2 de marzo de 2009

VUELTA A CASA


El regreso de las vacaciones es un instante del año en que el espíritu está desorientado. No tanto por el hecho de volver a la rutina -necesaria rutina, a pesar de todo- sino porque nuestros sentimientos se hamacan entre la feliz satisfacción del descanso cumplido y la decepción de saber que nada es eterno en esta vida, y en algún momento llegaremos a la autopista a La Plata, o al Acceso Oeste, o a la Panamericana. Los más afortunados arribarán a Ezeiza o Aeroparque. Quien esto escribe vive en Buenos Aires, claro está.

Siempre lo supimos, desde el día en que pusimos un pie fuera de la oficina: las vacaciones empiezan y terminan en un suspiro. Pero entonces, mientras dura ese suspiro, tenemos que paladear cada minuto de ellas como si fuera el último.

Pensémoslo así: es necesario que volvamos al trabajo, porque de lo contrario no podremos disfrutar de un nuevo descanso en los próximos meses ¿o años? Descansamos de lo que hemos trabajado, pero también de lo que hemos padecido, ya sea una preocupación crónica, una rutina demasiado exigente o, por qué no, una vida demasiado disipada (tal como le gustaría decir a nuestra amiga Maximina Traynor).

Es verdad que sería fabuloso vivir de vacaciones, visitando playas, museos y ciudades del mundo. Pero eso no es la realidad, al menos la nuestra y la de buena parte de los lectores de este humilde espacio. Entonces hay que pensar qué hay de bueno en que las vacaciones terminen. No todo lo bueno es placentero, y mucho de lo malo sí lo es, al menos en nuestro concepto de bondad y maldad.

Las vacaciones y el resto del año son ejes de la misma carreta, la que lleva nuestros sueños, proyectos e ilusiones. Hay un tiempo para todo: uno para descansar y divertirse, y otro para sembrar, en silencio y con paciencia. A veces éste último se prolonga más de la cuenta, pero ¡qué lindo es entonces gozar de unas merecidas vacaciones!

No es de mi entero agrado lo que he escrito, pero es que ya lo he dicho más arriba: mi espíritu está algo desorientado en éste, mi primer día de trabajo después del receso.

La imagen que ilustra estas líneas es de la pulpería "Adela", un local de 1870 situado a la vera de la ruta 2, en cuya puerta paramos a comer algo a nuestro regreso de La Lucila del Mar, ayer a la tarde.

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