cuando es de noche, se ilumina el tablero: me gustan más.

Pero hay algo con lo que no negocio: no me gustan los perritos que se les mueve el cuello al andar, esos que son de felpa. No, no van, out! Prefiero el CD conlgando del espejo retrovisor.

Anónimo dijo...

A mi lo qué más me llama la atención de los tacheros es que haya tantos tan fachos. Supongo algo tendrá que ver que la radio más escuchada en el gremio es Radio 10.
Chipi

El Bambi dijo...

Ojo que he sabido tener un perrito con cuello movible, que heredé del dueño anterior (uno de los comentaristas), a quien se lo había regalado este amigo.

Anónimo dijo...

¿Te parece que son los tacheros los fachos, Chipi? Yo creo que el adjetivo le sienta bien a muchos más. Pero creo que es para otro post también.

Lo siento, el perrito con cuello movible: NO. ¿Y los que lo llevan en la luneta? Yo, siempre distraída, me doy vuelta y ...AHHHHH....envejezco diez años de golpe por el susto que me dan. No, por dios, voto por el no rotundo a los perritos esos.

A esta altura del partido (o del blog) creo que se cae de maduro y lo pido a gritos: hablemos de la decoración de los colectivos. ¡Por favor!

Ahí si que me hago una panzada!