30 de enero de 2007

EN UNA NOCHE MILENARIA VI

Hay dos versiones sobre lo que ocurrió cuando yo escribí mal el número de teléfono de la chica. Paula dice que ella se fijó de reojo y me avisó del error. Yo creo que le pregunté a ella si lo había anotado bien. Lo cierto es que el número fue corregido y yo me bajé del colectivo, no recuerdo si con un beso en cachete o no.

Nomás bajarnos en la Panamericana, el papá de Lucas me dijo: "¿Viste? Te dije que por algo el otro había pasado de largo". Mi amigo, por su lado, declaró que se jugaba algunas fichitas a mi futuro con la chica.

Llegamos a lo de Marisol y me agarró su papá, de alias "Oiga". Memorizó el número y me lo repetía cada diez minutos. Yo ya lo había anotado en otro papel por si las moscas. El papel duerme ahora en mi billetera.

Aquella noche comimos y brindamos, y más tarde salimos a dar una vuelta con Lucas y su novia en un auto destartalado y sin papeles que el papá tenía estacionado casi como un adorno en la puerta de su casa. Yo me preguntaba si la chica habría llegado bien a destino, y me daban ganas de llamarla, pero me contenía. A decir verdad, la habría acompañado hasta Maschwitz hablando de la vida, pero las circunstancias no habían aconsejado tamaña jugada.

Caímos en una fiesta en la costa norte de Buenos Aires, felices mis amigos de estar juntos y alegre yo de festejar algo. No recuerdo haber chamuyado con muchacha alguna, creo que me dediqué a bailar primero y a pensar después. Es decir, chamuyé conmigo mismo.

Contemplé el amanecer del milenio nuevo frente al Río de la Plata, en la costanera de Martínez. Ella estaba a unas cuadras de allí, pero yo no lo sabía. Observé tendido en la playa, taciturno y con una roca por todo respaldo, a las parejitas tomadas de la mano, que se asomaban ilusionadas a los años por venir. Presentí, porque los presentimientos también pueden equivocarse, un viaje sin retorno a un rincón del mundo más amigable, donde mis preguntas hallaran certezas.

Se hicieron las cinco. La luz perforó por fin mi silencio. Arrojé el violín a las piedras y levanté mi cerveza para brindar mano a mano con ese sol que se desperezaba, por aquella a quien aún ¿no conocía? Le pregunté qué sería de mí ese año, pero nada dijo.

Me di vuelta, y empecé el mejor siglo de mi vida.

25 de enero de 2007

EN UNA NOCHE MILENARIA V

Una vez que le contesté su pregunta, supuse que lo correcto sería devolverle las botellas que me había dado para que se las llevara. Así que lo hice, diciéndole: "Parece que van a tener fiesta, pero si no pueden con todo dejame alguna botella". Segunda sonrisa de la chica.

No me costó mucho entablar un diálogo fluido. Rápidamente, yendo por Juramento hacia Cabildo, nos enteramos de que habíamos estudiado lo mismo (Relaciones Internacionales), de que ella estaba leyendo el mismo libro que yo acababa de terminar ("La diplomacia", de Kissinger) y de que a ambos nos gustaba Palermo Viejo (cuando ese barrio aún era tranquilo).

Me contó que vivía sola y no tenía teléfono fijo, que tenía un perro y que su papá era de Rafael Calzada (yo le dije que conocía Temperley y Adrogué, y por mi memoria pasó fugaz aquella tarde en la cancha con 40 grados de calor). También me contó que sus abuelos maternos eran chilenos, que su abuelo había trabajado vendiendo libros (igual que mi papá), que su hermana era bailarina en Hamburgo (yo prefiero la ópera) y que su mamá vivía en Ljublana (Eslovenia) dando clases de ballet.

Lucas me codeaba, pero yo estaba muy tranquilo. Uno debe estarlo cuando conoce a quien ha esperado tanto tiempo, y debe disfrutar cada instante. Por supuesto, yo aún no sabía quién era esa mujer con la que hablaba, pero me limitaba a chamuyar, hacer chistes y gozar de la situación.

