16 de enero de 2007

EN UNA NOCHE MILENARIA II

A las ocho de la noche, después de la duchita y la camisa blanca con jeans, me tomé un taxi para ir a lo de Lucas, desde donde iríamos a lo de su novia. Marcelo T. de Alvear, Callao, Arenales, Austria hasta la esquina con Melo. Allí bajé y caminé hasta el edificio de mi amigo. Toqué el portero eléctrico y le dije: "Llamemos un remis". Él no quiso, iba con sus papás, su hermana y su bolsillo flaco.

En el camino desde este lugar hasta la parada del colectivo, los padres de Lucas se encontraron con una pareja amiga y se detuvieron a charlar unos minutos. Este detalle, intrascendente en un día cualquiera, no es menor cuando uno ya sabe que aquello era una pieza más del dominó. Si no hubiera caído, las fichas siguientes tampoco lo habrían hecho.

Una vez en la parada de la avenida Las Heras, nos detuvimos a esperar. Había que tomar un ramal del 60, el que iba por Panamericana. A los pocos minutos apareció uno y levanté el brazo, pero el chofer tenía intenciones de terminar temprano su faena para irse a festejar, y pasó de largo con mi lamento consiguiente.

"Siempre odié a esta línea", le dije a Tito, el papá de mi amigo.

Ahora la amo.

CONTINUARÁ

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No es justo!! nos dás tu historia por dosis, ¿ahora la amas? ¿como se pude amar una linea de viaje?

Parece una novela de Corin Tellado, jolines!! como nos tengas en ascuas y te retrases en tu capítulo, te vamos a tirar tomates (es broma) no llegan hasta Argentina del impulso...

Yo espero con impaciencia la contnuación.

Anónimo dijo...

Debo decirles que yo se esta historia, pero esta entrega en cuentagotas me hace querer leerla una vez más.

Y otra vez me pregunto: ¿Cuánto tenemos de artífices de nuestro propio destino?