Mi relato ha recorrido los días que pasaron desde el 31 de diciembre del 2000 hasta el 20 de enero del 2001. De aquella noche del 20 solo cabe agregar que después de pagar la cuenta en "El Café de la Esquina", nos fuimos a "Dalí", un bolichín que estaba donde ahora se encuentra "Downtown Matías", a una treintena de metros de la Basílica del Pilar, donde nos casamos el 1 de noviembre de 2002. Con el sol del 21 bostezando sobre su colchón de agua, la dejé en su casa y me tomé un taxi a la mía, feliz.
Ya he escrito que en nuestra primera salida, el domingo 14 de enero, la verdad me había sido revelada. Paula tardó un poco más en darse cuenta de lo que había sucedido. Pero era de esperar: la perfección plena y completa siempre resiste el afán de la torpe realidad.
Un año exacto después de aquella noche milenaria, el 31 de diciembre del 2001, en Santiago de Chile, le pedí de rodillas que se casara conmigo. Estábamos allí visitando a la abuela de Paula, Cupy, quien al minuto de conocerme le había dicho a Paula por lo bajo: "Tú tienes que casarte con este muchacho".
Nuestra fiesta de casamiento tuvo lugar en el Club de Pescadores, exquisito y simbólico lugar sobre el Río de la Plata. La luna de miel tocó Ushuaia, El Calafate, Puerto Pirámide y Villa La Angostura, a lo largo de 23 días.
El 25 de marzo de 2004 nació Sofía. El 8 de febrero de 2006 lo hizo Valentina. Y algún día vendrán más.
Cada 31 de diciembre, por lo tanto, el mundo festeja algo que para nosotros está en un segundo plano. No es el nuevo año lo que nos lleva a chocar las copas, sino el milagro de una noche en que todo conspiró para que nos encontráramos. Yo soy un afortunado, porque tengo una mujer que me quiere y acepta mis defectos como parte inescindible de mí. Sin ella y sin ellos, yo no sería yo.
Cada mañana, al levantarme, trato de conquistar a Paula como si estuviera descubriéndome en el colectivo, tratando de usar mi mejor morisqueta y mi chamuyo más efectivo, con la fuerza, la alegría, el humor y la sabiduría que dispongo en módica medida. No es fácil convivir con alguien que te hace sentir como un ladrillo frente a una flor, pero de eso se trata: de ser complemento, de que nunca te digan "Qué divino" sino "Qué humano".
A Paula dedico este relato, y a los lectores agradezco por su comprensión para con los límites que la palabra impone en la descripción de ciertos sentimientos y certezas.
Por último, gracias al Amigo, cuya carcajada atronadora creí reconocer en medio de todo aquello.
Hubo un instante en que todo se detuvo
La luz, el viento, la sangre,
las guerras, los tambores.
Nadie cerraba las puertas, no las había.
Las monedas no brillaban, nada valían.
El reloj se confundió con el caos
de un desierto florecido.
El tiempo es un capricho del Amigo.
Todos yacían, sin ayer, ni hoy, ni mañana.
Tenues ojos contemplaban el sino
Que moldearía sus juegos y sus nanas.
Hubo un instante de mundo detenido
un temblor de silencio decisivo
cuando el abismo se ofreció, generoso y puro
al peregrino, emboscado en su recinto.
Y alguien negó la sal por vez primera
y pasó de largo la ráfaga amarilla
y alguien ladró, en su cómplice paseo
y alguien restó monedas al destino
y la nada dejó su lugar ¿predestinado?
Todos fueron uno en ademanes suspendidos.
Y yo fui el ser, inclinado ante su suerte.
Condenado a la finitud de mi argumento
tal vez entre mis cifras me buscaste.
Me absolviste y liberaste la utopía
de un bufón que sin corona era descarte.
Descendiste al averno de mis sombras,
tu acto amoroso fue encarnarte
en un pájaro de fuego poderoso
para al fin del vacío rescatarme.
Fue un instante apenas.
O tal vez no hubo tiempo
porque tu rostro
ya es eterno en mi breve humanidad.
Azar, milagro, destino o decisión,
sabe Alguien qué fue aquello.
Ya no hay respuestas a la duda sin sentido.
Sólo hay verdad,
solo hay dos llamas en un fuego.
18 de mayo de 2007
EN UNA NOCHE MILENARIA - EPÍLOGO
TEMAS: PAULA