Y así nuestro colectivo tomó por General Paz hasta el Acceso Norte y de allí por Panamericana. Nuestra despedida se acercaba y mi amigo me susurraba al oído: "Pedile el teléfono". En un momento me di vuelta y le dije "Esperá", y continué mi gran charla con la chica.

Ella siempre imita mi mirada de aquella noche, medio de perfil y con la sonrisa torcida. Sería gracioso y revelador tener una foto de nosotros dos en aquel momento, con Lucas ansioso a un lado y su papá expectante al otro.

Finalmente, le dije que ya me bajaba del colectivo. "Me gustaría volver a verte, pero no tengo tu teléfono". "¿Tenés para anotar?", me preguntó ella. La birome frotó mágicamente de su espacio habitual en mi bolsillo izquierdo, y me di vuelta para pedirle a mi amigo un papel. Me dio su caja vacía de Marlboro, que conservo.

La chica me dio el número de su celular, y yo lo anoté mal.

23 de enero de 2007

EN UNA NOCHE MILENARIA IV

Con sus botellas en mis brazos, seguimos viaje. Ella, de pie delante de mí y yo al acecho, sin hablar. Unas cuadras más allá, pasando Pacífico, el hombre o el ángel que estaba entre el papá de Lucas y la ventana se levantó para bajarse. Mi reflejo fue inmediato. "Correte", le pedí, casi le ordené, a Tito. Y él lo hizo.

Paula dice que ese movimiento le pareció extraño. Ella había interpretado que los tres veníamos juntos, por lo cual era ilógico que quedara un hueco entre él y yo. Pero se sentó sin pensarlo más. El papá de Lucas abrió la ventana y le dijo a Paula, casi como en plan de excusa por su maniobra anterior: "Con este calor no se puede respirar".

De repente la chica sacó un papel de algún bolsillo, o de la cartera, y lo leyó. Yo miré de reojo. "Ing. Maschwitz, km. 47". Sobraba el tiempo. Ella estaba nerviosa y le preguntó al papá de Lucas: "¿No sabe si este colectivo me deja bien en Maschwitz?". "No sé, pero esperá", le respondió él. "Ignacio ¿vos sabés si este colectivo la deja bien en Maschwitz?" Ella torció su cabecita y me miró.

La maniobra había dado su fruto. "Sí, te deja bien", le dije.

Si me hubiera preguntado si la dejaba bien en Egipto también le habría dicho que sí.

17 de enero de 2007

EN UNA NOCHE MILENARIA III

Esperamos unos minutos y pasaron algunos 60 más, pero no del ramal que debíamos tomar. Al fin, el nuestro apareció y paró. Las damas subieron primero, y yo detrás. Elegí un asiento en la fila de cinco, atrás de todo, y en la ubicación del medio. Pensé que Lucas y el papá se sentarían juntos, pero lo hicieron a cada uno de mis lados. El colectivo se llenó rápidamente, y un par de paradas después no quedaban asientos vacíos.

En Plaza Italia, exactamente en Santa Fe casi esquina Uriarte, subió ella. Había pasado el día en el Tigre con su papá, y tenía que ir a una quinta en Ingeniero Maschwitz, a 40 kilómetros de Buenos Aires. Había vuelto al centro solo para pasear a Rosko (ay, cómo te extraño). Fue este personaje el culpable de que ella estuviera allí a esa hora. Y ahora, había estado un largo rato esperando que apareciera el colectivo que la llevara a aquella quinta. Finalmente, se hartó y subió al mío, sin saber a ciencia exacta si era ese u otro.

Después de que el chofer le dijo que más o menos la podía dejar donde iba, ella se dio cuenta de que no le alcanzaban las monedas para viajar hasta allá. El chofer, anónimo enviado de un destino, le dijo que pasara igual.

