14 de septiembre de 2008

PIRATAS AL ABORDAJE

El diario La Nación de hoy publicó en tapa una nota sobre el hallazgo del tesoro hundido en el naufragio del buque en el que Carlos María de Alvear, uno de los propulsores de la independencia argentina, venía con su familia a estas tierras del Plata, proveniente de Europa. La nota es muy interesante y no me referiré a ella, será mejor que el amigo lector la vea por sí mismo.

El naufragio ocurrió cuando unos buques ingleses atacaron a las naves españolas, y especialmente a aquella en la que iba la familia de Alvear, la "Mercedes". El prócer argentino, luego enemigo de San Martín para sus planes libertadores, salvó su vida junto a su padre debido a que providencialmente se encontraba en otro navío de la formación, la "Medea". Su madre y hermanos (seis) murieron en el ataque cuando la "Mercedes" saltó por los aires ante los ojos del padre de familia, don Diego. Padre e hijo fueron hechos prisioneros junto con otros como Tomás de Iriarte, y los ingleses les devolvieron el botín que les había sido hurtado: doce mil libras. Este detalle, que no está en la nota de La Nación, es narrado por Miguel Ángel Demarco en el primer capítulo de "Soldados y Poetas", donde cuenta la trágica pérdida de la familia Alvear. Demarco también ha escrito sobre el general Iriarte en La Nación.

Este relato de batallas navales me trajo a la memoria las historias de piratas, más sangrientas pero también más románticas, que ilustró Daniel Defoe en "Historias de Piratas", un libro que mi hermana y mi cuñado me regalaron hace ya 19 años, en la Navidad del 89.

El pirata que siempre despertó mi admiración fue, como les sucede a tantos, Sandokán, el Tigre de la Malasia, el personaje de Emilio Salgari que combatía a los ingleses en las costas del Sudeste asiático y Borneo, donde vive, justamente, un inglés que me mandó un libro de Dostoievski desde Brunei.

Sandokán ocupó mis lecturas más tempranas, una, dos y tres veces, en todas sus andanzas, y también se asomó al televisor de casa cuando pasaban la miniserie que protagonizaba, entre otros, Adolfo Celi, un actor italiano que conocía mi papá y personificaba al malvado James Brooke, un personaje interesante. Con la lectura de "Los Tigres de la Malasia", "Sandokán" y sus continuaciones, mi imaginación fluía mágicamente y adivinaba los rostros de Yáñez, Sambigliong, Kanmamuri, Sabau, Patán o Tremal-Naik -además de la dama en cuestión, Mariana- y los contornos de las cimitarras con las que abordaban los barcos británicos.

"El Corsario Negro" fue otro personaje de Salgari que pirateaba las costas del Caribe y asombraba a los lectores juveniles como quien esto escribe.

Los piratas, seamos realistas, no fueron seres tan magnánimos y románticos como los pintan los artistas. Y muchos de ellos se vendían al mejor postor. Pero la leyenda sobre su arrojo y su amor a la libertad es atractiva a los ojos de la naturaleza humana. Serrat lo canta bien en "Una de Piratas". Y seguramente los hubo como el Tigre de la Malasia, cuyo Sancho era el portugués Yáñez, más cerebral.

Los piratas representan, quizás, el ideal de la vida libre al aire libre, con la sola ley de los ideales. Su simbolismo los ha trascendido y han pasado a ser un concepto, y un poema sobre la libertad. Su lugar en la Historia se ha construído a sangre y fuego, y en la imaginación de todos nosotros han hallado un refugio sólido y seguro donde proteger su exhausta humanidad de la racional maledicencia.

Tal vez el mensaje legado por los piratas que imaginamos es el siguiente: Demasiada razón intoxica, y en menos de un suspiro la tormenta arrecia. Vayamos, pues, al abordaje de nuestros sueños aunque sea en lucha desigual. En el fondo del mar embravecido, un tesoro nos espera mudo y paciente. La cabeza nos dice cómo hacerlo, pero la pasión nos lanza.

Ya lo dijo San Martín, adversario noble de Alvear: "Serás lo que debas ser o serás nada".

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