29 de diciembre de 2007

TODOS SOMOS BUENOS

Estas líneas podrán sonar un poco ingenuas, al igual que el dibujo que las acompaña, pero esconden cierta ambición. En esta época del año, después de varios brindis, festejos y promesas de encuentros, siempre se me ocurre que las personas deberíamos ser igual de buenas todo el año. Todos nos deseamos lo mejor para el año siguiente, nos sonreimos y encontramos en el prójimo ese destello de buena voluntad que se nos ha negado, o no hemos sabido ver, durante el resto del año.

No me refiero, por supuesto, a los brindis genuinos con aquellos con quienes compartimos sentimientos de afecto, de amistad o de familiaridad. Hablo de los brindis con personas que se nos cruzan por la vida debido a circunstancias propias de una etapa. Un ejemplo cabal de esto es el de los eventos laborales. Las oficinas son lugares donde tenemos mucha o bastante afinidad con algunos, algo con otros y nada con el resto. Esto tiene matices: el sociable hace buenas migas con todos, el más reservado se dedica a lo suyo sin dejar las buenas formas, y alguno opta por despreciar a la masa y se encierra en sí mismo para darle bolilla a los que tienen o hablan de algo que les interesa.

Esta larga reflexión apunta a ese encuentro de fin de año en el que nuestra copa choca con la de cada uno, matizada por un deseo de lo mejor a los ojos del otro. Y entonces surge mi pregunta: ¿Por qué no podemos chocar nuestra copa imaginariamente cada día? Muchas personas buenas lo hacen ¿podemos hacerlo todos?

Las internas de oficina, terreno que detesto particularmente, parecen ser una constante en todo grupo de trabajo. El poder, por más diminuto que sea, es un imán para ciertas personas que usan como jamón de su sandwich a los demás, sonriéndoles o ignorándolos según ello les sea funcional a sus cortos objetivos.

En esta época de bonhomía y caridad fácil, cabe la reflexión y el propósito para el 2008: ¿Podemos sonreir a todos sin hipocresía y con generosidad que nada espera, saludar a todos al llegar, interesarnos por sus cosas, ayudar en lo que se pueda, escuchar, escuchar y escuchar?

Si tenemos suerte, podemos llegar a cosechar un amigo de un trabajo, como me ocurrió a mí con el Capitán Escarlata, que espero que lea esta columna allá en Madrid y después se tome una caña a mi salud. Pero no es el amigo aquél por el que debemos empezar. Es ese compañero de oficina al que no soportamos, ese que no saluda a nadie y parece que odia al mundo entero. Y ese paranoico que nos esconde información porque ve complots insólitos contra su persona. Y ese que llega callado, trabaja y se va, y oculta quizás una persona detrás del personaje. Ese que en el brindis se queda a un costadito, relojeando que no lo hagan hablar en público, y espera un mano a mano con quien lo quiera escuchar, pero solo si lo va a buscar porque no se anima a abrir él la puerta. Con todos ellos chocamos nuestra copa en el brindis de oficina. ¿Por qué no hacerlo de otra manera en el resto de los 200 o 250 días que compartimos con él a lo largo de todo el año?

Los resultados pueden ser rápidos, o remolones. Pero llegan en la mayoría de los casos, y son sol en los días de rutina gris. No siempre hay una sonrisa a la vuelta, porque el tango se baila de a dos, pero aún cuando la indiferencia sea la respuesta, nosotros nos hacemos mejores personas si hacemos lo que hay que hacer.

Suele decirse al escribir sobre alguna cuestión que roza la moral: "No pretendo pontificar". Yo sí lo pretendo, pero no desde una pretendida autoridad para pontificar, sino desde un afán de aportar algo al balance del año que va llegando a su ocaso. Todos podemos ser, si nos lo proponemos, más buenos, más generosos, más misericordiosos, más perfectos. Estas virtudes que podemos practicar son tan reales como el sol, la luna y el americano tostado del mediodía en la oficina, y en el día a día del trabajo es donde es posible empezar a aplicarlo desde la mismísima semana que viene. Desde ya, existen muchos ámbitos donde se puede hacer: el club, el bar, la cancha, el consorcio, la escuela o facultad, la calle misma.

Nunca seremos perfectos, pero siempre somos perfectibles, si queremos. Brindemos con todos los prójimos, todos los días.

2 comentarios:

Marta Salazar dijo...

gracias Bambi! muy bueno! no conocía (al menos conscientemente tu blog), un abrazo!

Anónimo dijo...

Le quedo muy agradecido por dedicar unos minutos a la lectura de mis efemérides y a su participación en los comentarios. Espero que repita su visita.
Reciba un afectuoso saludo.