Hablaba por su celular, nerviosa. En una mano, un tiramisú. En la otra, la del celular, una bolsa con bebidas. Y colgada del brazo, la cartera. Yo ya la había relojeado desde mi ubicación al fondo hasta allá delante, cuando sacaba su boleto. Lucas me codeó.

Se paró exactamente delante de mi asiento, sin mirarme siquiera. A las pocas cuadras ocurrió lo que yo esperaba. A la primera frenada en seco del colectivo, casi se vino abajo con todos sus accesorios. La miré y le hice la primera pregunta de esta historia: "¿Querés que te lleve algo?" Y entonces ella me miró y me sonrió.

Eran las nueve menos diez de la noche del 31 de diciembre del 2000.

16 de enero de 2007

EN UNA NOCHE MILENARIA II

A las ocho de la noche, después de la duchita y la camisa blanca con jeans, me tomé un taxi para ir a lo de Lucas, desde donde iríamos a lo de su novia. Marcelo T. de Alvear, Callao, Arenales, Austria hasta la esquina con Melo. Allí bajé y caminé hasta el edificio de mi amigo. Toqué el portero eléctrico y le dije: "Llamemos un remis". Él no quiso, iba con sus papás, su hermana y su bolsillo flaco.

En el camino desde este lugar hasta la parada del colectivo, los padres de Lucas se encontraron con una pareja amiga y se detuvieron a charlar unos minutos. Este detalle, intrascendente en un día cualquiera, no es menor cuando uno ya sabe que aquello era una pieza más del dominó. Si no hubiera caído, las fichas siguientes tampoco lo habrían hecho.

Una vez en la parada de la avenida Las Heras, nos detuvimos a esperar. Había que tomar un ramal del 60, el que iba por Panamericana. A los pocos minutos apareció uno y levanté el brazo, pero el chofer tenía intenciones de terminar temprano su faena para irse a festejar, y pasó de largo con mi lamento consiguiente.

"Siempre odié a esta línea", le dije a Tito, el papá de mi amigo.

Ahora la amo.

CONTINUARÁ

12 de enero de 2007

EN UNA NOCHE MILENARIA I

Aquella tarde, cuando salí a caminar por las tórridas calles de Buenos Aires, no imaginaba que sería mi último paseo en vida. En mi vida anterior, claro está.

Ese fin de semana tenía un día de más. En mi trabajo habían anunciado el jueves que el viernes no sería laborable, y yo había lamentado no haberlo sabido antes para reservar pasajes a cualquier lugar lejos de la ciudad con más antelación. Me habría gustado repetir la experiencia del Año Nuevo anterior, en que me había tomado un micro a Puerto Madryn y había recibido al nuevo año en un asado con 7 desconocidos, que me habían despertado de la siesta para preguntarme si me quería sumar al festejo en el hotel.

Había llamado a la casa de mi cuñado en Mar de Ajó para ver si me podría ir a recibir el nuevo milenio allá, frente al mar. Varias veces había ido, pero esta vez, por primera vez, me respondieron que sería mejor esperar otra oportunidad. Así pues, me resigné a quedarme en la insoportablemente calurosa Reina del Plata.

Tenía varios ofrecimientos para pasar el Año Nuevo en distintos lugares. Mi hermana María Fe, que vivía en un campito cercano a Campana. Mi hermano Fernando, que la pasaría con sus suegros. Mi amigo el Omar, que estaría en lo de unos amigos en Palermo Viejo, junto con Dido. Arturo, en el Monumental de Guido. Y por último, Marisol y mi amigo Lucas, que estarían en lo de Oiga y AM, los papás de ella. Esta última fue la opción que elegí.

Mientras el sol recorría su última curva en el milenio porteño, volví de mi vagabundear por esas calles y le envié un mail a mi prima Dolores, a Barcelona. "No sé qué hago en Buenos Aires en este día", le escribí.

Ahora sí lo sé.

CONTINUARÁ (Para leer el relato completo, que fui escribiendo de a poco, clickear en este enlace y leer los capítulos de abajo hacia arriba. Es decir, el epílogo es, valga la redundancia, la última parte).

8 de enero de 2007

LOS MUSEOS Y LA HISTORIA

Es difícil entender cómo las pinturas más famosas de la cultura greco-latina se salvaron de su peor enemigo, y a la vez defensor: el hombre.

"La Ronda de Noche", obra magna de Rembrandt que acompaña estas líneas, debió ser sacada de Amsterdam y trasladada a un refugio secreto a 35 metros de profundidad en Maastricht, para que no fuera robada o destruida por los invasores alemanes en los inicios de la II Guerra Mundial.

En este período, todas las pinturas de la National Gallery de Londres fueron trasladadas a lugares más seguros en Gales, al norte de la isla, para protegerlas de los bombardeos nazis.

El Museo del Prado también fue cerrado y muchas de sus obras llevadas a Valencia y Gerona primero, y a Ginebra después, durante la Guerra Civil Española, entre 1936 y 1939. Allí quedaron bajo la protección de la Sociedad de las Naciones (organismo antecesor de las Naciones Unidas), pero al desencadenarse la Segunda Guerra Mundial (justo en 1939, año de la finalización de la Guerra Civil Española), las obras fueron repatriadas a Madrid en trenes nocturnos que atravesaron Francia.

Uno de los casos más dignos de alivio es el del Museo Hermitage de San Petersburgo, cuyo destino estuvo a un paso de la destrucción en la Revolución Rusa de 1917. La razón fue que el nuevo sistema de valores imperante incluía la lucha contra todo lo que representara la cultura occidental. El poeta nihilista Kirilov proclamaba: "En aras de nuestro mañana quemaremos a Rafael, destruiremos los museos, pisotearemos las flores del arte".

Fue Lenin quien salvó las obras de arte, al firmar un decreto que mandaba inventariar y proteger todas las manifestaciones de significación artística e histórica de Rusia. Esto incluía, por supuesto, todas las colecciones de pintura en suelo ruso. Años después, con la invasión nazi a Rusia, las obras fueron trasladadas por miles de voluntarios y volvieron a salvarse.

En cuanto al Louvre, "La Gioconda" de Leonardo Da Vinci fue escondida en 5 lugares diferentes durante la Segunda Guerra Mundial. Ahora descansa en una sala especial.

Desgraciadamente, el pillaje de obras de arte se ha producido en distintos sucesos de la historia, tales como las invasiones napoleónicas o el colonialismo inglés y francés en Grecia, Egipto y varios puntos de Oriente. Muchos museos cuentan con pinturas ganadas en campañas de guerra o adquiridas en procedimientos poco claros, y esto sigue generando controversias.

Leonardo Da Vinci habría sonreído si hubiera pensado que sus obras estarían en peligro de ser bombardeadas por aviones, esos vehículos que él soñó durante toda su vida. Afortunadamente, esta vez el arte pudo más que la ciencia.

3 de enero de 2007

NUESTRA TARJETA DE FIN DE AÑO

Paula y este servidor tienen la costumbre de enviar, cada diciembre, una tarjeta donde narran e ilustran su paso por el año que termina. Creo que es una buena ocasión para dedicarla también a quienes visitan asiduamente este rincón, pues ya que Paula no escribe en él, por lo menos podrán adivinar su forma de ser (claramente representada en las líneas y las fotos elegidas de la tarjeta).

Sé que quienes no nos conocen ignoran la mayoría de los datos que acá se dan por sobreentendidos. Pero de todas maneras puede ser entretenido curiosear lo que fue el 2006 para una familia de la que solo conocemos reflexiones sueltas en un blog. ¡Y las fotos de nuestras hijas valen la pena!

Para leer la obra, hay que clickear sobre cada una de las dos imágenes, que se agrandarán (por la magia de Internet y también por efecto de mi orgullo de tener esta familia).


2 de enero de 2007